Los precios del cacao han sido esta vez un exótico ejemplar de canario en la mina: han dado la voz de alarma sobre un bien que no necesitamos para vivir, pero que es uno de nuestros grandes lujos: el chocolate.
La subida del precio es debida a la baja producción de unos campos en los que los árboles y el suelo están exhaustos y no soportan las variaciones del cambio climático. Además, los pequeños cultivadores de cacao no tienen suficientes ingresos para poder invertir en la resistencia e incremento de productividad de sus terrenos.
En Europa, este negocio de cuatro millones de toneladas anuales genera unos 70.000 empleos directos y, en Costa de Marfil y Ghana, donde se produce el 70% del cacao mundial, son seis millones de personas las que trabajan en el sector.
Este es un problema muy complejo en el que lo único que sabemos con certeza es que los pequeños agricultores viven por debajo del umbral de pobreza -en Ghana su salario es de 1,42 dólares al día y en Costa de Marfil de 1,26 dólares, cuando el umbral de pobreza extrema está actualmente en 2,55 dólares diarios-, y que estamos acostumbrados a tener una tableta de chocolate negro al 70% en la nevera por un euro.
Parece urgente, entonces, conseguir mejores precios de venta y menos volátiles para estos agricultores y, simultáneamente, prepararnos para una subida del precio del chocolate incluso a volúmenes de producción previos a esta crisis.
Pero, por primera vez, estamos cerca de la solución, el Parlamento Europeo ha escuchado a los pequeños agricultores africanos que producen -o hasta ahora venían produciendo- esta y otras materias primas que se nos han vuelto tan imprescindibles como baratas: el café, el aceite de palma, la madera de teca…
Esta escucha es posiblemente la oportunidad más grande que se ha generado en Europa para solucionar los problemas de pobreza en distintos países de África: el acercamiento a las personas que producen materias primas para conocer sus necesidades y problemas. Además, es un paso definitivo contra la deforestación y el cambio climático.
Estamos empezando a entender que hemos tenido acceso a materias primas, como el cacao, a precios por debajo de su coste porque el control de precios y las ineficiencias en las cadenas de valor impedían a los productores vivir de su trabajo.
Por suerte, la crisis del cacao ha puesto el problema en el foco mediático. Cuando hemos visto peligrar esa pequeña tentación que habita en casi todos los frigoríficos al dispararse el precio en los mercados, los medios preguntaron: ¿qué va a pasar, tendremos chocolate a precio de oro en Navidad? ¿habrá huevos de Pascua? ¿habrá que volver a hacer sucedáneos a base de algarrobas?
Los inversores de impacto tenemos en nuestras manos parte de la solución. El apoyo financiero a largo plazo permite a los pequeños agricultores mejorar su productividad, en cantidad y calidad de las cosechas, en diversificación, tecnificación, etc, lo que genera mayores ingresos y el excedente necesario para poder replantar, cuidar el suelo, utilizar fertilizantes e insecticidas orgánicos, transformado así el círculo vicioso de la pobreza en uno virtuoso de riqueza y prosperidad.
Estas inversiones generan una mayor retribución a los trabajadores del campo en los países en desarrollo, lo que permitirá solucionar sus problemas de pobreza crónica y, por tanto, las migraciones no deseadas, recuperar el suelo y los árboles y adaptarse al cambio climático. Creo que pagar algo más por el cacao en los próximos años no debe generarnos otra cosa que no sea una gran satisfacción.
***María Ángeles León es cofundadora y presidenta de Global Social Impact Investments (GSI)