¿Cuántas veces hemos oído hablar en el último mes de las tierras raras? ¿Y cuántas veces lo habíamos hecho en los últimos años? Claramente es un recurso muy importante pero requiere contexto y perspectiva para entender la magnitud del debate. Por cierto, que ni son tierras ni son raras. Son minerales críticos, es decir minerales necesarios para las tecnologías que empleamos a diario y para las futuras, de ahí la pugna por dominarlas.
El problema del contexto y la perspectiva también es muy importante. Según el Informe de Riesgos Globales 2025 de World Economic Forum, se estima que la desinformación es el principal riesgo a corto plazo. Es decir, la proliferación de contenido falso o engañoso está complicando el entorno geopolítico de múltiples formas.
Es un mecanismo clave para que entidades extranjeras influyan en la intención de voto; puede sembrar dudas entre la opinión pública mundial sobre lo que ocurre en zonas de conflicto; o puede utilizarse para perjudicar la imagen de productos o servicios de otro país. El segundo riesgo apuntado por la mayoría de expertos viene de los eventos meteorológicos extremos por el cambio climático.
¿Y qué tienen que ver las mal llamadas tierras raras en esto? Todo. La historia nos enseña que cuando cambia la fuente de energía predominante en el mundo, cambian las relaciones de poder. Los países que transforman la energía en su beneficio ganan una posición económica y política privilegiada y rediseñan el equilibrio de poder mundial. Y ese nuevo equilibrio será el resultado de ganar la carrera tecnológica mundial, que situará a los vencedoras en el pódium de la competitividad.
Las tierras raras son esenciales para producir energía y la curva de demanda de estos minerales es exponencial. Según la Agencia Internacional de la Energía, hasta 2030 la demanda se multiplicará 3,5 veces. Y si miramos los minerales críticos que necesitamos extraer en los próximos 30 años, suman la cantidad que hemos extraído desde el principio de la humanidad hasta hoy.
En litio, por ejemplo, esencial para las baterías del coche eléctrico, la producción mundial ha aumentado un 300% entre 2010 y 2020. La producción de minerales como el grafito y el cobalto aumentará un 500 % de aquí a 2050, sólo para satisfacer la demanda de tecnologías limpias.
Por el lado de la oferta, países como Chile y Australia tienden a dominar la extracción de litio; la República Democrática del Congo domina la de cobalto; Indonesia y Filipinas, el níquel; y China las tierras raras. Pero, el procesamiento de estas extracciones lo domina, en todos los casos, China, que comprendió, hace mucho tiempo, que desempeñar un papel central en las transiciones de otros países le situaría en una posición geoestratégica clave.
La UE, por ejemplo, depende en un 98% de China para las tierras raras. Y qué casualidad que la invasión rusa en Ucrania – país que resulta ser rico en tierras raras - se produjese tan solo ocho meses después de la alianza entre la Unión Europea y Ucrania para diversificar y desarrollar cadenas de suministro de minerales críticos que ayuden a la descarbonización del continente y a materializar el European Green Deal.
Y ahora la negociación del fin de la guerra tiene también en el centro el acceso a las tierras raras… esta vez, por parte de Estados Unidos. Por supuesto, tampoco es una casualidad, es el bucle infinito de la historia que siempre se repite, donde la pugna por los recursos – agua, energía, acero, tecnología, materias primas - es el centro de gravedad de las disputas. Aunque hoy la vivimos con algunas paradojas.
Primera paradoja. Queremos minerales críticos para asegurarnos, entre otras cosas, un futuro descarbonizado, sin exacerbar las emisiones de CO2 y el impacto medioambiental para conseguirlos. Pero la minería tiene un gran impacto climático. Piensa en el tipo y cantidad de energía que se necesita para alimentar los motores mineros, triturar las rocas, transformar las menas en minerales y producir materiales. La industria minera es responsable, si se tienen en cuenta las emisiones de Scope 3 (indirectas), de hasta el 28% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero.
