Berlin

El Nord Stream 2, nombre del deseado proyecto del gigante energético estatal ruso Gazprom en el mar Báltico, puede que tuviera un futuro prometedor si dependiera exclusivamente de criterios económicos. Sin embargo, la construcción de otro gaseoducto como el ya existente Nord Stream se enfrenta a un contexto de marcada incertidumbre. En él, Alemania está ante un dilema. A saber, ¿Le conviene más a Berlín apostar por un proyecto que le convertiría en un centro de distribución de gas a nivel continental o es mejor alinearse con los que ven en ese proyecto una tentativa rusa de evitar incómodos territorios de tránsito como Polonia o, más aún, Ucrania?

En Alemania, país al que llega el gas del Nord Stream y que también sería receptor de la materia prima que Gazprom quiere transportar a Europa sin pasar por otras vías del este continental, hay visiones encontradas al respecto. En las últimas fechas han sonado prominentes voces en contra, pero también las hay a favor. Por ejemplo, Thyssengas, una importante operadora de transporte de gas con sede en Dortmund. Su CEO, Axel Botzenhard, manifestaba recientemente su deseo de “cooperar más con Gazprom”.

Según lo previsto por sus responsables, el Nord Stream 2 empezaría a traer gas a Alemania a finales de en 2019. Ya se han hecho trabajos de viabilidad y se está avanzando en lo relativo al impacto medioambiental del proyecto. Paralelamente, sus responsables han comenzado con el proceso administrativo que obligar a la compañía a conseguir permisos de Suecia, Dinamarca, Finlandia, Alemania y Rusia. El trayecto del gaseoducto pasa por aguas de esos países.

El proyecto está valorado en 8.000 millones de euros. Para finales de este año se habrán invertido unos 600 millones de euros, según algunas evaluaciones filtradas a la prensa. Gazprom, propietaria de la empresa Nord Stream 2 AG, parece estar dispuesta a asumir los costes.

Para Europa, el gas ruso representa, de media, algo más de un 35% de las importaciones, según datos de Eurostat, la oficina de estadística de la Unión Europea. Sin embargo, hay países de la UE que dependen casi exclusivamente del gas ruso. Por ello esta fuente de energía se ha mantenido al margen de las sanciones contra el país de Vladimir Putin por su implicación en el conflicto civil ucraniano.

INTERESANTE PARA ALEMANIA, DIFÍCIL PARA EUROPA

“El Nord Stream 2 un proyecto comercial donde las decisiones de inversiones dependen de Gazprom”, y en el que “se facilitará hacer que Alemania se convierta en un núcleo de distribución de gas comercial”, plantea a El Español Kirsten Westphal, experta en cuestiones energéticas del Instituto Alemán para Asuntos Internacionales y de Seguridad (SWP, por sus siglas alemanas). “Desde un punto de vista económico es un proyecto interesante para Alemania, pero la historia no se queda ahí, es un proyecto difícil en vista de los planes de la Unión Energética”, añade.

Alude así Westphal a las intenciones de la UE de diversificar fuentes de energía y las rutas de abastecimiento. Por otro lado, las autoridades de competencia comunitarias aún tienen que dar su visto bueno al proyecto. Éste se fundamenta en el supuesto de que Europa producirá menos y necesitará más gas en las próximas dos décadas.

Hay estimaciones que sitúan las necesidades en 120.000 millones de metros cúbicos. El Nord Stream 2 podría aportar hasta 55.000 millones de metros cúbicos, según los responsables de la empresa que gestiona el proyecto.

En principio, Gazprom había sumado a su causa un grupo de firmas europeas interesadas en participar en el proyecto. Entre ellas figuraban las energéticas Engie, de Francia, la anglo-holandesa Shell y las alemanas Wintershall y Univer, filiales del grupo químico BASF y de E.ON respectivamente. Sin embargo, las autoridades de competencia polacas lograron este verano desactivar esa alianza, denunciando que el Nord Stream 2 reafirmaría a Gazprom en su posición dominante en el mercado del gas europeo.

