El próximo martes 5 de noviembre conoceremos quién será el próximo presidente de los Estados Unidos. Donald Trump y Kamala Harris pelean en estos momentos en un contexto de extrema polarización y con las encuestas tan ajustadas que nadie está en condiciones, dado además el particular modelo de elección presidencial, de pronosticar quién de los dos se hará finalmente con el despacho oval en la Casa Blanca.

Históricamente se ha producido una competición entre los candidatos republicanos y demócratas por demostrar que contaban con grandes y sonoros apoyos mediáticos y financieros.

Pero esta vez todo está eclipsado por el indudable protagonismo que ha cobrado el propietario de Twitter, Elon Musk, en la campaña en favor de Trump. Musk que también es propietario de SpaceX y de Tesla, no sólo se ha convertido en uno de los principales contribuyentes a la campaña republicana (casi 75 millones de dólares, aunque no deja de ser calderilla si tenemos en cuenta su fortuna que supera ampliamente los 200.000 millones) sino que ha aceptado dirigir, si gana Trump, el equipo que auditará y reformará radicalmente el sector público federal.

Es indudable que hay una pugna entre los dos candidatos por hacerse con el apoyo explícito de los grandes nombres que habitan la galaxia de Silicon Valley, conocedores de la enorme capacidad de movilización que tiene un simple tuit, o una presencia en una cena de recaudación de fondos, y no digamos la presencia en un mitin de los grandes mandamases tecnológicos, convertidos en nuestra época en grandes estrellas sociales.

Aunque Kamala Harris cuenta también con el apoyo explícito del matrimonio Gates, parece que esta vez aunque hay una parte del sector que la apoya, no parece que haya conseguido eclipsar el protagonismo del dueño de Twitter.

Digamos que con anteriores candidatos demócratas quedaban pocas dudas de que la mayoría del sector apoyaba de manera mayoritaria a los demócratas, mientras que ahora las cosas están más igualadas.

Hace escasos días hemos conocido cómo el Washington Post —que históricamente apoyaba editorialmente a uno de los candidatos en liza, siendo que esta vez parecía que se iban a inclinar por Harris—, ha decidido no apoyar a ninguno, en una decisión que todo el mundo adjudica sin atisbo de duda al propietario del histórico rotativo, Jeff Bezos, el también multimillonario fundador del imperio Amazon. Aún así, los cofundadores de LinkedIn y el de Apple, así como el CEO de Netflix se decantan por la demócrata.

Y es que en esta elección no sólo se decide el futuro en clave de política exterior, de defensa, de inmigración, de industria o de impuestos, sino que el propio modelo tecnológico tendrá un futuro muy diferente en función de quién sea finalmente el inquilino de la Casa Blanda.

Hay cuatro grandes cuestiones sobre los que girarán los debates y la toma de decisiones en la Casa Blanca y en el Congreso norteamericano a partir de enero del año que viene, y todas ellas determinarán el futuro de la industria tecnológica y digital en Estados Unidos.

En primer lugar, las acciones políticas y judiciales en torno a los monopolios digitales. La ofensiva del departamento de Justicia, fiscales y algunos estados contra grandes tecnológicas con acusaciones de prácticas monopolísticas, hacen que muchas de estas empresas crean que el resultado electoral será decisivo. Y no parece claro quién será su mejor baza en esta empresa, si Trump o Harris.

En el horizonte se encuentra el probable desgajamiento o troceo de las grandes matrices empresariales, una práctica que ni mucho menos es novedad en el país, pues ya ha ocurrido a lo largo de los últimos cien años en diversos sectores de la economía estadounidense como el sector energético o los transportes.

En segundo lugar, y de esto se habla menos estos días, la creciente presión de fiscales generales de prácticamente la totalidad de los estados para frenar en seco lo que consideran una pandemia de enfermedades mentales que sufren niños y adolescentes derivadas de su adicción a diferentes redes sociales.

Se multiplican peticiones de impulsar leyes para etiquetar en las redes, igual que se hace con el tabaco, o incluso la prohibición de las mismas para menores de 16 años. En cualquier caso, el próximo POTUS tendrá que lidiar con estas cuestiones.

En tercer lugar, la omnipresencia de la inteligencia artificial en las campañas electorales y en general, en la vida de todos los ciudadanos será otro elemento que dará que hablar.

¿Si Elon Musk va a hacer una auditoría de gasto y eficiencia en el sector público de la estructural federal, acaso nadie puede intuir que recomendará el uso masivo de inteligencia artificial en muchos de los procesos y toma de decisiones?

¿Estados Unidos imitará a Europa en materia de regulación de la IA igual que hizo en el pasado con las leyes de protección de datos, o decidirá mantener su modelo que le permite seguir compitiendo sin frenos con las empresas chinas que desarrollan estas tecnologías?

No cabe duda, que la próxima administración determinará con sus acciones el devenir casi me atrevo decir mundial, de estas herramientas y de este sector económico.

Y, finalmente, en un país que siempre se ha proclamado como adalid de la libertad de expresión —figura de manera clara y meridiana en la primera enmienda a la Constitución— hay una cuestión de enorme importancia cuando hablamos de moderación de contenidos en las redes sociales y en las grandes plataformas que ponen en cuestión muchas de las cosas que, en comparación, se están haciendo en Europa al abrigo de la regulación digital.

Históricamente la defensa de los intereses de las grandes tecnológicas norteamericanas a lo lago y ancho de los cinco continentes ha constituido una de los grandes ejes de la política comercial y diplomática norteamericana.

No parece a grandes rasgos que esto vaya a cambiar de manera sustancial, independientemente de quién gobierne finalmente a partir de 2025, otra cosa es cómo se gestionará en el interior del país las cuestiones a las que antes nos referíamos.

Hemos entrado en una fase de la historia donde la incertidumbre y la sensación creciente de que es cada vez mas complejo hacer ejercicios prospectivos nos dificulta ver el horizonte. En realidad, cualquier cosa puede ocurrir. El próximo Presidente no sólo se enfrentará a un país dividido hasta el límite, con grandes desafíos como gestionar los flujos migratorios o hacer frente a la competencia comercial china, sino que la política exterior puede ser en este caso, el gran hacedor de las políticas internas.

Lo que acontezca finalmente en relación con la guerra de Rusia y Ucrania, el conflicto entre China y Taiwán, la crisis europea y la seguridad en torno a la alianza atlántica o cómo acabe finalmente la guerra que Israel sostiene contra grupos terroristas en Oriente Medio patrocinados por Irán, serán en su conjunto o por separado, incluso más determinantes para el futuro del conjunto de las empresas tecnológicas norteamericanas, y por ende, del sector tecnológico mundial, que las políticas interiores nacionales tomadas al interior del país.