Segunda paradoja. Muchos de los depósitos de tierras raras se encuentran en países con altos índices de corrupción. Estados frágiles como Sri Lanka, o ya muy afectados por el cambio climático, o por conflictos, como Myanmar y la República Centroafricana. Cambiar o eliminar ecosistemas a través de la minería y la deforestación socavaría aún más su seguridad. Y la del planeta.
Pero hay solución. La innovación tecnológica está creando formas más eficientes, asequibles y responsables con el medio ambiente de extraer y procesar minerales. Y no solo eso, también esa innovación reduce la necesidad de suministro de materiales críticos, mejorando el reciclaje de los actuales, y la sustitución por otros. No es que extraer las tierras raras no vaya a ser necesaria, pero es el camino fácil, por muy complejo que parezca.
Y ahora entra en escena el ingenio en forma de pensamiento lateral. Eso que algunos críticos se obcecan en llamar utopía.
Podemos reducir nuestra necesidad de energía y materiales. Para empezar, a través de inversiones masivas públicas y privadas en modelos económicos circulares que favorezcan la reutilización, reciclabilidad y la sustitución de materiales, a escala industrial. Solo un 1% de los minerales críticos que utilizamos actualmente en la UE provienen del reciclaje, algo que cambiará drásticamente tras el recién publicado Clean Industrial Deal.
Esta misma semana la Comisión Europea ha aprobado 47 Proyectos Estratégicos de extracción, procesamiento y reciclaje de los minerales críticos en Europa para asegurar nuestra autonomía estratégica, 10 de ellos tendrán lugar en la Península Ibérica. Si tenemos en cuenta que Europa no ha abierto una nueva mina en los últimos 20 años, esta semana marca, sin duda, el inicio de una nueva revolución en las cadenas de valor industriales.
También a través de un marco regulatorio mucho más business-friendly, y de estimular la demanda de productos circulares. Recordemos aquí que China lleva tiempo subvencionando masivamente a sus corporaciones para adoptar innovaciones en sus cadenas de valor... En Europa también podemos innovar para desarrollar tecnologías limpias que necesiten menos materiales críticos o se desarrollen con minerales alternativos más abundantes, o para extraer y procesar minerales críticos en nuestro continente de forma sostenible.
Hay ejemplos europeos de cleantechs que demuestran que no hablamos de utopías. La startup alemana Cylib ha creado una tecnología innovadora y sostenible para el reciclaje de baterías de iones de litio. La estonia Skeleton Technologies está desarrollando un sistema de almacenamiento de energía basado en super baterías que puede utilizarse para descarbonizar vehículos pesados en las explotaciones mineras.
Naco Technologies (Letonia), una tecnología de nano revestimiento que aumenta la eficiencia y la vida útil de componentes críticos en electrolizadores y pilas de combustible sustituyendo la necesidad de iridio y platino.
Matteco (España) produce catalizadores y electrodos de nueva generación para la producción del hidrógeno verde sin minerales críticos, que además hace el electrolizador hasta un 30% más eficiente, superando en rendimiento a los existentes en el mercado. UpCatalyst (Estonia) convierte el CO2 de los gases de combustión de la industria pesada y la biomasa en grafito sintético, necesario para producir ánodos para baterías de vehículos eléctricos. Los ejemplos europeos podrían seguir.
Y para acabar, vamos a la tercera paradoja. Las cleantech están en el centro de los grandes retos y conflictos de la humanidad, pero son la solución, junto a una mirada, como la europea, que aporte visión de conjunto y de futuro, que apueste por la innovación como única solución que no compromete nuestro futuro.
Estas son las innovaciones llamadas a cambiar la fisonomía de la industria en los próximos años. Son la cara del ingenio de la humanidad. La demostración de que solo la humanidad puede salvar a la humanidad. Apostar por este camino no es una utopía. Es cuestión de seguridad, autonomía estratégica, competitividad, y valores. Y solo hay que tener voluntad de hacerlo.