La bandera de Ucrania ondea por toda la capital de Letonia. En edificios públicos, en empresas, en ventanas de particulares y hasta en las muñecas de algunos jóvenes, que unen dos pulseras con los colores azul y amarillo. En los parques se multiplican ofrendas a las víctimas y carteles contra Putin y su guerra.
A veces la cruda realidad se impone a las buenas palabras y mejores deseos mirando al futuro. Y así, una cumbre multilateral de alto nivel para hablar de negocios, energía, transporte, digitalización e innovación acaba chocando con las urgencias del momento. Y con algunos peajes tecnológicos heredados del pasado. Eso que en innovación suelen llamar legacy.
Es lo que ha ocurrido en la Cumbre de los Tres Mares, celebrada en Riga, en la que se ha hablado de la guerra, siempre mencionada como “la agresión rusa” y la fragmentación física de algunas infraestructuras clave, como las ferroviarias, más que de los planes para establecer conexiones transfronterizas físicas y digitales.
La Iniciativa de los Tres Mares (3SI) es una peculiar organización, poco conocida a este lado de Europa, que abarca una franja de cooperación de norte a sur en Centroeuropa. Son doce países y 111 millones de habitantes. Los tres mares a los que alude el nombre son el Báltico, el Negro y el Adriático.
El presidente polaco, Andrezj Duda, cuenta cómo empezó todo en 2015, en un panel de muy alto nivel con otros nueve presidentes de Estado, un primer ministro y el vicepresidente de la CE, Valdis Dombrovskis.
La creación del grupo
Fue en una reunión con la entonces presidenta de Croacia, Kolinda Grabar-Kitarović, relata Duda, para hablar sobre energía. Decidieron crear una conexión de gas licuado, del Báltico al Adriático, que en 2016 ya estaba operativa. Pero, de paso, se plantearon crear o mejorar otras conexiones de ferrocarriles y carreteras.
Esa relación, que inexorablemente implica a Hungría y Eslovaquia, porque están en medio, se amplió a la República Checa, Eslovenia y Austria, por el centro; Lituania, Letonia y Estonia, por el norte, completando la relación con el Báltico; y Rumanía y Bulgaria, por el sureste, para conectar con el mar Negro.
Desde entonces, el grupo celebra una reunión anual, cada vez en un país diferente, que en esta ocasión se ha topado con la realidad de una guerra vecina, resucitadora de fantasmas no tan lejanos de cuando todos menos Austria estaban controlados por Moscú.
Probablemente la declaración más rotunda de la cumbre, aparte de las coincidentes condenas a Rusia y la solidaridad con Ucrania, son las palabras del letón Dombrovskis, en nombre de la CE. El vicepresidente europeo reafirma, ante las amenazas rusas, que Lituania no ha impuesto sanciones propias, al cerrar el paso por su territorio al enclave ruso de Kaliningrado, sino que ha aplicado las establecidas por la Unión Europea.
[Lituania bloquea el transporte de mercancías en Kaliningrado y aumenta la tensión Rusia-UE]
Todo esto, tan alejado de los planteamientos habituales en reuniones para hablar sobre el impulso y aprovechamiento de avances tecnológicos, apenas deja aire para los paneles más técnicos.
En estos se plantearon planes para extender conexiones 5G transfronterizas, que faciliten las rutas de carreteras inteligentes, y proyectos de captura de CO2, para producir combustibles sintéticos.
La herencia soviética del ferrocarril
Como proyectos más urgentes y pegados a la realidad, la cumbre constata el gravísimo inconveniente que suponen las diferencias en el ancho de vías de los ferrocarriles. Es una herencia de la Europa partida en dos bloques. Los países de la órbita soviética conservan una separación entre raíles de 1,520 a 1,524 metros, mientras que el ancho estándar europeo son 1,435 metros.
No se pueden embarcar mercancías ni personas en un tren directo desde Odessa (Ucrania), ni desde, por ejemplo, Rzeszow (Polonia), hasta Ámsterdam o Marsella. Esto supone que el grano almacenado en Ucrania, cuya ausencia en los mercados mundiales va a provocar hambrunas, no puede llegar al resto de Europa (y luego, África, Asia) por tren, sin pasar por un penoso trasvase en alguna de las antiguas fronteras.
En España conocemos esos inconvenientes: la red de ferrocarril convencional, conectada con Portugal, tiene un ancho de 1,668 metros. Sin embargo, nuestra alta velocidad se construye con el ancho europeo.
Hace décadas que Talgo inventó un sistema de ancho variable para los trenes modificando la separación de las ruedas, lo que les permite pasar a Francia usando un tramo de adaptación. En otros puntos nacionales ya se hace esa adaptación, como en Antequera (Málaga), para que los trenes puedan usar la vía del AVE a Sevilla y cambiar luego a tramos de 'ancho español'.
