“And I will pray to a big god, as I kneel in the big church” Peter Gabriel
Imagine por un momento que es usted un ciudadano británico, dudando ante el escenario del Brexit. Enciende usted la televisión británica y escucha al presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, decir lo siguiente:
- Que los veintisiete países estén en el euro y en Schengen en 2019
- Que “no somos ingenuos defensores del libre comercio”
- Que Europa necesita un superministro europeo de Economía y Finanzas que sea también vicepresidente de la Comisión y presidente del Eurogrupo.
- Que se cree un Fondo Monetario Europeo
Probablemente en ese instante muchas dudas se disipen. Desafortunadamente, para los que quisiéramos que el Reino Unido permanezca en la Unión Europea, en el sentido contrario a nuestros deseos.
El discurso de Juncker del pasado día 13 no buscaba una postura de acercamiento a Reino Unido, sino profundizar en el actual modelo de la eurozona a toda costa. Se presentaba como una oportunidad para recordar su proyecto de Unión Europea, claramente basado en el dirigismo económico y financiero francés, y muy lejos de la apertura y libertad económica anglosajona, irlandesa u holandesa.
Ese es el gran problema. El mensaje de “más Europa” siempre se orienta a “más intervencionismo”.
Hace unas semanas poníamos en duda en esta columna el mensaje triunfalista de la Comisión Europea afirmando que “Europa ha salido de la crisis gracias a la acción decisiva de la Unión Europea”. Con el discurso de Juncker podemos decir que desaparece el más mínimo atisbo de aprovechar el Brexit para mejorar en libertad, flexibilidad y dinamismo.
En lugar de reflexionar sobre la razón por la cual la hiper-regulada y mega-intervenida Europa ha tardado más del triple que otros países en salir de la crisis, nos encontramos ante la clásica respuesta del poder burocrático. Si Europa crece menos, crea menos empleo y sale más tarde de la crisis no es por exceso de burocracia, sino porque no hay suficiente. Corremos el riesgo de caer en la glorificación de la norma ante todo, de la uniformidad absoluta, del dirigismo obsoleto que no tiene nada que ver con los plurales, libres y diversos Estados Unidos de América y que muestra demasiadas coincidencias con aquella Unión Soviética, de atroz recuerdo, dependiente del politburó.
La llamada de Juncker a la eficiencia puede interpretarse como una brizna de aire fresco, pero contrasta con la realidad. Según el Foro Regulación Inteligente y con los datos oficiales de la Unión Europea para 2015, los países miembros están sujetos a más de 40.000 normas por el mero hecho de formar parte de las instituciones comunitarias. En total, incluyendo reglas, directivas, especificaciones sectoriales e industriales y jurisprudencia, estiman que son unas 135.000 normas de obligado cumplimiento.
La llamada de Juncker a la eficiencia puede interpretarse como una brizna de aire fresco, pero contrasta con la realidad.
Un Fondo Monetario Europeo no deja de ser un subterfugio para dar barra libre a la financiación descontrolada de elefantes blancos a mayor gloria de gobiernos y sectores rentistas. Ante el evidente fracaso del ya olvidado “plan Juncker”, no nos planteamos el fracaso del constante despilfarro en planes industriales y de estímulo que han llevado a la Unión Europea a sobrecapacidad estructural de más del 20% y a enormes agujeros. Según Transparency International, en la Unión Europea, entre un 10% y hasta un 20% del total de los contratos públicos se pierde en sobrecostes y el cinco por ciento del presupuesto anual de la UE no se justifica.
No se le había ocurrido nunca a nadie. Un mega Fondo Monetario que financie con fondos ilimitados a los proyectos más megalómanos del poder político y un superministro que se una a los demás superministros y las superestructuras nacionales y supranacionales. Una estrategia que ha funcionado perfectamente nunca.
Un modelo incorrecto
El problema fundamental de estas propuestas es que profundizan en un modelo incorrecto, que se puede mejorar aprendiendo de los mismos que pretende enviar al ostracismo, sean británicos, finlandeses, irlandeses u holandeses.
Que ninguno de los asesores y ayudantes de Juncker, o él mismo, se hayan cuestionado la conveniencia de incluir las siguientes frases, es revelador: “No somos ingenuos defensores del libre comercio”, “Proponemos un nuevo marco comunitario para el control de inversiones”.
Se trata de crear un santuario de adoración a la burocracia cueste lo que cueste, y cubrirlo con gastos innecesarios
Pero no. No se trata de corregir los evidentes errores del dirigismo. No se trata de preguntarse de manera seria por qué Europa no tiene un Google, un Amazon o un Apple mientras mantiene dinosaurios conglomerados. No se trata de mejorar en apertura para que el capital inversor que encuentra riesgos en otros países entre en Europa. Se trata de imponer el dirigismo por encima de todo, funcione o no. Se trata de crear un santuario de adoración a la burocracia cueste lo que cueste, y cubrirlo con gastos innecesarios y quemar la impresora cuando la evidencia del estancamiento se imponga tras los rebotes mínimos.
Lo peor no es que el ciudadano británico piense “menos mal que nos hemos salido”. Ese está perdido desde hace tiempo. Lo peor es que se ignore a toda una parte de la Unión Europea que no comulga con la fotocopia del dirigismo francés, desde Irlanda a Holanda. Cuando equiparamos más Europa a más intervencionismo, corremos el riesgo de ser menos. Mucho menos.