Empiezo este artículo de opinión trasladando mis condolencias a los afectados por las inundaciones del pasado 30 de octubre en Valencia. Son muchos los que han perdido a sus seres queridos, sus casas, sus empresas y debemos continuar atentos a su situación y a sus necesidades. Recuperar la normalidad llevará tiempo y olvidar lo vivido todavía más, especialmente cuando sucesivas DANAs (y sus riadas) siguen llegando este otoño a España. Es pronto para valorar el impacto que estos fenómenos climáticos extremos tendrán en el PIB de nuestro país y a cuanto ascenderán los costes de la reconstrucción, pero no cabe duda de que será material para nuestra economía.
Comparto la tesis de que nada sucede de repente, sino que habitualmente no prestamos suficiente atención a los cambios, a veces sutiles, que transforman progresivamente nuestro entorno. Cualquiera que busque información sobre el cambio climático en España encuentra numerosas referencias científicas a escenarios en los que largos periodos de sequía se intercalan con precipitaciones intensas. Se proyecta escasez de agua en algunas regiones a la vez que se incrementan las inundaciones y las riadas. En definitiva, la crisis climática supone un riesgo elevado para España que se materializa cada vez con mayor frecuencia y con efectos más negativos.
Pero ¿podemos hacer algo para solucionarlo? Las estrategias de mitigación del cambio climático pasan por un compromiso global que está lejos de alcanzarse. Los dos países más contaminantes del planeta, EEUU y China, parecen estar cada día más alejados de los acuerdos de París 2015. Mientras, Europa sigue empeñada en su camino de regulación y no ha conseguido la tracción tecnológica e industrial suficiente para liderar la transformación de su economía manteniendo la sociedad del bienestar que caracteriza su modelo político y de valores. No deberíamos abandonar el camino de la mitigación, pero con la llegada de Trump a la Casa Blanca todo apunta a que el cambio climático no será una prioridad en la próxima legislatura y, con ello, aumentan las probabilidades de los escenarios más negativos de la crisis climática.
En este contexto, y pensando en nuestro país, deberíamos centrarnos en la adaptación a los cambios en el clima. Escucho de un experto en gestión de riesgos y seguridad nacional que a las empresas y a los gobiernos no les queda más remedio que evaluar diferentes escenarios y planificar las actuaciones para dos casos: el escenario más probable y el escenario más peligroso. Conocer las implicaciones del caso peor se vuelve imperativo y anticipar los planes de contingencia asociados también. Estos planes de contingencia deberían contar con consenso entre lo público y lo privado, con un diálogo en el que todas las partes puedan contribuir a la solución. En las situaciones límite hace falta la colaboración de todos para salir adelante. Si los modelos de colaboración y las formas de ponerlos en marcha están diseñadas de antemano, la respuesta podrá ser más rápida.
Las energías renovables, el almacenamiento de energía, la eficiencia energética o la capturade CO2 son algunas de las tecnologías centrales para la mitigación del cambio climático. En la adaptación resulta clave mejorar las estrategias de predicción y alerta temprana y, por tanto, la inteligencia artificial sube en el ranking de prioridades tecnológicas.
Los modelos de predicción no sólo requieren aumentos sustanciales de la capacidad de computación, que la computación cuántica nos podrá proporcionar, sino que además necesitan muchos más datos si se pretende anticipar con mayor precisión el comportamiento del clima en cada momento y en cada lugar. La mejora de la observación de la tierra a través de constelaciones de satélites también jugará un papel relevante en la captura de datos en tiempo real.
Adicionalmente, la planificación urbanística y costera necesitará ser revisada. Algunos expertos recomiendan no reconstruir aquellas zonas más inundables y, por supuesto, en las cercanías de ríos o torrentes. De nuevo, la inteligencia artificial debería ser capaz de ayudar a los expertos en el análisis del territorio con estos fines para poder anticipar obras de infraestructura que ayuden a reducir las consecuencias en el caso peor.
Pero, la inteligencia artificial, al igual que el resto de las tecnologías de la información, juegan un papel dual en relación con el cambio climático: ayudan a diseñar procesos más eficientes y a simular situaciones límite, a la vez que contribuyen al aumento de las emisiones por su gran consumo de energía. La ética de la inteligencia artificial está en la mesa de debate. ¿para que la vamos a utilizar? ¿en qué vamos a invertir primero? ¿Cómo nos aseguramos de que la energía y el agua que utilizan las grandes tecnológicas en sus centros de datos no contribuye a empeorar la situación? Necesitamos más transparencia sobre estos temas para asegurar que aprovechamos todas las oportunidades de las nuevas tecnologías minimizando el incremento de riesgo.
Nos jugamos mucho. Sectores relevantes de nuestra economía como el turismo, el agroalimentario o el transporte dependerán de su capacidad de adaptación para mantenerse competitivos. Se necesita más y mejor tecnología y una industria que sepa aplicarla para la resolución de los problemas que ya están aquí y esto no se improvisa. El balance entre el corto plazo y el medio plazo es siempre complicado, pero las decisiones que tomamos hoy son las que marcan nuestro futuro y en estas últimas semanas ha quedado patente el valor de la anticipación.
***Emma Fernández es consejera independiente en Axway, Digital Consumer Bank, Iskaypet y Metrovacesa.