Leo en una entrevista realizada al escritor chileno Benjamín Labatut esta reflexión: "no se puede agregar un fotón de luz al mundo sin agregar su sombra inmediatamente". La frase no es suya, sino de George Dyson, un escritor y divulgador de tecnología norteamericano. Y es ciertamente demoledora, sobre todo si usted se considera un optimista empedernido o antropológico.

Como uno tiene la costumbre, mucho más arraigada desde hace algún tiempo, de poner en almoneda cada idea o frase que lee, pues es la única forma medio razonable de vivir en estos tiempos, se me ocurren varios ejemplos que ponen de relieve esa realidad que anida en todo ser humano: el bien y el mal, la luz y la oscuridad.

Continúa Labatut: "Debido a nuestra naturaleza misma, tenemos que lidiar con esta dualidad. Apenas apuntamos el bien, aparece el mal; cuando adquirimos una virtud, adquirimos un vicio; uno tiene un cuchillo para cazar y salir de las cavernas y con ese mismo cuchillo matas a tu hermano. Esas dualidades son por esencia irresolubles. Y la literatura, a diferencia de la ciencia, abraza la contradicción".

Estas citas que comparto en el texto llegan a mi mente después de hacerme las siguientes preguntas: ¿Qué puede hacer la innovación por conseguir la paz internacional? ¿Acaso la ciencia se muestra incapacitada para ayudarnos en esta materia? He estado tentado de preguntar a una IA generativa a ver si se le ocurre a ella algo que no se nos haya ocurrido a nosotros, pero me he frenado porque bastante tengo ya con las alucinaciones humanas como para añadir otras cuantas de carácter artificial.

¿Será que como dice Labatut tendremos que acudir a las alucinaciones de la literatura y no a la ciencia para explicarnos a nosotros mismos esta contradicción? Dado que estas líneas aparecen en un periódico de tecnología, tendremos que continuar por el lado de la ciencia.

Las preguntas pueden parecer metafísicas a la par que ingenuas, pero en realidad deberían formar parte de la agenda científica, aunque me temo que no caminamos en esa dirección, aunque leo con cierto estupor expresiones como "IA para el bien común" o "Tecnología con propósito". Ahora que soplan de nuevo tambores de guerra mundial deberíamos pararnos a pensar en todo esto desde otra perspectiva.

La ciencia e innovación parten de la idea de que no es necesario explicar que la paz mundial es lo mejor (¿estamos seguros?), por no decir que es el caldo de cultivo necesario e imprescindible para el desarrollo de la humanidad, pero tampoco considera que sea su labor inmiscuirse en algo que corresponde al conjunto de la población y a los líderes políticos de las naciones.

Como la memoria es quebradiza hay que recordar  lo que nos dice la historia: la paz surge como reacción al agotamiento causado por la guerra creando un fenómeno psicológico documentado donde al terminar un conflicto emerge una ola de pacifismo temporal.

Sin embargo, este patrón cíclico revela que la paz no es el estado natural de la humanidad sino una fase de recuperación entre conflictos inevitables. A ver cómo les explicamos a las generaciones occidentales vivas que este remanso de paz en el que vivimos es una excepción a la regla.

La paz mundial es el bien público global por antonomasia. Y ahí el concepto moderno de innovación digamos que cojea en demasía para ayudar en su consecución. A saber: la paz es un bien público (todos los países se benefician de ella sin disminuir su disponibilidad para otros), y anida en su propia naturaleza lo que se conoce como la tragedia de los bienes comunales (como es de todos al mismo tiempo no es de nadie, y por tanto, al no poder asignar derechos de propiedad, nadie se ocupa de ella, provocando el fenómeno del free rider: todos los países se benefician claramente de la acción colectiva en la gestión de la paz, pero existe una tendencia generalizada a esperar que otros tomen la iniciativa y asuman los costes asociados).

Mala cosa para ser resuelta con modelos de innovación que requieren siempre en el horizonte rentabilidades económicas y financieras de las que apropiarse. Este carácter nuclear e intrínseco de la paz plantea desafíos significativos para su mantenimiento y protección en un sistema internacional descentralizado que carece de un gobierno mundial, y donde los esfuerzos para producir y mantener este bien público requieren ingentes recursos de cooperación y solidaridad internacional que frecuentemente chocan con intereses nacionales particulares (y, sobre todo, aunque se cite menos, de las peculiaridades psicológicas de quienes las dirigen. Sobre esto que Javier Recuento denomina el Factor X hablaremos en otra ocasión).

