El estudio de Thomas Piketty sobre la desigualdad publicado en el libro El capital en el siglo XXI puso sobre la mesa las cifras implacables de la desigualdad. La concentración de la riqueza en los propietarios del capital amenaza con fracturar la sociedad occidental, por lo que es el mayor reto al que se tienen que enfrentar los países. Esta situación es todavía más grave en España.
Según los datos de Oxfam Intermon, España es el segundo país de la OCDE donde más ha aumentado la desigualdad desde el inicio de la crisis, solo por detrás de Chipre. Ricardo Fuentes, director ejecutivo de la ONG en México, ha analizado la evolución de la desigualdad alrededor del mundo en las últimas décadas. Expone la realidad que se ha encontrado sin tapujos, cruda como es para muchas personas, pero también ofrece sus recetas para ir hacia un mundo más igualitario.
La desigualdad es uno de los temas candentes que ha dejado la crisis. Y no ocurre sólo entre las regiones ricas y las pobres, sino también dentro de cada país. ¿Existen datos empíricos que confirmen este aumento de la desigualdad?
Una de las cosas que nosotros identificamos en los estudios que estamos haciendo es un cambio de tendencia después de la crisis financiera global de 2008. Si nos fijamos en la riqueza (no en el ingreso), vemos que el 1% más rico controla más del 50% de la riqueza del mundo. Cuando nos dimos cuenta de este cambio de la tendencia, lanzamos una publicación, que fue en enero de 2015 e hicimos una predicción.
En ese momento la proporción de la riqueza en manos del 1% era del 48/49% y dijimos que, tal y como iba el ritmo de concentración, que para finales de 2016, llegarían a controlar más del 50%, y resulta que sucedió antes de lo que habíamos dicho con la tendencia. En otras palabras, la concentración de la riqueza cada vez se produce más rápido.
Esta tendencia también ocurre dentro de cada país. Es algo notorio. Por ejemplo, en Estados Unidos, casi toda la recuperación ha ido a las manos del 1% más rico. Esto explica muchas cosas, incluido el desencanto de la clase media trabajadora con los políticos.
¿Esto significa que estamos desmontando las clases medias?
Eso es lo que hemos visto nosotros. Por ejemplo, los salarios medios se han estancado y en algunos casos han caído. Esto significa que la idea de que para progresar socialmente necesitabas trabajar y encontrar un empleo fijo, deja de ser cierta. Lo que ocurre es que existe un gran desencanto en grandes proporciones de la población, que pese a tener trabajo, les supone un gran esfuerzo pagar sus alquileres, los recibos, etc.
Lo que subyace en esta respuesta es que una permeabilidad muy baja para pasar de unas clases sociales a otras.
Exacto. Es el nuevo sistema feudal: la movilidad social se está estancando. Lo que está sucediendo es que la dispersión de los ingresos está aumentando tanto que es mucho más difícil pasar de un peldaño a otro. Si uno piensa que esta movilidad social es como una escalera, lo que está sucediendo es que los peldaños se están alejando más y eso hace que cada vez sea más difícil saltar de unos a otros. La gente que nace pobre, se mantiene pobre toda su vida y sus hijos son mucho más pobres.
La creación de millones de empleos en situación de explotación no puede ser parte de la solución
Hay muchos estudios que señalan que incluso los hijos con talento de las familias pobres tienen mucha más dificultad para acceder a universidades de primer nivel y una vez que acceden, son remunerados con peores salarios. Este un ciclo de mantenimiento de los privilegios y las élites que es una gran preocupación porque uno podría entenderlo como un nuevo sistema feudal.
Hay quien dice que esta situación de baja permeabilidad es cíclica, como consecuencia de la crisis, pero que cuando se acabe, volverá otra vez la redistribución de la renta y la riqueza.
No, los datos muestran que la concentración de la riqueza es una tendencia de largo plazo y que se ha acelerado después de la crisis financiera global. El punto de quiebra fue alrededor de 1980 y esto tiene que ver con la primera ola de liberalización económica y de los mercados financieros y la pérdida de poder de los sindicatos.
En el primer documento de desigualdad que realizó Oxfam Intermon vimos que, para los 26 países en los que hay datos entre 1980 y 2010, en 24 de ellos se produjo un incremento en la concentración del ingreso. Los únicos dos países que no la habían aumentado eran Holanda y Colombia, que tenía ya un nivel muy alto. Esta tendencia es más notable en países anglosajones, por ejemplo, en EEUU se duplicó, pero también ha sucedido en países de los que intuitivamente pensamos que son más igualitarios, como los países nórdicos. Esto demuestra que es una tendencia de largo plazo, que tiene al menos tres décadas, y que tiene que ver con cambios en las estructuras económicas.
¿Qué tipo de cambios?
