De joven comunista a socialista. Pablo Iglesias cambió de piel ideológica delante de los espectadores de El Objetivo sin titubear. "Nos hacemos mayores, cuando uno es candidato a la presidencia del Gobierno tiene que decir las cosas que puede hacer... Me siento orgulloso de haber sido un joven comunista...pero como candidato a presidente del Gobierno (soy) socialista como Allende”, dijo.
El súbito envejecimiento político de Pablo Iglesias no tiene que ver, como dice él, con etiquetas ideológicas, sino con el oportunismo político. Mientras en las elecciones europeas el votante admite discursos radicales, en los comicios nacionales, no. Eso obliga a atemperar las palabras. El viaje de Podemos del populismo, chavista o peronista, hacia la socialdemocracia nórdica continúa. E Iglesias, que acaba de incorporar a los comunistas a su coalición, reniega de ellos con tal de seducir al votante y conquistar más poder.
Las comparaciones, siempre inexactas, abren un abanico de consideraciones sobre el viraje político de Iglesias. Primero, sociológicamente, nadie más lejos de Salvador Allende que Pablo Iglesias. El chileno era hijo de una familia aristocrática de origen vasco con conexiones masónicas y liberales. Allende, que era médico, tenía gustos pequeñoburgueses: le encantaban las chaquetas de tweed inglés, el whisky (Chivas a ser posible), la segunda vivienda en el campo, y tenía una amante que era públicamente conocida con la que llevaba una vida paralela a la familiar. Si alguien se parecía a Salvador Allende en el mundo era el líder francés François Mitterrand.
Quizá el único punto en común de Iglesias con Allende sea su obstinación por alcanzar el poder: el chileno se presentó cuatro veces a las elecciones presidenciales entre 1952 y 1970.
Cuando Allende ganó las elecciones de 1970 por apenas 39.000 votos, su postura no era exactamente socialdemócrata, sino la de un socialista revolucionario. La revolución de Castro en Cuba dejó una huella profunda en la izquierda latinoamericana que se debatía entre la vía insurreccional o revolucionaria y la electoral o democrático-burguesa. En 1969, todas las fracciones de la izquierda y grupos desprendidos del centro socialcristiano formaron la Unidad Popular que eligió como candidato a Allende frente al candidato comunista, Pablo Neruda.
Frente al gradualismo de los comunistas, los socialistas querían hacer la revolución en el acto
Desde ese momento, los comunistas chilenos serían los más disciplinados aliados de Allende, quien plantea la vía chilena al socialismo, "con vino y empanadas", consistente en conquistar las instituciones por la vía democrática y de ahí evolucionar hacia la dictadura del proletariado sin aclarar muy bien qué iba a suponer eso. En cambio, el Partido Socialista, que él había creado, no dejó de poner en cuestión su gestión presidencial, exigiéndole medidas cada vez más extremas. Frente al gradualismo de los comunistas, los socialistas querían hacer la revolución ya, de inmediato, inspirados por sus asesores cubanos, cuya influencia finalmente se reveló desafortunada.
Antes de que Allende fuera elegido presidente, EEUU ya había iniciado una campaña de desestabilización de la izquierda. Pero eso, lejos de atemorizar a Allende, lo envalentonó. Cuba, la Unión Soviética y el movimiento de países no alineados pasaron a ser sus principales aliados.
Desastre económico
Su gran fiasco fue la gestión económica, que recuerda mucho a lo sucedido en Venezuela con Maduro. Allende expropió -usando un resquicio de la ley- la minería, la banca, la industria y controló el comercio. Casi el 60% de la economía chilena quedó en manos del Estado. Se lanzó en una loca carrera de emisión inorgánica de dinero para financiar el gasto público.
Los chilenos pobres tenían más dinero que nunca en los bolsillos, pero no había nada que adquirir en los comercios porque el aparato productivo -expropiado- colapsó. Los obreros se tomaban sus empresas para que el Estado las nacionalizara y eso provocaba violencia y parálisis económica. Se calcula que la inflación superó el 1.000% en 1973, su último año. Los productos básicos, cuyos precios y distribución controlaba el Gobierno, sólo se conseguían con cartillas de racionamiento que se obtenían en virtud de la simpatía política. Para comprar sin cartilla había que hacer largas colas. En este trabajo de Rudiger Dornbusch y Sebastián Edwards hay un excelente resumen del experimento populista de Salvador Allende en el campo económico.
El populismo tiene consecuencias desastrosas precisamente para aquellos a quienes dice que quiere beneficiar
Los autores, que también estudian el caso peruano con el primer gobierno de Alan García, aportan, además, una de las mejores definiciones conocidas de populismo: "Está claro que los dos modelos de populismos que consideramos aquí llevan a consecuencias desastrosas para aquellos a los que se suponía que iba a beneficiar".
Siendo gravísimo el desastre económico, Allende también fracasó políticamente al no poder controlar la variopinta coalición que lo llevó al poder. Él presumía de su “muñeca política”, al tiempo que la giraba en el aire para demostrar su finezza, pero en realidad fue superado por los extremistas. El asesinato político pasó a ser una nueva realidad en Chile. La violencia en las calles, donde se enfrentaban ciudadanos de ambos bandos, era un hecho cotidiano. El presidente era incapaz de restablecer el orden y estaba cada vez más aislado. Para intentar salir del atolladero, invitó a los jefes de las fuerzas armadas a integrarse en su gabinete de ministros. El jefe del Ejército, Carlos Prats, fue su ministro del Interior, jefe político del gobierno. Otros altos oficiales ocuparon responsabilidades de gobierno, cuestión inusual en el Chile de la época.
El 7 de septiembre, cinco días antes del golpe militar del general Augusto Pinochet, que había sucedido a Prats al frente del Ejército, Allende advertía dramáticamente que apenas quedaba harina "para tres o cuatro días". Es famosa la bronca que le echó el martes 11 de septiembre de 1973 a los delegados socialistas -cuyo secretario general pedía el día anterior que se repartieran armas al pueblo- cuando estos se presentaron en La Moneda asediada para mostrarle perruna lealtad cuando ya la suerte de su gobierno estaba echada.
El cruento golpe de Chile marcó a nivel mundial el pacífico acomodo del socialismo, el mercado y la democracia representativa
El golpe de Estado en Chile conmocionó a la izquierda y le obligó a revisar sus postulados. La vía insurreccional quedó descartada en Europa. La dictadura del proletariado cayó en desuso. Chile fue uno de los hechos que hizo que Mitterrand, por ejemplo, matizara sus ideas y estrategias. El líder francés distinguía entre el socialismo de penuria y el de la abundancia que ofrecía para Francia. Su cambio de perspectiva, unido a la evolución de la socialdemocracia noreuropea, llevo a décadas de pacífico acomodo entre el socialismo, el mercado y la democracia representativa.
Allende, que prefirió suicidarse antes que ser depuesto por los militares, siempre había advertido a sus correligionarios que ganar el gobierno no significaba conquistar el poder en una sociedad. Pablo Iglesias repite frecuentemente esta frase y la une a la idea de la hegemonía social de Gramsci. Lo realmente novedoso de Iglesias es que ha recuperado la idea de imponer la hegemonía social, que se da de bruces con el pluralismo de la democracia liberal, y ha resucitado para cierta izquierda esa visión totalizadora de la realidad -que lleva a la exclusión del disidente- que la dramática experiencia de Allende había superado.