“Good things never last nothing's in the past it always seems to come again” Ronnie James Dio
La semana pasada hablamos del impuesto a la banca que en realidad es un impuesto al ahorro y a los clientes. Y siguiendo con esta moda del subterfugio lingüístico de los impuestos finalistas que no lo son, llegamos a los “impuestos medioambientales”.
Cualquiera de mis lectores recordará como, durante años, se ha incentivado la compra de vehículos de gasóleo, se nos ha repetido una y otra vez su conveniencia, porque emiten menos CO2. Para ello, la gasolina sufría más impuestos. Ahora van a “equiparar” la fiscalidad del gasóleo a la de la gasolina. ¿Cómo van a equiparar? Subiendo los impuestos al gasóleo. Equiparar, subir. Casi dos millones de usuarios podrían ver sus facturas subir hasta un 9%.
Usted, cuando compra un litro de impuestos tal vez ignore lo que compra. No, no es una errata, usted compra un litro de impuestos. Paga más impuestos que petróleo.
Como detalla Absolutexe, la composición del precio de venta al público medio de mayo de 2018 del Gasóleo A y la Gasolina de 95 Octanos muestra que el precio sin impuestos sería, para el Gasóleo A, 0,636€/litro y para la Gasolina 95 sería 0,624€/litro. Impuestos del 47,75% y 52,46% respectivamente. El porcentaje de coste de producción en la gasolina es menos del 36%, y en el gasóleo cerca del 40.
¿Impuestos verdes?
Primero, ya existen. España recaudó más de un 5% del total de ingresos fiscales en la llamada “fiscalidad verde”, más de 20.700 millones de euros en 2017.
Segundo, no son finalistas. Como explicamos en La madre de todas las batallas (Deusto), la fiscalidad medioambiental solo se utiliza como elemento recaudatorio, no finalista.
Usted y yo pagamos una enorme cantidad de subvenciones a energías renovables e impuestos en la factura eléctrica, más del 60% del total. Pues bien, los impuestos “verdes” a gasolina o gasóleo no se usarán para reducir esa carga. Pagaremos por las subvenciones, por el petróleo y por todo varias veces.
Los impuestos mal llamados medioambientales están diseñados para lucrarse del consumo, y en ningún caso para financiar o reducir la carga de los costes que soportamos en la electricidad.
Los impuestos mal llamados medioambientales están diseñados para lucrarse del consumo, y en ningún caso para financiar o reducir la carga de los costes que soportamos en la electricidad
De hecho, cuando la utilización de energías fósiles cae, y con ello la recaudación, los insaciables estados siempre aumentan la fiscalidad de otros conceptos y de las energías sustitutivas. A ver si se cree usted que si dejásemos de consumir gasolina no le iban a cobrar en la electricidad lo que se deja de recaudar. Así, estos impuestos se convierten en un factor de destrucción de competitividad y, encima, ni protegen ni cambian el patrón energético.
El modelo energético no se cambia vía impositiva y el planeta no se salva haciéndole a usted pagar más. Se hace vía innovación y competencia. Estados Unidos ha reducido más sus emisiones que la Unión Europea desde 2009 sin acudir al intervencionismo paternalista.
Adicionalmente, son impuestos regresivos. Perjudican más a los menos favorecidos. Hay multitud de estudios que, desde la corrección política de sus autores, no pueden evitar mostrar lo evidente. Tanto Aasness y Larsen (Distributional effects of environmental taxes on transportation) como Grainger y Kolstad (Who pays a price on carbon?) o Smith (The distributional consequences of taxes on energy and the carbon content of fuels) reconocen la regresividad.
Son impuestos regresivos, no finalistas, no reducen el coste de las energías renovables ni de la factura eléctrica y, por lo tanto, nada incentivadores del cambio.
Si lo que quisiéramos fuera incentivar el cambio de modelo energético y que las tecnologías disruptivas crecieran no lo haríamos vía impuestos ineficaces y subvenciones anticompetitivas. Lo haríamos vía competencia, apertura de mercado y deducciones fiscales.
La Unión Europea subvenciona el acero, la construcción, la química y el carbón mientras le cobra por “salvar el planeta”
Pero es que los que ponen estas etiquetas “verdes” a los nuevos sablazos saben perfectamente que cambiar el modelo energético de manera eficiente y competitiva reduce el consumo y baja los ingresos fiscales. Porque la tecnología, la eficiencia y la competencia son desinflacionistas y fiscalmente devastadoras para el recaudador. Por eso es más fácil presentarse como “verde”, pero sostener el modelo de toda la vida haciéndole a usted pagar más.
Por eso vamos a pagar a la vez las subvenciones a la construcción de automóviles, al carbón -ese no lo tocan-, a los países productores, el impuesto al CO2, a la gasolina, al gas natural, a las renovables, la cogeneración, la interrumpibilidad, la tasa municipal, la local, la carretera y lo que haga falta.
Pero la Unión Europea dice que “tenemos margen”. La misma que subvenciona el acero, la construcción, la química y el carbón mientras le cobra por “salvar el planeta”. La Unión Europea que es un 9,7% de las emisiones de CO2 del planeta, pero el 100% del coste. Porque son impuestos “verdes”. Por el color del billete que sale de su bolsillo mientras lee este artículo.
Luego nos preguntamos por qué ni somos competitivos ni lideramos el cambio.