Son los cambios surgidos de la globalización y de las revoluciones tecnológicas que a su vez permitieron cambiar las instituciones y las políticas públicas que, en último término, han permitido que esto se siga reproduciendo. Estamos en una espiral donde unos ciertos choques, de la globalización y tecnológico, permitieron cambiar todo. Cómo se toman las decisiones políticas, qué aparece en los presupuestos, quién decide en qué tecnologías se invierte…
¿Eso significa que quienes toman las decisiones son los grupos de poder?
Sí, claro, y ese es el punto más importante de nuestro trabajo sobre la desigualdad. La concentración de recursos económicos está altamente relacionada con la distribución del poder. Deciden cuál va a ser el salario mínimo, los impuestos, la estructuración del mercado laboral…
¿Esto significa que la democracia es un espejismo?
Eso es muy interesante. Una de las citas que utilizamos en nuestros documentos es de un juez estadounidense de la Gran Depresión que dijo: “Uno puede tener una gran concentración del ingreso o una democracia, pero no puede tener las dos cosas”. Lo que estamos viendo con el ascenso de los populismos alrededor del mundo, tanto de izquierdas como de derechas, es un desencanto con los sistemas políticos, porque lo que está sucediendo es que las democracias no están cubriendo las necesidades de la gran mayoría de la población. Esta narrativa de la desigualdad es particularmente importante en el mundo porque no solo está sucediendo en países pobres, también está ocurriendo en los ricos.
Durante mucho tiempo ha existido el axioma de que los países más prósperos son los que reparten mejor su riqueza y su renta. ¿Esto es así?
Depende, hay casos en que sí y casos en que no. El punto que nosotros estamos entendiendo mejor, aunque todavía necesitamos estudiarlo más, es que los países que distribuyen mejor el ingreso y la riqueza van a ir mejor si los sistemas son justos, abiertos y que permitan la innovación.
Los datos muestran que la concentración de la riqueza es una tendencia de largo plazo que se ha acelerado tras la crisis financiera
Lo que es muy curioso es que esta concentración de la riqueza está asociada al poder y una de sus mejores representaciones son los monopolios y los oligopolios. Un monopolio es un arreglo económico ineficiente donde existe extracción de rentas, que es una transferencia de rentas de los consumidores, que pagan un precio extra por comprarle a un monopolista. Estamos viendo ahora una concentración de mercados en la mayor parte de las industrias. Por ejemplo en el sector financiero a nivel mundial, en telecomunicaciones, en distribución de alimentos… Esto lo que hace es que encarece el precio de los bienes para el resto de la población y, sobre todo, inhibe la competencia, la innovación, la creación de riqueza y todo aquello que la teoría económica clásica diría que es fundamental para el progreso. Lo que hace es convertirse en un capitalismo de amigos.
¿Lo que dice es que existe un entramado en las élites destinado a mantener su posición de poder?
En el momento histórico en el que vivimos existen muchos mecanismos para mantener esos privilegios, no solo educativos, también lo que se llaman las habilidades suaves: redes sociales, una manera de comunicar, las capacidades para tener participación activa en la sociedad… Las élites del mundo dedican un gasto enorme en la preparación de los hijos desde muy temprano y, sobre todo, un gran esfuerzo a la creación de redes entre ellos. Esto va de la mano con esta idea de una movilidad social que se reduce.
Es intolerable que cada persona vaya a permanecer siempre en la clase social en la que nació, independientemente de la capacidad intelectual, o del esfuerzo. La idea de la meritocracia empieza a ser un mito, entonces deja de ser una meritocracia y pasa a ser una plutocracia. Lo que nos preocupa mucho es cómo la relación de la riqueza con el poder está generando sociedades que nos llevan a sistemas arcaicos muy rígidos y con pocas oportunidades.
Las personas que han tenido acceso a los procesos de la globalización se han beneficiado muchísimo y el resto de la sociedad se ha quedado muy rezagada
El problema de la desigualdad también levanta los miedos más oscuros de las sociedades, los miedos nativistas, los miedos antimigratorios, incluso los miedos segregacionistas. En nuestro análisis no lo habíamos percibido hasta ahora y es algo muy preocupante.
El último informe de Oxfam Intermon publicado en enero denuncia que España es el segundo país de la OCDE donde más ha crecido la desigualdad durante la crisis, solo por detrás de Chipre. ¿Qué es lo que hemos hecho mal?
Yo no conozco el caso de España al detalle, pero en general, lo que ha ocurrido en Europa es que las reglas del sistema político han cambiado mucho más lentamente que los procesos económicos derivados de la globalización. Por eso, las personas que han tenido acceso a los procesos de la globalización se han beneficiado muchísimo y el resto de la sociedad se ha quedado muy rezagada. Esto es algo que empezamos a entender ahora.
