Llevo dándole vueltas a la presentación de la “Brújula de la Competitividad” que protagonizó nuestra Presidenta Ursula von der Leyen hace escasas fechas. Y el caso es que mientras reflexiono al respecto se me cuelan pensamientos que me remiten a la epopeya protagonizada por Ulises, pues estas reflexiones sobre el más acá, me pillan leyendo centenares de versos en formato de hexámetro homérico en el más allá, en una de esas odiseas personales en las que uno se embarca cuando ya ha cumplido el medio siglo de vida.
Y ya les digo que a veces no conviene mezclar ambas cosas en nuestros atiborrados cerebros, al borde como están de estallar en mil pedazos con tanta información e inteligencia artificial rodeándonos como una hidra de mil cabezas, dispuesta a darse un buen festín con nuestras pobres ilusiones de homo sapiens.
Afirmo que Von Der Layen es como una especie de Ulises, pero en versión contemporánea, es decir, un poco más meliflua que nuestro ilustre viajero. Igual que el héroe griego, ella zarpa desde el puerto de una Europa convulsa, con la brújula apuntando hacia una Ítaca que simboliza un continente más verde, digital y competitivo.
Su travesía está marcada por tempestades políticas y los cantos seductores de intereses contrapuestos que intentan desviar su rumbo. Pero, como Ulises, ella se amarra al mástil de sus sueños para no sucumbir.
Su periplo por aguas embravecidas la enfrenta a los Lestrigones y Cíclopes modernos: crisis climáticas, tensiones geopolíticas y advenimientos digitales. Y claro está, Donald Trump. No sé si contaba con tenérselas que ver con este señor.
Ella tenía una bitácora y la ha tenido que cambiar sobre la marcha, pues este Cíclope, señor del golf y de la Coca-Cola Light, firma cada día centenares de órdenes ejecutivas, por lo que la Presidenta de la Comisión en un golpe drástico de timón, ha decidido dejar de cartografiar el horizonte con sus asesores y directamente nos ha lanzado una brújula. La Ítaca que nos prometía resulta que era una brújula. Así, no hay manera.
La escucho gritar asomada al puente de proa: “La brújula de la competitividad nos marca el camino para que nuestro continente sea el territorio en el que se fabriquen y comercialicen productos limpios y tecnologías del futuro, y convertirnos así en el primer espacio de la Tierra que consigue la neutralidad climática”.
Al mismo tiempo nos habla de cerrar la brecha de la innovación, revitalizando la capacidad innovadora de la UE mediante la reducción de burocracia, apoyo a empresas emergentes y startups, e incrementando la inversión en la mítica I+D+i, o como dijo en la presentación: “acelerar la transición hacia una economía sostenible sin comprometer la competitividad industrial europea”.
Para cerrar el círculo mágico del compás (si no la brújula se volvería una mera aguja atolondrada), nos habla de un tercer eje decisivo: la seguridad y la autonomía estratégica de Europa, es decir, la necesidad perentoria de disminuir nuestra dependencia del exterior, estableciendo alianzas estratégicas con terceros países para garantizar el acceso a recursos clave y mitigar los riesgos geopolíticos. Y entonces es cuando me dije: ¡albricias! Aquí hay un trilema.
No hay nada que más me gusta en esta vida que toparme con un trilema. Y la brújula de la competitividad es un trilema de libro: un problema complejo (el futuro y la supervivencia de Europa), para el que se presentan tres supuestas soluciones mutuamente excluyentes o contradictorias entre sí, de las cuales sólo se pueden elegir dos a la vez, o bien, se debe optar por una, dejando fuera las otras dos. Pero nada, ella y su equipo, inasequibles al desaliento, porfían con todos los monstruos marinos que encuentran a su paso queriendo salirse con la suya.
Ah, la brújula de la competitividad de Von der Leyen. ¡Qué maravilla! Otro plan maestro de la Unión Europea para salvarnos a todos del desfase y de quedarnos atrás en los tiempos que corren a la velocidad que nos marcan las startups de la Inteligencia Artificial. Porque si algo nos faltaba en este continente era otra "estrategia integral" más, para "establecer la competitividad como principio rector de los europeos y sus naciones”.
