La segunda votación de investidura de Mariano Rajoy acabó en un ambiente bronco que presagia unas inminentes terceras elecciones. No sólo los cantos de sirena –más bien gritos- de Pablo Iglesias pidiéndole a Pedro Sánchez que aproveche para tomar la iniciativa (porque el sorpasso puede producirse a la tercera) o las provocaciones de Gabriel Rufián tensaron el ambiente, también el anuncio de Albert Rivera de que su acuerdo de investidura con el PP caducaba ayer dispararon los reflejos presidencialistas del PP.
Los ‘populares’ llegaron convencidos de que Pedro Sánchez pediría la cabeza de Mariano Rajoy después de que Felipe González aludiera a ello en Colombia. En un determinado momento, cuando se dirigió a los bancos del PP, pareció que Sánchez lo formularía expresamente. Pero si lo hizo, no quedó registro de ello. Quizá contribuyó a la confusión el hecho de que Sánchez hablara desde la tribuna sin papeles, cosa inhabitual en un parlamentario español.
Pero la sesión, que ya venía revirada porque Rajoy había insistido en machacar el hígado de Sánchez en su intervención, se acabó de torcer definitivamente cuando Rivera recordó que el acuerdo de investidura se autodestruiría al terminar la sesión. Esto ya se sabía, pero ayer se discutía en el Congreso si ha sido un error de Rivera anunciar de manera tan expresa la hora de caducidad en medio de la sesión.
Lo cierto es que Rajoy olió el peligro, pensó que había un acuerdo entre Rivera y Sánchez para exigirle que se hiciera a un lado, y desde la dirección del PP se instruyó a Hernando para que usara sus minutos en la tribuna para repartir mamporros contra Rivera, Sánchez e Iglesias, y se olvidara de cualquier acuerdo o negociación. Hernando, que todo lo que se le ordena lo hace con gran entusiasmo, no dejó títere con cabeza y arrasó con todos los puentes. Un PP más consciente de su poder y menos nervioso quizá podía haber reaccionado con más templanza.
Hernando fue explícito al señalar que el PP no tendrá otro candidato que Rajoy y en recordar a los españoles que esto no es la democracia inglesa donde los líderes de los partidos, por muchos votos que tengan, no valen más que sus compañeros de partido. Baste recordar la forma en que la todopoderosa Margaret Thatcher fue apeada del poder.
En el PP dicen que el nombre de Rajoy no es negociable. “Si cedemos con él, después objetarán a otro y después a otro”, explica un diputado.
La política española ha entrado en un frustrante bucle. La situación de bloqueo es tal que la iniciativa vuelve a manos del Rey, después de que Ana Pastor le comunique que las Cortes han vuelto a rechazar, por segunda vez en pocos meses, a su candidato. Salvo que se produzca un movimiento imprevisto, muchos diputados esperan ahora que las próximas elecciones que resuelvan la situación sean las vascas.