El devastador impacto de la DANA en Valencia ha puesto en evidencia, una vez más, la vulnerabilidad de nuestras infraestructuras y de las comunidades ante fenómenos climáticos extremos. Las imágenes desgarradoras que nos llegan, y la consciencia de la envergadura de las consecuencias del desastre, han activado en la gran mayoría de la ciudadanía una alarma que nos ha empujado a plantearnos cómo podemos ayudar a paliar tanto dolor.
En este contexto, la industria tecnológica y digital debe reflexionar sobre cómo la tecnología, en su vertiente más avanzada, puede ayudarnos no solo a predecir estos fenómenos, sino a mitigar sus efectos y facilitar una recuperación más rápida y eficaz.
La tecnología ha avanzado enormemente en las últimas décadas. Hoy tenemos herramientas capaces de predecir fenómenos meteorológicos con un grado de precisión que hace tan solo unos años era impensable. Las plataformas de predicción climática, impulsadas por inteligencia artificial y modelización de datos, nos permiten anticipar con mayor fiabilidad las lluvias torrenciales y los riesgos asociados, como las inundaciones. Sin embargo, la verdadera clave de su efectividad radica en la integración de estos sistemas de alerta temprana con infraestructuras físicas y sociales. Esto requiere que no solo los gobiernos, sino también las empresas tecnológicas colaboren activamente en la mejora de las infraestructuras de monitoreo y en la creación de redes de comunicación que permitan una respuesta rápida y coordinada.
Durante la crisis, AMETIC ha sido testigo de la movilización de muchos de sus asociados para ayudar a las comunidades afectadas. Con esto, desde nuestro tejido de asociados hemos planteado la ayuda en torno a tres fases: crisis humanitaria, reactivación económica y social de las zonas afectadas, y creación de un protocolo de actuación digital en casos de catástrofes naturales que se pueda convertir en ley.
Así, partimos desde la donación de equipos tecnológicos hasta el desarrollo de soluciones de conectividad y gestión de emergencias, dónde algunas empresas españolas son líderes mundiales y llevan trabajando años para otros gobiernos, o el servicio de drones para la localización e identificación eficaz de vehículos y zonas inaccesibles, los sistemas de certificación digital de siniestros, sistemas logísticos online, o la puesta a disposición de los centros de almacenamiento y distribución de los grandes retailers, la industria digital está demostrando estar preparada para ofrecer apoyo en momentos críticos.
Asimismo, la recuperación económica y social tras una catástrofe de esta magnitud depende en gran medida de la rápida reactivación de los servicios esenciales. A medida que las comunidades empiezan a recuperar su ritmo, los servicios de educación, salud y trabajo deben adaptarse a nuevas formas de funcionar, y la tecnología facilita esta transición. La educación a distancia, el teletrabajo y los servicios de telemedicina son solo algunos ejemplos de cómo podemos ayudar a las comunidades afectadas a retomar sus vidas lo antes posible, incluso cuando las infraestructuras físicas todavía no se han restablecido por completo. Además, la digitalización de la administración pública y los servicios locales permiten una mayor agilidad en la gestión de los recursos y en la distribución de la ayuda.
Sin embargo, no basta con reaccionar ante cada crisis cuando ya se ha desatado. Es urgente que se cree un marco normativo y operativo que regule cómo se deben gestionar las catástrofes naturales optimizando los recursos a nuestro alcance, y por tanto exprimiendo las posibilidades de la avanzada tecnología con la que contamos hoy. Para ello debemos cambiar la forma en la que trabajamos colaborativamente, las diversas administraciones, y las diversas industrias y grupos de interés.
En la tercera fase propuesta, el reto de la industria es la creación de un protocolo de actuación digital en situaciones de emergencia, con el objetivo de que sea considerado un estándar en la legislación española. Este protocolo debe estar basado en la experiencia acumulada por las empresas tecnológicas en el terreno y debe incluir soluciones digitales que faciliten tanto la respuesta inmediata como la reconstrucción posterior. En este sentido, una vez más, es necesario que las administraciones públicas y las empresas trabajen conjuntamente para que estos protocolos no solo sean una recomendación, sino una obligación legal que marque una diferencia real en la gestión de futuras catástrofes.
Nos enfrentamos a una reconstrucción que puede ser una oportunidad para poner en marcha una nueva forma de hacer y coordinar basada en recursos tecnológicos. La combinación de predicción, respuesta y recuperación, con un fuerte componente tecnológico, puede hacer que las próximas tragedias naturales, aunque inevitables, no tengan el mismo impacto devastador que las de hoy.
Sin embargo, y a pesar de la riqueza de las posibilidades que la tecnología nos ofrece, como siempre, el exprimir estas, y el “hacer que suceda”, depende única y exclusivamente de nuestra capacidad como sociedad para movernos hacia un determinado lugar. Va de personas, la tecnología potencia nuestras capacidades, pero sin los humanos, sin nuestra predisposición a utilizarla, y hacerlo para el bien, no sirve de nada.
*** Pilar Roch es directora general de Ametic.