La figura del iceberg, esa majestuosa formación de hielo que parece flotar sobre el mar, ha servido para representar numerosas veces realidades emergentes con una visibilidad llamativa e inspiradora, pero indisociable a una masa no visible que sostiene, explica y proyecta la parte visible. Los procesos de transformación social habitualmente pueden representarse con esta figura épica y espectacular. Cuando vemos héroes o modelos a seguir, plataformas de actores coordinados, nuevas herramientas, estándares y metodologías, informes de tendencias y atención en los medios o detectamos una tendencia emergente, debemos preguntarnos dónde está la masa que sostiene esa punta del iceberg para saber si realmente estamos ante una tendencia emergente o un constructo sin base real.
En los últimos 15 o 20 años, han surgido un buen número de marcos y denominaciones que definen nuevos modelos de economía, impulsados por la necesidad imperiosa de cambiar los efectos negativos (externalidades) del modelo económico tradicional en los ámbitos sociales y medioambientales. La sostenibilidad, la economía del triple balance, la economía del bien común o la economía circular.
La economía de impacto se ha ido conformando como un territorio de encuentro, atendiendo al consenso de englobar aquellas actividades económicas y productivas que, más allá de perseguir un beneficio económico, contribuyen desde la intencionalidad, la adicionalidad y la medición a generar un impacto social y/o medioambiental positivo en su entorno y su comunidad.
Bajo esta visión convergen múltiples actores: el ámbito de la inversión con el liderazgo de SpainNAB, el modelo y la comunidad BCorp de empresas que han impulsado la figura SBIC (Sociedad de Beneficio e Interés Común), la economía social con su larga trayectoria y gran peso en la economía de nuestro país, entre otras plataformas y actores colectivos. Estas plataformas junto con actores precursores desde hace años de este marco de la economía de impacto, constructores de ecosistemas y comunidades, junto con algunos notables casos de éxito muy reconocidos (Ecoalf, Auara, The gravity Wave, Heura Foods, Hemper o Patagonia a nivel global) constituyen la parte visible del iceberg.
Pero es importante preguntarse y buscar si, bajo la punta del iceberg de la economía de impacto, hay una masa crítica de economía real que refleje la dimensión del proceso de transformación que estamos viviendo. Conocer, mapear, dar visibilidad y articulación a esa masa crítica de actores que están actuando en la base del iceberg es un reto y una oportunidad. Para que la economía de impacto deje de ser un nuevo paradigma, una moda o un experimento asumible, y se asiente como solución y como el modelo económico para afrontar los desafíos económicos, sociales y medioambientales que tenemos como sociedad, es necesario escalar y tener la visión completa de la transformación real que se está produciendo a lo largo y ancho de nuestro tejido social, económico y productivo.
¿Cómo crear ese mapa de iniciativas que son la base del iceberg de impacto? Sin duda será una tarea compleja y colectiva el proceso de construir un consenso sobre los perímetros y las identidades que forman la economía de impacto y su evolución en los próximos años. Lo interesante de ese proceso es el descubrimiento y la inclusión progresiva de nuevos actores bajo el marco y los valores del impacto.
Grandes, pequeñas y medianas compañías que se suman a la comunidad BCorp o que incorporan con honestidad y compromiso la visión y los valores de impacto, más allá de la regulación ESG y de la práctica de la RSC. Empresas que transforman su modelo de negocio, su gobernanza y sus procesos incorporando en su gestión el impacto social y medioambiental de su acción en sus entornos y con sus partes interesadas, buscando ir más allá de ser sostenibles para convertirse en actores regenerativos.
Encontramos nuevos fondos y pequeños inversores, que permiten escalar la inversión de impacto: en tamaño, con fondos de mayor volumen que puedan dar soporte al crecimiento y escalado de empresas de impacto, pero también en extensión, a través de pequeños inversores canalizados mediante vehículos y plataformas que canalicen el compromiso de pequeños inversores. No olvidemos que, aunque ha habido avances y la inversión de impacto ha aumentado un 26% en 2023, solo alcanza aún 1.517 millones de euros, según el estudio La oferta de capital de impacto en España en 2023, elaborado por SpainNAB y Esade Center for Social Impact.
El emprendimiento y la innovación social han sido sin duda la punta de lanza que ha abierto nuevos caminos y ha ido extendiendo el alcance y demostrando con casos de éxito la capacidad de transformación de esta nueva economía. Algunos de estos emprendedores sociales los encontramos en la punta del iceberg, sea por el potencial disruptivo y sistémico de su propuesta, o por su éxito en el negocio y/o en la comunicación y visibilidad. Pero, detrás de estos casos de referencia podemos encontrar una oleada creciente de emprendedores con la consciencia, el compromiso y los valores sociales y medioambientales propios de la economía de impacto. Son emprendedores sociales que buscan dar respuesta a retos sociales, pero también emprendedores vitales, que desde su práctica empresarial en ámbitos tradicionales incorporan esos valores y prácticas que hacen transformar la sociedad.
Pongamos también la mirada en los territorios, en el ámbito local. Bajo el impulso de políticas europeas, estatales y locales, el impulso al desarrollo local, rural o en pequeñas ciudades, estos entornos se están convirtiendo en laboratorios de alta capacidad para generar dinámicas económicas basadas en el potencial del propio territorio y que son capaces de crear economías más resilientes, con impacto social y medioambiental claramente regenerativos.
No podemos olvidar a la economía social y solidaria y a las entidades sociales que vienen históricamente realizando una labor fundamental en los ámbitos sociales. ¡Un auténtico iceberg en sí mismo! La economía de impacto ha encontrado territorios de hibridación con la economía social que tienen un enorme potencial de crecimiento y de capacidad de transformación, no solo en el ámbito de la inversión, sino fundamentalmente en el desarrollo de modelos productivos que ayudan al cumplimiento de la misión de estas entidades desde una práctica empresarial.
También, las políticas públicas forman parte de este iceberg, con algunas muy representativas y distinguibles en su punta visible, como el Pacto Verde Europeo o la creación del Fondo Social de Impacto. Pero en la base del iceberg también podemos mapear un gran número de iniciativas en gobiernos regionales y locales que están impulsando nuevos modelos de desarrollo.
La reflexión sobre "el iceberg de impacto" es una invitación para bucear por debajo de la superficie y buscar a esa creciente y expansiva masa de actores e iniciativas que van configurando un nuevo modelo económico, con capacidad para regenerar nuestra sociedad y nuestro planeta. Este iceberg no se va a derretir por el cambio climático,va a convertirse en tierra firme, en un continemte, realmente, en el único contimente viable: el continente de la economía de impacto.
***Antonio González es CEO de Impact Hub.