Pero, ¿y si en realidad sucediese al contrario? ¿Y si el conflicto no solamente no constituye un obstáculo sino que en realidad puede convertirse en un acelerador de la innovación? No vean en esto una apología del desorden, mucho menos de la guerra. Vayamos a los datos: El patrón predominante indica una correlación negativa entre ambas categorías. Así, donde existen niveles más altos de violencia e inestabilidad también hay menos capacidad de innovación, pero sin embargo, en contextos específicos, particularmente en tecnología militar y adyacentes, el conflicto puede estimular la innovación.

El ecosistema de startups e innovación de Israel podría ser un claro ejemplo de esto último. En el contexto de conflictos como el de Rusia y Ucrania, las empresas emergentes de tecnología juegan un papel cada vez más relevante, desarrollando desde sistemas de comunicación encriptados hasta drones de vigilancia o análisis de datos para prever movimientos estratégicos. Vamos que todas las herramientas tecnológicas de vanguardia, desde la IA a la computación cuántica, hasta la biotecnología o los nuevos materiales, tienen un primer campo de aplicación real y práctico en la defensa y la seguridad.

Ucrania se está convirtiendo en un gran hub de innovación y la guerra, y por tanto la necesidad de resistencia, se ha convertido en un claro acelerador del proceso, pues el país ha encontrado en la innovación tecnológica la manera de sustituir en el frente a las personas por máquinas. El negocio de la guerra es el mejor escenario para poner en marcha nuevos inventos, siempre fue así. Piensen ustedes en la aviación, en la energía nuclear o en los vuelos no tripulados como ejemplos de esta aseveración.

Un aspecto fundamental del enfoque ucraniano ha sido el desarrollo de soluciones tecnológicas económicas pero efectivas que puedan producirse a gran escala. Los equipos ucranianos trabajan en red, en estrecha colaboración con investigadores, empresas privadas y ministerios gubernamentales para crear tecnologías adaptadas a sus necesidades específicas: drones, software de precisión de artillería e incluso aplicaciones para ciudadanos de grandes ciudades para advertir y salvaguardar a sus ciudadanos de los bombardeos rusos.

Rusia también lo está haciendo al tiempo que muchas fuentes hablan de ataques cibernéticos y de otro tipo a infraestructuras no sólo ucranianas sino occidentales. Una guerra híbrida que espolea la innovación. Tan doloroso para nuestras mentalidades naif occidentales, como cierto. Es terrible pensar en todo esto cuando han muerto cientos de miles de personas. Pero es ingenuo ignorar lo que está ocurriendo y cómo se están conformando las nuevas alianzas a nivel tecnológico.

Ante la nueva posición de Estados Unidos, anunciada por Trump, la UE ha anunciado un gigantesco plan de defensa a desarrollar en los próximos años. Las bolsas han recibido el anuncio con subidas importantes de los valores de empresas de seguridad y defensa. Y a nadie se le oculta que se va a producir un fuerte aumento del número de startups, emprendedores y fondos de inversión que van a acudir al maná de casi un billón de euros que está en el horizonte.

Dentro de cinco y seis años si estas tesis son mínimamente acertadas, vamos a asistir a una explosión de desarrollos tecnológicos relacionados con la seguridad, la defensa y los ámbitos militares. Y es que a pesar del argumento consabido de que la innovación se ve frenada por la regulación, los impuestos y otros típicos “palos en las ruedas” de los que se quejan a menudo los agentes del ecosistema, lo cierto es que no hay nada mejor para estimularla que la escasez, la incertidumbre y la necesidad de supervivencia.

Dicen los teóricos que hay dos tipos de emprendimiento: los que se hacen por convicción y los que se hacen por necesidad. Tal vez Europa encuentre su verdadera piedra filosofal en esta materia en el segundo modelo. Lo que no pudo conseguirse con la sostenibilidad quizá se consiga con la defensa y la seguridad.

Sea como fuere la humanidad vive una contradicción fundamental: mientras la tecnología avanza vertiginosamente en múltiples campos para facilitarnos la vida, la paz internacional permanece como una asignatura pendiente. Esta paradoja refleja nuestra capacidad para innovar en casi cualquier ámbito excepto en la construcción de una paz sostenible, mientras que el conflicto, la inseguridad y finalmente guerra espolean nuestra capacidad humana para el invento.

Vuelvo a las reflexiones del escritor chileno Labatut: de como el "lado oscuro" de la ciencia nos ofrece un marco inquietante para comprender esta dicotomía: nuestro genio innovador también despliega un inmenso potencial destructivo. Y es en esa incertidumbre de nuestra dualidad ancestral donde se encuentran acechando y expectantes nuestros ángeles y demonios cotidianos.