Los avances en materia de digitalización e innovación son moneda corriente. ¿Quién duda del impacto que tiene y tendrá la inteligencia artificial y el aprendizaje automático en nuestra manera de vivir?
Sin embargo, mientras estas innovaciones tecnológicas redefinen nuestra sociedad, es fundamental aprender a pensarlas desde un enfoque verdaderamente inclusivo: Que no dejen a nadie afuera.
¿Qué es la inclusión digital? El objetivo es construir una sociedad digital igualitaria y equitativa, permitiéndose beneficiar también a esos colectivos a veces segregados u olvidados.
En este sentido, la inclusión digital busca, en definición de la Comisión Europea, que todas las personas puedan contribuir y beneficiarse de este mundo cada vez más digital. Esto supone prestar especial atención al desarrollo de tecnologías accesibles y de competencias digitales en toda la población.
Hablar de inclusión digital es pensar en colectivos como las personas adultas mayores, en aquellas personas con menos recursos económicos, en el rol de la mujer en el desarrollo tecnológico, en las comunidades rurales, o en la infancia. Entre ellos, resulta especialmente relevante mencionar a las personas con discapacidad, quienes enfrentan desafíos únicos en un mundo que evoluciona a ritmo vertiginoso.
Es preciso atender que la discapacidad se entiende, no como una condición en sí misma o un estatuto fijo, sino más bien como una condición relacional, producto social y dinámico resultante de factores individuales, contextuales y vinculares.
Desde este punto de vista, si la transformación e innovación digital no se gestiona adecuadamente, puede resultar en un obstáculo hacia las personas con discapacidad, excluyendo a este colectivo del proceso de cambio y actualización de herramientas y competencias digitales.
La falta de accesibilidad y de adaptación de las tecnologías son algunas de las barreras más significativas que enfrentan. Desde la dificultad para acceder a herramientas básicas hasta la carencia de formación específica en habilidades digitales, estas barreras evidencian una brecha digital alarmante.
Según datos del INE, las personas con discapacidad presentan una tasa de desempleo que supera en más de 10 puntos a la de la población general. Esta cifra no solo refleja la exclusión laboral, sino también la falta de oportunidades formativas que les permitan competir en igualdad de condiciones en el mercado laboral.
En España, este problema se agrava debido a la urgente necesidad de profesionales en el sector TIC. Europa ha establecido como objetivo a España formar a 1,5 millones de profesionales en TIC en los próximos seis años. Sin embargo, el déficit actual de 120.000 trabajadores en este sector pone de manifiesto que no se está aprovechando plenamente el potencial de todos los colectivos de la población.
Una posible solución a este desafío pasa por incluir a todas las personas en la estrategia de formación y desarrollo tecnológico.
La tecnología no solo facilita la vida diaria de las personas, sino que también es un potente motor para la creación de empleo de alto valor añadido. Las personas con discapacidad representan un colectivo valioso que, con la formación y las herramientas adecuadas, pueden contribuir significativamente a este sector. La orientación profesional en España necesita una revisión profunda para fomentar la formación en disciplinas STEM. Es crucial que esta orientación tenga en cuenta los apoyos específicos para que todas las personas puedan desarrollar sus talentos en áreas tecnológicas.
Aprovechar el talento de todos, sin excepción, es la clave para enfrentar con éxito los desafíos del futuro y para construir una sociedad digital verdaderamente moderna y equitativa. España debe actuar con rapidez y decisión, no solo para cumplir con los objetivos europeos, sino también para convertirse en un referente en inclusión digital y tecnológica.
*** Alan Gómez es director académico en IMMUNE Technology Institute.