“Went off to school and learned to serve the state, followed the rules and drank his vodka straight, the only way to live was drown the hate” Billy Joel



Una de las ironías de nuestro tiempo es que la mal llamada 'nueva política' rescata del cajón de donde nunca debieron salir algunas de las ideas económicas más desastrosas. En los últimos debates a los que he asistido, aparece como gran idea, como novedad para mejorar el desempleo y la temporalidad, la glorificación de los regímenes comunistas y la economía planificada.



Decía Henry Kissinger que el comunismo suele ser muy popular allá donde no ha gobernado, y parece que aquí algunos le dan esa cualidad mágica que nos ha llevado a llamar “socialdemócrata” al intervencionismo y comunismo más retrogrado.

Los efectos de la economía planificada son siempre los mismos:



- La mala asignación de capital se perpetúa por decisión de un comité

- La productividad e incentivos para mejorar e innovar se dilapidan.

- Y, lo que es más importante, los efectos negativos se mantienen durante décadas

Por ello, analizar los errores de la economía planificada es siempre bueno mirando a una cultura similar. O un mismo país. Alemania. Decía un amigo que el comunismo es un sistema tan malo que ni los alemanes fueron capaces de hacerlo funcionar. 

El New York Times mostraba hace poco como, a pesar de haberse invertido más de 1 billón de euros en la reunificación alemana, y conseguir que el PIB per cápita de Alemania del Este se duplique en los últimos 25 años, persiste parte del retraso acumulado durante el régimen comunista, que hizo que el PIB per cápita del Este comparado con el de Alemania Occidental fuera menos de un tercio. La economía de la Alemania del Este colapsó bajo el peso de su industria obsoleta, de la acumulación delirante de inventarios para “aumentar el PIB” aunque no se vendieran, y su régimen quebró, ante el peso de una deuda impagable, contraída tanto con la URSS como con otros países.

¿Cómo se atacó el problema? Con más planes de “crecimiento” estatal, más gasto y más deuda. En “The Plans That Failed” de G. Pritchard se describe con todo rigor como el planificador estatal agrandaba el agujero ante la negativa a reconocer problemas evidentes de productividad y obsolescencia con el único objetivo de "producir”, acudiendo a la represión cuando su “paraíso” generaba descontento generalizado .

Y esa es la preocupación. Que los desequilibrios y retrasos creados durante el periodo de planificación comunista tardan décadas en solventarse. Y aunque se haga un esfuerzo posterior de generosidad a la alemana (equiparando la moneda de uno y otro lado, y creando un ente, Treuhand, que hizo todo lo posible por capitalizar y mantener viva la zombificada industria del Este), fracasa. He tenido la oportunidad de leer dos estudios magníficos, Economic Growth in Europe Since 1945 (Crafts, Toniolo, Cambridge University) y Planning Ahead and Falling Behind (J. Sleifer) y sorprende como, incluso si usamos las cifras de PIB manipuladas por el régimen para dar cifras de crecimiento espectaculares, el retraso con respecto a Alemania Occidental era tan brutal que en 1990 el PIB per capita en el Oeste era de 22.000 euros comparado con 9.400 en el Este, más del doble.

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El propio Nicholas Crafts autor de Economic Growth In Europe, explica que, si las cifras de crecimiento de PIB de Alemania del Este hubieran sido ciertas, habrían alcanzado al Oeste en productividad y calidad de vida y la revolución de 1989 no se habría dado. Sin embargo, los ciudadanos se escapaban en una sola dirección. Pero incluso si nos las creemos, la diferencia es abrumadora. En The Rise and Fall of the Soviet Economy de P. Hanson, un estudio nada negativo con la URSS, se nos muestra otra evidencia. Por qué colapsa un régimen que es una potencia mundial militar y en materias primas y, sin embargo, vence una potencia importadora neta de petróleo y otras commodities.



Décadas de mala gestión económica, unidas a un régimen corrupto y decadente, llevaron a que la URSS se desintegrase por sí sola. Algunos nos repiten una y otra vez que el estado debe gestionar la economía y no tener criterios “economicistas”. En realidad, lo que termina ocurriendo cuando el sector estatal pierde los más elementales objetivos económicos es que el problema que crea se acumula y termina hundiendo el propio sistema. La planificación no es mala cuando se tienen en cuenta los cambios de ciclo, cuando no se destruye la meritocracia y el beneficio, que es en sí mismo el ejemplo de que la planificación funciona. Cuando se convierte en un dogma para perpetuar el control político a costa de todo, no solo no se consigue prosperidad ni calidad de vida, sino que se dejan los efectos negativos durante décadas.

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Lo que no ha funcionado nunca -poner el control de la actividad económica en manos de políticos- no va a funcionar ahora. El capitalismo tiene muchos errores, pero una ventaja clara, se adapta a la realidad cambiante y los subsana para persistir. El comunismo la ignora y persevera en lo que decide el burócrata que es correcto, y cuando no funciona, usa la represión sobre sus ciudadanos en vez de adaptarse.Me dirán ustedes que todo esto lo sabe todo el mundo, que vaya novedad. Pero no. La corriente que glorifica el intervencionismo más represor no para y, lo que es peor, se extiende. El que se cree que no funcionó en la URSS, Venezuela, Cuba, Corea del Norte o Alemania del Este porque no lo aplicó un grupo de profesores españoles, está condenado a repetirlo.