Como si no tuviéramos ya suficientes principios rectores, directivas y regulaciones para empapelar todas las ciudades europeas enteras. ¿Qué ha pasado con el Next Generation? ¿Hemos arribado ya a esa próxima generación y no nos hemos dado cuenta? Es en momentos así cuando rememoro la imagen de un viejo profesor (y por tanto sabio) que tuve en la facultad de Ciencias Económicas (esas cosas que estudiábamos antes de preguntar todo el rato a ChatGPT), que cuando nos hablaba de la PAC (ya saben la política agraria común, el modelo por antonomasia de cómo se hacen las cosas en la UE), nos la describía así: “Ni es Política, ni Agraria, ni mucho menos Común”. Y me temo que así seguimos. No hemos todavía dicho ni mú de lo que pasó con la Agenda 2020 cuando ya tenemos Estrategia 2030, 2040 y hasta 2050, que no se diga.
Y es que si queremos competir con Estados Unidos y China (¿en serio debemos plantearnos este objetivo social y político en una Unión de países?) me temo que con los chinos no tenemos nada que hacer haciendo Planes Quinquenales que tratan de emularles (aquí hay que recordar otro trilema: en un mundo globalizado no se pueden mantener simultáneamente la democracia, la soberanía nacional y una integración económica profunda, y a China lo primero le da igual), y con los Estados Unidos no deberíamos compararnos en estos términos.
A ver es muy fácil: Estados Unidos es un país, nosotros somos veintisiete, y con muchas desavenencias como buenos vecinos de la misma corrala, a la hora de poner cosas en común. Sí, es cierto que en tecnología los USA van por delante, pero eso no genera ningún impacto positivo ni en la esperanza de vida de su población, ni en sus niveles educativos, ni en la mejora de la desigualdad de la renta, algo en lo que les ganamos por goleada.
Conviene tener presente esto cuando hablamos de supremacía tecnológica estadounidense. Desde que comenzó el siglo XXI, que coincide grosso modo con la explosión de la sociedad digital e internet, la renta per capita en Estados Unidos se ha doblado, pero paradójicamente ha crecido la desigualdad de manera muy evidente y está cayendo la longevidad de su población.
¿Esto es lo que queremos? ¿Competir con ellos con sus mismas reglas para ir deteriorando sus ya pírricos niveles de bienestar? No quiero decir que Europa deba desentenderse por completo de la carrera tecnológica, con las grandes herramientas de IA al frente de esta competición, pero sí deberíamos reflexionar con más profundidad sobre nuestras fortalezas y debilidades, siendo conscientes de los distintos modelos.
Es bastante sencillo: nunca seremos como los chinos (y además creo que la mayoría de los europeos no querrían vivir en un régimen de falta de libertades como ellos lo hacen), y tampoco queremos un modelo que nos habla de grandes unicornios digitales globales, mientras que en su mismo país 42 millones de personas reciben cheques de comida para llevarse algo a la boca cada día, o en el que los hombres viven de media 6 años menos que la media de los países de la OCDE.
El llamado péndulo de la Historia (estamos pasando de un consenso “globalista y woke” a uno “libertario y de defensa del mercantilismo”) está ejerciendo una fuerza de atracción que tiene atrapada a la brújula de Von der Layen en un campo magnético que nos vuelve majaretas a todos los europeos. Creo que la Presidenta está escuchando cantos de sirena. En vez de centrarse en lo que realmente podemos hacer: innovar, sí, pero al modo europeo ¿Cuál es el modelo exitoso de Mistral? ¿Por qué no lo seguimos?
Después de la Segunda Guerra Mundial Europa se convirtió por varias décadas en el modelo de democracia y de estado de bienestar que era único en el mundo. ¿Cómo lo hizo? No dejándose llevar ni por el individualismo liberal de mercado norteamericano, ni por el estalinismo del bloque soviético, sino protagonizando gran “innovación” en el corpus social: un gran acuerdo entre el Capital y el Trabajo para tener lo mejor de ambos modelos teóricos.
Me temo que no vamos a salir de esta si no conseguimos volver a este tipo de grandes acuerdos, y no como ahora, que parece que todo tiene que hacerse o a favor del mercado, y por tanto en contra del Estado, o a la inversa. Francia acaba de anunciar una gigantesca inversión multimillonaria para impulsar la Inteligencia Artificial en un modelo de colaboración público-privado que puede convertirse en un modelo a seguir.
Le aconsejaría a la presidenta de la Comisión que deje de alumbrar cada año una nueva Epifanía y pongámonos a trabajar en el marco que los europeos hemos construido y que nos ha dado las mejores décadas de nuestra Historia. Es decir, volver a los básicos, o dicho de otro modo: regresar al hogar, es decir, volver triunfante a nuestra Itaca. Sabemos cuál es. Y no es ni asiática, ni está en Marte en el jardín trasero de Musk.