La inminente salida de Christine Lagarde del Fondo Monetario Internacional (FMI) abre una compleja batalla por su reemplazo al frente de un organismo clave en el sistema financiero internacional, que ha dirigido desde 2011.
"Estoy honrada de haber sido nominada para la Presidencia del Banco Central Europeo", indicó Lagarde en un comunicado.
"A la luz de esto, y tras consultar con el comité de ética del Directorio Ejecutivo del FMI, he decidido renunciar de manera temporal a mis responsabilidades como directora gerente del Fondo durante el periodo de nominación", agregó en su breve anuncio.
El Directorio Ejecutivo del Fondo, formado por 24 miembros, emitió un comunicado en el que afirmó que tomaba nota de la nominación de Lagarde al Banco Central Europeo: "Aceptamos la decisión de la señora Lagarde de ceder temporalmente sus responsabilidades en el FMI durante el período de nominación".
"Tenemos plena confianza en el primer subdirector gerente, David Lipton, como director gerente interino del FMI", dijo el Directorio Ejecutivo del Fondo.
Aunque todavía le restaban dos años de mandato al frente de la institución que presidía desde 2011, lo cierto es que desde hacía tiempo se rumoreaba sobre la posibilidad de que Lagarde cruzase de nuevo el Atlántico de vuelta a Europa.
La más inesperado es el cargo escogido: presidenta del todopoderoso Banco Central Europeo (BCE), en un momento en que el órgano emisor europeo ha decidido aplazar el fin del estímulo monetario para apoyar la todavía endeble recuperación en la zona euro.
Lagarde, abogada de formación y con una amplia experiencia política, no es economista.
En Washington, no obstante, ha logrado hacerse respetar como la primera mujer al frente del Fondo en sus más de siete décadas de historia y mantener el rumbo de la institución en plena tormenta con la profunda y peligrosa crisis de deuda en Europa, incluida la mancha del dudoso éxito del programa de rescate a Grecia.
Entre sus logros figuran haber dado mayor flexibilidad al organismo que es referente de la ortodoxia económica mundial y aumentar el énfasis en la desigualdad, el cambio climático y cuestiones de género.
Deja abierto, asimismo, el mayor programa en la historia de la institución con Argentina, por valor de 56.000 millones de dólares.
Ahora se abre el complicado escenario sobre quién le sucederá al frente del Fondo, un puesto clave en la arquitectura económica mundial y que responde a un delicado equilibrio de poder.
Fruto de una norma no escrita tras los acuerdos de Bretton Woods de 1944 en los que se fundó el FMI y su institución hermana, el Banco Mundial, las grandes potencias se repartieron la designación de la dirección de ambos organismos.
Estados Unidos escoge al presidente del BM, mientras que Europa selecciona al jefe del Fondo.
Este sistema ha generado quejas por parte de las economías emergentes y organizaciones no gubernamentales (ONG), quienes han criticado la falta de transparencia y que no refleje la evolución actual en la economía global.
En 2011, Lagarde compitió con la candidatura del entonces gobernador del Banco de México, Agustín Carstens. Sin embargo, para su reelección en 2016 salió elegida sin oposición alguna.
"Quiero empezar pronto con Lagarde, fue una gran líder en el FMI pero es hora de un proceso abierto y competitivo para seleccionar a su sucesor - hay candidatos cualificados de otros países más allá de Europa", afirmó en un tuit Charles Kenny, investigador del Center for Global Development.
Precisamente este año, la tradición se mantuvo en el Banco Mundial, cuando el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, seleccionó al candidato para liderarlo, David Malpass, quien asumió el cargo en abril después de que ningún otro país presentase una opción alternativa.