Sólo en un país adormecido (o en estado de shock) como el nuestro se entiende que no hayan saltado todas las alarmas ante un Banco Santander cotizando a 1,84 euros (datos del día anterior a conocerse el anuncio de fusión de CaixaBank y Bankia), un BBVA a 2,43 o nada menos que a 0,33 euros el Sabadell, un precio de saldo.
El Santander presentó en 2019 un plan de inversiones para su digitalización por valor de 20.000 millones de euros a cuatro años, en cuya tarea se ha implicado directamente Microsoft (el propio Bill Gates se habría interesado por el proceso en su condición de «asesor tecnológico» de la compañía que fundó y de viejo conocido de la familia). Pero lo cierto es que la relación valor en Bolsa/número de empleados de la entidad que preside Ana Botín se sitúa, al menos, cuatro veces por debajo de un líder bancario y tecnológico como JP Morgan. ¡Bienvenidos al crack tecnológico del Ibex 35!
Aunque fue escrito pensando en el sector financiero, nuestra élite empresarial debería aplicarse las palabras del informe de Oliver Wyman When Vision and Value Collide: "Solo una cuarta parte de los inversores confía en que las estrategias de transformación digital serán efectivas, y casi ninguno cree que los planes estén bien articulados. Los inversores no entienden en qué invierten las empresas o por qué, ya sea para la eficiencia, el crecimiento o la capacidad de recuperación operativa. A menudo no saben qué abarca la transformación o dónde se sitúa el final del juego, no ven ninguna métrica útil sobre el progreso, y desconfían en gran medida del caso coste-beneficio de importantes inversiones en tecnología". Sin este análisis no se puede comprender en su totalidad el comportamiento de las cotizaciones de nuestras empresas-locomotora.
En una de las últimas ediciones de la feria Cebit en Alemania el entonces Chief Digital Officer de Volkswagen (hoy en Mobileye de Intel), Johann Jungwirth, presentó su idea de "Plataforma Digital y Ecosistema" con las que consideraba que serían las empresas implicadas en el futuro negocio del automóvil. las distribuyó en tres porciones: Tienda de Movilidad, en la que reunió a los ganadores en logística, economía colaborativa, red eléctrica y smart city; la Tienda del Automóvil, con los que serían referentes en hardware, software y servicios; y la Tienda de Contenido, con empresas de entretenimiento (Netflix y Spotify), comercios (Amazon y Ebay), trabajo (Windows) y educación. Según aseguró Jungwirth, el negocio alrededor del automóvil multiplicaría por diez el valor del propio coche. Pero ¿aparecía en ese ecosistema clave para la industria del futuro alguna empresa española? No. ¡Bienvenidos al crack tecnológico del Ibex 35!
El cuadro que acompaña esta información refleja con qué crudeza diferencia el mercado en tiempos de crisis entre los productores y los consumidores de conocimiento. Mientras el Nasdaq se dispara tras el estallido de la pandemia, nuestro índice bursátil de referencia se hunde en la depresión. Se oyen aún los ecos del lamento del Príncipe de Asturias Avelino Corma, que ha tenido que vender el 80% de sus patentes fuera de España porque aquí nadie se las ha querido comprar.
Directivos del sector tecnológico que operan en España se debaten estos días entre la satisfacción porque al fin la digitalización ha pasado al primer plano de la estrategia económica, tanto política como empresarial, y la incertidumbre ante el poderoso proceso de destrucción creativa al que nos vamos a ver abocados (a quienes preguntaban en Génova en agosto por qué la cúpula del PP estaba desaparecida les solían contestar que la propia realidad hará el trabajo de desgaste político los próximos meses).
Todo va a cambiar de forma traumática, con las pymes como principales víctimas del tsunami digital que se avecina, para que todo siga igual, en un remedo de Tomasi di Lampedusa: la sombra de las grandes tecnológicas sobre la economía será cada vez más dominante.
La clave es si Europa responderá al desafío unida o dejará a cada país a su suerte. Y parece ser que nos abocamos a lo segundo. Hasta el plan de recuperación diseñado por la UE parece contagiado de este clima de sometimiento al statu quo global. Baja, por ejemplo, el presupuesto previsto para líneas de ayuda orientadas a generar (no estrictamente a comprar) conocimiento, como el programa Horizon Europe 2021-2027, las dirigidas a reforzar la I+D de la economía productiva.
El contraste de este recorte con la realidad del conjunto del programa es demoledor. Por primera vez la Comisión Europea acudirá a los mercados de capitales para obtener financiación por valor de 750.000 millones de euros, la cuantía del total del plan de recuperación. El tejido productivo tendrá que esperar a que el Gobierno elabore un proyecto adecuado para solicitar los fondos europeos y a que Bruselas capte el dinero de los inversores para repartirlo. La economía financiera es la gran vencedora en este proceso y los líderes tecnológicos la palanca.
La batalla de la Covid -como todas las grandes batallas de la historia- la liderarán, en fin, los países con los mejores centros de conocimiento y la pagarán los que carecen de ellos. Es la hora de dar el salto.
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