Kilian Zaragozà, CEO y cofundador de Naria.

Kilian Zaragozà, CEO y cofundador de Naria.

Opinión la tribuna

De la dependencia a la dignidad alimentaria

Kilian Zaragozà
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En tiempos de crisis económica, la forma en que una sociedad enfrenta la inseguridad alimentaria no solo mide su capacidad de respuesta, sino también los valores sobre los que se erige. Para miles de familias, garantizar comida en la mesa no es una certeza, sino una lucha diaria que exige respuestas creativas y sostenibles. 

Frente a este desafío, el Gobierno ha introducido un modelo innovador de ayuda alimentaria: las tarjetas monedero, respaldadas por el Fondo Social Europeo Plus (FSE+). Este programa, que ya beneficia a cerca de 65.000 familias en situación de privación material severa con niños o adolescentes a su cargo, reemplaza los tradicionales lotes de alimentos por una herramienta más flexible y respetuosa: una tarjeta recargable que permite adquirir productos frescos y de primera necesidad según las prioridades de cada hogar. 

Pero, ¿qué revelan los primeros resultados de este sistema? ¿Qué nos cuentan sobre las decisiones y prioridades de las familias que lo utilizan?  

Más del 35% de los fondos de las tarjetas se destinan a carnes, pescados y embutidos, confirmando la centralidad de las proteínas animales en la dieta diaria. Los lácteos y productos congelados alcanzan el 20% del gasto, reflejando su papel esencial en la nutrición infantil y familiar. En tercer lugar, las frutas y verduras concentran un 12%, un porcentaje significativo en un contexto donde el acceso a alimentos frescos suele ser limitado para los hogares más vulnerables. 

Sin embargo, la alimentación no lo es todo. Más del 11% de las compras se dedican a productos de higiene personal y cuidado infantil, dejando claro que una vida digna abarca mucho más que lo que se pone en el plato. Este desglose de prioridades ilustra cómo las tarjetas monedero no solo proporcionan recursos, sino que también respetan la autonomía de las familias para decidir cómo satisfacer sus necesidades. 

La transición del reparto físico de alimentos a las tarjetas monedero no es un simple ajuste operativo: es una transformación estructural en la manera de entender la ayuda social. Las familias acceden a alimentos variados y recuperan algo aún más valioso: la capacidad de elegir. Este modelo respeta las restricciones dietéticas, las preferencias culturales y las particularidades de cada hogar, rompiendo con la rigidez de las entregas uniformes. 

Además, esta innovación tiene un profundo impacto en la inclusión social. Al permitir que las personas realicen sus compras en supermercados como cualquier otro cliente, se refuerza el sentido de normalidad y pertenencia en su vida cotidiana. Este desdibuja las barreras entre quienes reciben ayuda y quienes no, eliminando el estigma asociado a la pobreza.  

Uno de los grandes avances del modelo radica en el uso de herramientas digitales que aseguran la trazabilidad de los fondos. Cada euro gastado está registrado, lo que además de garantizar transparencia y control en la gestión de recursos públicos, fomenta la confianza de instituciones y donantes. Igualmente, el análisis de los datos de consumo abre nuevas oportunidades para diseñar políticas públicas más ajustadas a las necesidades reales de las familias. 

Este enfoque supera desafíos históricos de la ayuda alimentaria: elimina los elevados costes logísticos asociados al reparto físico, reduce el desperdicio por caducidad y evita situaciones que a menudo eran percibidas como indignas por los beneficiarios

Sin embargo, la digitalización de la ayuda alimentaria no implica dejar de lado el alimento físico, un recurso de un valor inmenso, que existe y existirá y que, del mismo modo, puede beneficiarse de tecnologías para una gestión más eficiente y digitalizada. Recordemos que más de 7,7 millones de toneladas de alimentos aptos para el consumo acaban en la basura cada año, una cantidad sonrojante de recursos que, mediante una adecuada planificación, pueden llegar a miles de personas que los necesitan. El Gobierno, consciente de este reto, ha aprobado el 'Proyecto de Ley de prevención de las pérdidas y el desperdicio alimentario', un paso importante hacia una gestión más sostenible. 

La convivencia de ambos sistemas de reparto de ayuda alimentaria no solo es posible, sino deseable. Las tarjetas monedero y los sistemas mejorados de distribución física representan caminos complementarios, y su integración es una muestra del potencial transformador de la tecnología aplicada al sector social. 

Las tarjetas monedero son más que una herramienta práctica. Son una apuesta por un modelo de ayuda que pone a las personas en el centro, reconociendo su capacidad para decidir y gestionar su propia vida. En un momento en que la solidaridad puede confundirse con caridad, este enfoque redefine el compromiso con la dignidad humana. 

El éxito de esta transformación requiere un esfuerzo colectivo. Sectores públicos, privados y sociales deben trabajar juntos para perfeccionar este modelo y garantizar que ningún niño, madre o padre enfrente la exclusión o el hambre. Porque, en última instancia, estas tarjetas son un símbolo de algo más grande: una sociedad que sabe que la verdadera justicia no radica solo en ayudar, sino en cómo se ayuda. 

*** Kilian Zaragozà es CEO y cofundador de Naria.