Me veo obligado a dedicar 'La Serendipia' de esta semana a hacer varias matizaciones a raíz de los últimos análisis y reportajes que he publicado en esta misma página y que han levantado bastante polvareda en el sector. Me refiero, en concreto, a los artículos 'La inteligencia artificial generativa ya no tiene tanto tirón: por qué es una buena noticia para todos' y 'El fin de los LLM como ChatGPT está cerca: así será la inteligencia artificial que triunfará en los próximos años', que se complementan con la pieza de mi colega Sandra Viñas 'Un tercio de los proyectos basados en inteligencia artificial generativa se abandonarán en 2025'.
Tras su publicación, he recibido comentarios y opiniones de toda índole. La mayoría, he de decir, mostrando su alineamiento con la idea subyacente a todos estos textos: que la inteligencia artificial está comenzando su descenso por el 'valle de la decepción', tan necesario como siempre para consolidar y ver madurar cualquier tecnología. Otras personas, en cambio, me han llegado a preguntar si quería "matar a la inteligencia artificial" o si estaba buscando ya "a la tecnología que sucediera a la IA como la nueva moda del sector".
Nada más lejos de la realidad. Comencemos por lo más básico: la inteligencia artificial no es una tecnología nueva. Su concepto se acuñó en la Conferencia de Dartmouth de 1956 por parte de Marvin Minsky, John McCarthy y Claude Shanon, como ya expliqué en esta revisión histórica de la IA, publicada hace unos cursos. Así que llevamos la friolera de 68 años explorando las posibilidades de esta innovación, trabajando en diferentes enfoques simbólicos y conexionistas, pasando incluso por un 'invierno de la IA'...
¿Por qué ahora nadie escapa a hablar sobre inteligencia artificial? La confluencia de dos factores como es la mayor disponibilidad de capacidad de cómputo (desde las propias GPU hasta los servicios en la nube) y el éxito de los transformers en la capa generativa son los que explican este fenómeno. El auge de ChatGPT, LLaMA, Gemini y compañía ha conseguido calar entre el usuario común, lo que ha democratizado el conocimiento y el uso de estas herramientas. Y, a su vez, ello ha provocado una ola sin precedentes en la que todo el mundo quería ser parte activa.
Y, como ocurre siempre que se produce un tsunami así, todo tiende a descontrolarse. Ahora los científicos y matemáticos expertos en modelos de IA tienen que compartir charlas con autodenominados gurús que se suman a cualquier tendencia que les dé notoriedad. Los auténticos trabajos en inteligencia artificial compiten por visibilidad y recursos con cualquier solución tradicional a la que se le ha añadido este apellido por cuestiones de márketing. Los inversores han visto la posibilidad de hacerse de oro... y multitud de oportunistas startups la ocasión de hacerse con su dinero. Obviamente, se ha generado mucho humo, mucha paja que oculta las agujas que realmente necesitamos.
Empero, esta situación no podía (puede) alargarse mucho más. Las empresas y gobiernos también quieren subirse al carro de la inteligencia artificial y, es ahí, cuando buscan el caso de uso donde la IA tenga un rol exitoso. Por ahora, el éxito es esquivo en muchas ocasiones. El mercado va pasando de la fragmentación a la consolidación, dejando atrás a muchas startups que no tienen un producto realmente diferenciador. Los propios consumidores se hartan de que todo esté impregnado por este concepto antaño revolucionario. En otras palabras: la burbuja se pincha, la moda se pasa y la realidad se impone.
Volviendo a las cuestiones que me formulaban algunos lectores: no, no significa que la inteligencia artificial esté muerta. No es una burbuja de base, como lo fueron el blockchain, el metaverso y mil términos más que nos bombardearon en el pasado. Significa simplemente que, poco a poco, irá imponiéndose la razón y la lógica. La IA encontrará sus lugares, sus aplicaciones reales, pero lejos de tanto foco y tanta locura. Es en esa madurez cuando se verá la verdadera inteligencia artificial que, además, va allende que la capa generativa que hoy monopoliza cualquier conversación.