Hay algunas consecuencias positivas de la globalización, por ejemplo una buena parte de la reducción de la pobreza de ingresos alrededor del mundo tiene que ver con estos procesos de integración. Estas cosas son buenas, pero también hay cosas muy malas y estas tienen que ver con la marginación de la clase media y la clase trabajadora en países de ingresos altos, como es España. Hay que analizar qué fue lo que cambió con la globalización y tratar de encontrar las políticas públicas que den oportunidades a la mayor parte de la gente y esto es lo que yo creo que no estamos haciendo.
¿Significa que hay una extracción de rentas de las clases medias de los países desarrollados hacia los trabajadores de los países pobres y los propietarios del capital?
Esa es la gran pregunta para los siguientes años. El mundo sigue generando riqueza, por eso tenemos que inventar un sistema en donde la globalización pueda seguir creando riqueza pero esté mucho mejor distribuida. De lo contrario, tendremos enojo y frustración en la sociedad.
¿Un país puede pelear en solitario contra los efectos negativos de la globalización?
Yo creo que sí es posible, pero lo que es importante es la cooperación internacional. Tiene que dejar de ser comprendida como la ayuda de los países ricos a los países pobres, sino como la forma de cambiar las reglas internacionales que permiten a las élites, por ejemplo, evadir impuestos, o mover su dinero sin que exista un registro.
El tema del cambio climático también es importante, porque aunque no tiene que ver con riqueza tangible, sí es un problema de distribución de riesgos. Ahí la cooperación internacional tiene que ser muy grande. Es una agenda muy amplia que va a llevar muchos años, pero que es fundamental para el bienestar de toda la humanidad.
Hay ciertos indicadores que sugieren que los líderes alrededor del mundo se están dando cuenta de que hay que cambiar las cosas. Por ejemplo, ya se está hablando mucho más de evasión fiscal que hace 10 años. Mi preocupación es que estas discusiones ocurren a una velocidad mucho menor de la que están sucediendo los cambios. Uno de los desafíos es que a nivel internacional no hay una rendición de cuentas. Por eso organizaciones internacionales como Oxfam tienen que reinventarse para tratar de contribuir a eso.
En España hay un debate candente sobre las empresas que se llevan la producción industrial a los países donde los costes laborales son más bajos. ¿Es algo positivo o negativo?
Crear empleos en condiciones de explotación no puede ser considerado algo bueno. Es cierto que hay cuestiones positivas en que las empresas inviertan en estos países, pero también ignora condiciones muy precarias que están sucediendo. La pregunta es cómo hacerlo de modo que haya salarios dignos. Si la inversión se está yendo a Bangladesh, por ejemplo, hay que ver cuáles son las condiciones laborales allí, los derechos de organización, el salario que se está pagando…
Se puede tener un ingreso muy concentrado, o una democracia, pero no se puede tener las dos cosas
Lo que sucede muchas veces es que las empresas que tienen capacidad transnacional incumplen en otros países reglas muy básicas que serían imposibles de violar en Europa. Normas laborales, por ejemplo, o ambientales. Eso tiene que cambiar y es muy sencillo, si hay una regla en Europa, esa regla debe cumplirse en otros países.
Pero entonces las empresas no se irían de Europa y entonces no habría inversión en Bangladesh.
Tal vez habría menos inversión, pero sería de más calidad. Entonces tendríamos que encontrar el punto medio. La creación de millones de empleos en situación de explotación no puede ser parte de la solución. Hay que encontrar los beneficios de esta movilidad de capitales, pero necesitamos que las políticas no sean tan dispares como para que acaben perjudicando gente en Europa y gente en el sur de Asia.
Tenemos que incorporar todo esto a un debate público para tomar todas estas decisiones de forma democrática. El problema es si nos encontramos ante sistemas que cada vez dejan menos espacio a la conversación democrática y a la representación de la ciudadanía. En ese caso, ¿cuál es el paso anterior? Lo que nosotros estamos promoviendo es lo que llamamos ciudadanía activa. Puede parecer algo muy desconectado promover la organización ciudadana para luchar contra la desigualdad económica, pero dadas todas estas cosas que estamos conversando, es un paso esencial. La ciudadanía tiene que recuperar su potestad ante la toma de decisiones públicas. Si no hacemos eso, todas estas discusiones van a seguir en manos de un grupo muy pequeño que van a tomar las decisiones en base a su interés y no en el de la mayoría.
Para mí ese es el gran optimismo, porque veo una gran organización ciudadana alrededor del mundo, los ciudadanos están hartos, y lo hemos visto desde el inicio de la crisis con movimientos como Occupy Wall Street, los indignados, o en México con la reacción ante los casos de conflictos de interés en el gobierno y los casos de desapariciones. Hay muchísima energía en la ciudadanía. La pregunta es ver cómo se transforma esa energía en poder político real para poder asegurar que todas las discusiones y la toma de decisiones sean democráticas.
¿Se puede canalizar a través de los sistemas democráticos que hay actualmente?
Yo creo que no es demasiado tarde. Se necesita muchísima organización, valor e inteligencia, pero creo que todavía es posible.