Las autoridades polacas pudieron interceder por la actividad que mantienen esas energéticas occidentales en su territorio. El varapalo no parece haber afectado a los promotores del proyecto. “Polonia quiere convertirse en un núcleo de distribución de gas en el noreste de Europa, ser capaz de exportar a Lituania, Ucrania y la República Checa”, explica Jens Müller, responsable de comunicación Nord Stream 2 AG.

Para él, esa es la base de las críticas al proyecto que llegan desde Polonia, uno de los tradicionales países de tránsito de gas ruso, junto con Ucrania y Bielorrusia. “Los intereses económicos de muchos países llevan a criticar este proyecto por viejos miedos de dependencia, monopolio, chantaje y todo eso”, afirma Müller, aludiendo al Nord Stream 2. “Es más fácil para algunos países criticar a Rusia por razones políticas y tratar de evitar la implementación de futuros competidores”, añade.

UN PROYECTO POLÍTICO

En su día, el primer Nord Stream ya permitió a Gazprom evitar Polonia y Ucrania. Insistir en esa ruta con una segunda versión de esa infraestructura constituye, en realidad, “un proyecto político”, según los términos de Claudia Kemfert, experta en cuestiones energéticas del Instituto de Investigación Económica de Berlín (DIW, por sus siglas inglesas).

“El principal objetivo es evitar la ruta a través de Ucrania, Polonia y Bielorrusia”, señala esta experta, más bien reacia a ver ventajas en el proyecto. Para ella el Nord Stream 2 “incrementa la dependencia de un exportador de gas, Rusia”, cuando “la estrategia de Europa es diversificar las importaciones de energía”. Lo que Kemfert califica de “difícil situación con Rusia” - refiriéndose a la tensión entre Moscú y el resto de capitales occidentales - no facilita que haya un ambiente plenamente favorable al proyecto en Alemania.

Así, el democristiano Norbert Röttgen, compañero de partido la canciller Ángela Merkel y todo un presidente de la comisión de Asuntos Exteriores del Bundestag ha señalado que el Nord Stream 2 “amenaza la seguridad de Polonia, Ucrania y de los Países Bálticos”. Röttgen es de los que piensa que el Gobierno alemán debería abandonar su actual posición. Ésta, según él, consiste en considerar los planes de Gazprom como “un proyecto empresarial y no político”.

VINCULOS ENTRE SOCIALDEMÓCRATAS Y GAZPROM

En realidad, Angela Merkel no se ha pronunciado a las claras al respecto. La canciller, sin dejar de considerar a Ucrania como país de tránsito de gas ruso, ha calificado el proyecto como una “propuesta de negocio” que precisa de un “necesario marco legal”. El socialdemócrata Sigmar Gabriel, vicecanciller y ministro de Economía, señalaba a principios de año que el Nord Stream 2 sólo puede ser una solución siempre y cuando Ucrania se mantenga en su papel actual.

Según Kemfert, entre los socialdemócratas alemanes, el Nord Stream 2 cuenta con más adeptos. “El ex canciller Gerhard Schröder es miembro del consejo asesor de la empresa Nord Stream 2 AG”, dice la experta del DIW. “Hay una fuerte conexión entre él y el proyecto por su posición, y también con el partido socialdemócrata”, abunda. Schröder es miembro desde hace una década del comité de vigilancia de Nord Stream AG, la empresa responsable de la primera infraestructura para gas del mar Báltico, un proyecto en el que Schröder y Putin se implicaron personalmente en su día.

“Existe una tradición de cooperación entre Alemania y Rusia”, según Kemfert. Esa relación, en buena medida, también está detrás de que Alemania todavía no se haya posicionado sobre el proyecto. “Alemania tiene que buscar qué papel jugar”, sostiene la investigadora del DIW.

Entre tanto, Müller, el responsable de comunicación Nord Stream 2 AG, concluye que su compañía, siendo “consciente del debate geopolítico”, está “tratando de hacer sus deberes, respondiendo a los compromisos previstos”.

Todo sea porque esta iniciativa no acabe como el South Stream, otro proyecto de gaseoducto que aspiraba a traer gas ruso hasta el sur europeo a través del mar Negro propuesto por Gazprom, junto a la italiana Eni, la francesa Électricité de France y Wintershall. Fue cancelado por no estar conforme con la legislación comunitaria en materia de competencia. El gigante ruso apostó y perdió en él 17.000 millones de euros.