Esta semana, muchos de nosotros hemos tenido uno de los momentos más placenteros del año: el de borrar la aplicación del Mobile World Congress de nuestros móviles (el ilustre compañero Alfonso de Castañeda incluso lo subió a sus redes sociales). Es el sinónimo de que ha acabado la feria, de una nueva edición superada, de haber sobrevivido a un nuevo desfile de personalidades, pasillos interminables, anuncios inabarcables y propuestas sin parangón. El equivalente a tumbarse en el sofá con una cerveza tras un arduo día de trabajo.
Lo vivido estos días es lo que queda en la memoria, en ese archivo de ediciones que vamos acumulando y que sirven para situar muchas de las tendencias que se han ido sucediendo en el sector. Por ejemplo, puedo recordar perfectamente cuándo se produjo la última burbuja asociada al metaverso por las intensas conversaciones al respecto en un autobús camino de la Fira con el analista Hernán Rodríguez y el buen amigo Pablo Fernández. También cuando muchos dudábamos de la pertinencia de esta feria, antaño convertida en un salón del automóvil. O la épica tarde en que se decidió la cancelación del evento por la inminente pandemia, con un infinito cruce de teléfonos escacharrados intentando obtener información de primera mano.
Como pueden percibir, queridos lectores, son ya unas cuantas las ediciones del MWC a mis espaldas. No tantas como las de veteranos iconos del sector, como Pilar Bernat, pero ya son unas pocas. Y su poso es extraordinariamente enriquecedor, pero también genera inevitables sesgos a la hora de interpretar o analizar lo que se ve y cuece en el evento.
Por eso me resulta imposible pasar por alto algunas cuestiones respecto a la recién finalizada cita. Un Mobile World Congress 2025 de récord en cuanto a asistencia, volviendo a ver las riadas de gente que antaño impresionaban y asustaban a partes iguales. Pero también un evento sin apenas presencia de grandes CEO mundiales (al menos sobre el escenario, que entre bambalinas asomaba alguna cara conocida) y que se ha encomendado por entero a dos estandartes: la inteligencia artificial y el 4 Years From Now (4YFN), su vertiente 'startupera'.
Sobre lo primero, la tecnología de moda, era obvio que iba a ser la estrella del MWC 2025. Ya lo fue el año pasado, pero esta industria no entiende de medias tintas y, ante la ausencia de otra gran ola de marketing, la apuesta es a cara descubierta por la IA. El problema ahí radica en que el interés entre las empresas dista mucho de la urgencia que muestran los fabricantes, que eluden en sus previsiones las dificultades asociadas a su implementación, a la regulación imperante o a la incertidumbre que rodea a cualquier nueva inversión tecnológica.
Diría más: la abrumadora presencia de la inteligencia artificial ha hecho pequeñas otras innovaciones de extraordinaria validez y potencial para España, como las mostradas en ámbitos como el aeroespacial (especialmente de movilidad en órbita baja, como bien ha analizado estos días José Manuel Rodríguez), de interconexión de datos, de ciberseguridad... Son muchas las empresas que se han visto obligadas a añadir el apellido de 'IA' a sus desarrollos sólo para poder ser tenidas en cuenta.
Un fenómeno, este último, que ha proliferado especialmente en 4YFN. Allí, el ecosistema emprendedor nacional -porque, seamos honestos, es más patrio que global- se ha congregado una vez más. Sabemos que es un segmento que gusta mucho de los eventos, de las 'conexiones' y el 'networking' que tanto defienden como instrumento para llegar a las 'corporates' (léase en castellano, a sus clientes). Pero llevado al extremo, como está empezando a ocurrir, empieza a convertirse en un nuevo desfile de gurús, autoproclamados salvadores del mundo con una mera app o simples vendedores de humo con zapatillas de diseño.
La unión bajo un mismo techo de ambas citas -MWC y 4YFN- tuvo sentido en los años posteriores a la pandemia por la falta de expositores que cubrieran una experiencia ferial mínimamente decente. Sin embargo, la fusión de ambas en la actualidad es una dicotomía de manual, entre el postureo y las reuniones de alto nivel a puerta cerrada; entre las personalidades de rigor y el sinfín de 'conectores' del ecosistema que se suceden en el mundo startupero. Resulta extraordinariamente difícil separar el trigo de la paja, y eso no es una buena señal en absoluto.
En cualquier caso, y más allá de mis anotaciones personales, lo que queda ahora es disfrutar del espacio que ha dejado vacía la app del MWC. Es el momento de reconocer el inmenso trabajo de quienes se han pateado la Fira estos días (en el caso de DISRUPTORES: Sandra Viñas, Marta Sardá, Beatriz Aznar y Noelia Hernández). De coger aire para lo que resta de curso y empezar a contar los días hasta la siguiente edición. De almacenar en el baúl de los recuerdos lo que hemos visto y oído en Barcelona para poder contar más batallitas el año que viene...