Cada vez que Donald Trump lanza una amenaza en forma de orden ejecutiva o como un noquierelacosa en medio de un discurso, en Europa todavía existe la sensación de que el estornudo norteamericano nos acabará provocando un resfriado. Y nos viene a la mente que Estados Unidos tiene una economía gigante, el ejército mejor armado del mundo y que lidera el planeta en muchos parámetros.
Y, básicamente, es verdad. Pero no tanto en lo que respecta al cambio climático. El 4 de noviembre de 2020, EEUU abandonó oficialmente el Acuerdo de París. Sabíamos, por tanto, que este día llegaría desde hacía cuatro años. Para ser honestos, la euforia del liderazgo estadounidense en materia de política climática, aquello que nos vino con Al Gore y luego con John Kerry, fue un bache histórico.
Por tanto, ya hemos pasado por esto antes. ¿Por qué debe ser diferente esta vez? Incluso con la promesa del presidente Joe Biden de volver a unirse al Pacto de París, las profundas divisiones en su país pueden significar que la nación seguirá siendo un socio climático poco confiable. Pero digamos que aunque los estadounidenses estornuden todos a la vez, ante el Acuerdo de París, el mundo seguirá adelante.
La última vez que hubo un tratado climático importante, EEUU se mantuvo al margen. Aunque el vicepresidente Gore había firmado el Protocolo de Kyoto, la siguiente administración, la de George W. Bush, retiró la firma y se negó a enviarlo al Congreso para que considerara su ratificación. El Congreso aprobó en su lugar la enmienda Byrd-Hagel, que exige que cualquier futura participación estadounidense en los acuerdos sobre cambio climático esté acompañada de compromisos equivalentes por parte de los países en desarrollo. Con ello, papel mojado.
El mundo se unió entonces para hacer realidad Kioto. Las partes restantes se aseguraron de que los Acuerdos de Marrakech (un "libro de reglas" para el Protocolo) apaciguaran las preocupaciones restantes de Canadá, Rusia, Australia y Japón, países necesarios para alcanzar el umbral de ratificación. Con estos países a bordo, el Protocolo podría entrar en vigor. Se hicieron esfuerzos extraordinarios para garantizar que esto sucediera, incluida la aceptación, (válgame Putin) de Rusia en la Organización Mundial del Comercio.
Pero el Protocolo de Kioto estaba esencialmente muerto al nacer. Tomó siete años recuperarse del golpe norteamericano. Para el Acuerdo de París, se aprendieron lecciones y los negociadores trabajaron para incorporar salvaguardas para el tratado y la acción global. Cuentan los negociadores de la Convención Marco de la ONU sobre el Cambio Climático que diseñaron el nuevo Acuerdo de París pensando en Estados Unidos. El secretario de Estado John Kerry recibió a una serie de delegados en una sala trasera del recinto en París. Tanto los países desarrollados como los países en desarrollo debían hacer una promesa. El sistema de promesas facilitó el proceso para que Estados Unidos se adhiriera.
Ahora, advierten algunos, sería de gran ayuda actualizar esas promeses para mostrar el impulso que se está dando. Hasta ahora, esas actualizaciones han sido pocas y, bueno, no lo suficientemente ambiciosas como para poner al mundo en camino de alcanzar los 2 °C o 1,5 °C. Por supuesto, la diferencia clave entre la retirada del Protocolo de Kioto y la salida del Acuerdo de París es que este último existe legalmente, está en vigor y comenzó a aplicarse este año. Una ausencia prolongada de Estados Unidos puede reducir el apoyo financiero, pero no reducirá las obligaciones de los países de presentar contribuciones determinadas a nivel nacional (NDC) mejores cada cinco o diez años y de informar sobre sus avances.
En este escenario, Estados Unidos puede perder la oportunidad de dar forma a los mercados de carbono del acuerdo, que aún se encuentran en negociación. Ser un extraño tiene un coste. Mientras tanto, la transición energética continuará, también en Norteamérica. También con Trump. Quizás no lo sepan, pero la energía eólica supera al carbón en Texas, que produce más energía eólica que cualquier otro estado americano. Texas es parte de una tendencia global. La energía renovable ahora representa un tercio de la capacidad energética mundial. El mercado ha cambiado drásticamente desde los días del Protocolo de Kioto.
Trump ha desmantelado casi 100 protecciones ambientales. Partiendo de esta posición política más débil. Parece improbable que un futuro presidente de Estados Unidos prometa un nuevo plan climático para el Acuerdo de París que sea más ambicioso que el prometido en 2015 bajo Obama. El resultado será que Estados Unidos desaparecerá por un tiempo, pero el marco para la cooperación global, así como las fuerzas del mercado y la presión ciudadana para tomar medidas climáticas, pueden continuar y continuarán. También con Trump. Y aunque todos estornuden a la vez.