Pero, tanto si se utiliza la solución tecnológica en el material rodante (construyendo las pertinentes estaciones de adaptación), como si se renuevan los trazados de las vías (cambiando el ancho), la conexión ferroviaria del Este de Europa requerirá una gran inversión, con disponibilidad a medio y largo plazo.
La necesidad creada por la paralización del grano ucraniano es muy urgente. Y no siempre las urgencias se resuelven apelando a la innovación cuando se trata de grandes infraestructuras.
El puerto de Burgas
El camino natural de salida para esas exportaciones es a través del mar, pero el puerto ucraniano de Odessa está sometido al bloqueo de la marina rusa. Los siguientes puertos, llegando a ellos por tren, estarían en Rumanía o Bulgaria.
Precisamente una de las noticias concretas de la cumbre de los Tres Mares es la decisión de adquirir “una parte significativa” del puerto de Burgas, en Bulgaria, a través del fondo propio de inversión de 3SI, para mejorar y modernizar sus infraestructuras.
El puerto de Burgas es el más cercano de la UE al estrecho del Bósforo (Estambul, Turquía), que da paso del mar Negro al Mediterráneo. Es, por tanto, una infraestructura con un enorme valor estratégico y logístico para la zona, que también acerca a Oriente a través de Georgia, para conectar con la rica región petrolera de Azerbaiyán.
La otra noticia relevante es la inversión de 300 millones de dólares de Estados Unidos (invitado en la cumbre junto con Alemania y la Comisión Europea) a través de su International Development Finance Corporation.
Ese dinero, aportado directamente al Fondo de Inversión 3SI, se dedicará a financiar “infraestructuras que mejoren la seguridad energética”, según el CEO del organismo estadounidense, Scott A. Nathan, que también lo contrapone como defensa ante “la agresión rusa en Europa”.
Aparte de esa inversión, el fondo estadounidense ofrece compromisos hasta 1.300 millones de euros para proyectos enfocados en desarrollo sostenible mediante diversificación energética, gasoductos y mejora de la conectividad en la región.
Beata Daszynska-Muzyczka, presidenta del banco polaco de desarrollo y del consejo supervisor del fondo 3SI, entiende que son “inversiones críticas para la cohesión de la UE y el crecimiento económico”.
Hambre de inversiones
El fondo común de los doce países ha invertido ya en asuntos bastante concretos: la compra de Cargounit, una compañía logística polaca, especializada en el leasing de locomotoras ferroviarias (eléctricas y diésel); la construcción del centro de datos Tier3/Tier4 en Estonia, a través de una inversión en Greenergy Data Centers; y la adquisición de una parte mayoritaria en Enery, un desarrollador de energías renovables con sede en Viena.
Afirma el primer ministro letón, Krišjānis Kariņš, que su país, idea extensible a las otras repúblicas bálticas, sigue siendo un lugar “seguro para invertir, con hambre de inversiones”, poniéndose como ejemplo del dinamismo de la región. “Somos pequeños y resilientes”, dice.
La idea de seguridad la apoya en el respaldo de la OTAN (flota el fantasma ruso sobre la cumbre), cuyos integrantes subirán el presupuesto en defensa al 2,2% desde el 2%, y en la propia pulsión innovadora, pese a contar con “pocos inversores ángeles”.
En cinco años, asegura el premier, ha sido “exponencial el crecimiento en electrónica”. En 5G ahora produce “también hardware” y se explaya con tecnología verde, detectores de radiación, industria de defensa, comunicaciones, vehículo conectado…
La búlgara Kristalina Georgieva, directora gerente del Fondo Monetario Internacional, refuerza la tesis de que “en una sola generación, la región ha reducido a la mitad la brecha con Europa Occidental gracias a la innovación y el trabajo duro”.
Lo más inmediato que se plantea la cumbre es reafirmar la cooperación. Y resolver los problemas de la energía con colaboración hasta el nivel “de organizar a cada individuo”, empezando por “sincronizar” sus redes eléctricas.
Se habla tímidamente de hidrógeno y nuclear, además de abordar grandes proyectos de generación renovable. El más concreto, aprovechar las especiales condiciones que ofrece el mar Báltico con eólicas offshore. Se estima que la transición energética requerirá inversiones de 100.000 millones.
“En la transición habrá ganadores y perdedores, pero tiene que ser equitativa”, sentencia Karlis Vasarais, vicepresidente ejecutivo de la compañía canadiense-letona Valent Low-Carbon Technologíes, abogando por conseguir “flexibilidad en las infraestructuras”.
“Necesitamos reglas comunes, que deben servir para compartir, no para levantar muros”, remata el polaco Michal Kanownik, presidente del consejo de la asociación digital de Polonia.
La próxima cita será en Rumanía. A ver en qué circunstancias.