Por convicción personal, por carecer de conocimientos adecuados, por dificultad de acceso o hasta por no saber que existen productos adaptados a sus circunstancias. Hay múltiples causas por las que alguien queda excluido del sistema financiero. Estas personas se encuentran en situación de exclusión financiera, es decir, un grupo que se mantiene al margen de cualquier relación con los bancos. Y si bien es un concepto que se relaciona generalmente con economías poco desarrolladas, tampoco en España nos resulta ajena: por ejemplo, se calcula que en torno a un 6% de la población adulta no tiene una cuenta corriente.
Este dato, recogido en el estudio The Global Findex Database 2017 del World Bank, señala que nuestra economía está en línea con los países del entorno aunque sin destacar especialmente, ya que Dinamarca, Alemania o Suiza, entre otros, rozan el 100%. La realidad es que la población no bancarizada es mayor en zonas con una economía precaria o en poblaciones con pocos recursos educativos.
Independientemente del entorno, las implicaciones y limitaciones de esta exclusión financiera resultan inimaginables en el día a día. Y es que no tener nuestro dinero en un banco parece algo casi impensable. Hay que hacer un ejercicio importante para pensar en cómo sería nuestra vida sin estar bancarizados. Por ejemplo, acciones cotidianas como recibir la nómina lo haríamos en efectivo o mediante un cheque, pagar los recibos de la luz o teléfono lo haríamos acudiendo a las sedes de las compañías o usar efectivo en lugar de tarjetas para realizar nuestros pagos o compras. Esto que parece tan lejano, no lo es para 1.700 millones de personas en el mundo que están en esa situación.
Un problema en zonas rurales
En España, en general, se puede decir que la situación es buena. En 2006 se alcanzaron picos de bancarización, ya que había una red de sucursales que alcanzaba casi sin excepción a lugares y zonas tradicionalmente aisladas. Sin embargo, en la última década han desaparecido 20.000 oficinas, lo que afecta especialmente al entorno rural.
Por un lado, se creaba un problema material y tangible: si no hay lugares de donde sacar dinero y el metálico es la única manera de operar, llegará el momento en el que esa reducción de efectivo pueda afectar negativamente al comercio de las zonas. En definitiva, se pierde competitividad y, en general, opciones de futuro. E incluso lleva aparejados consecuencias menos obvias, como la pérdida de tiempo que puede suponer ir de un lado para otro para pagar recibos o comprar, o incluso el consiguiente deterioro para el medio ambiente que llevan aparejados estos desplazamientos.
La digitalización es una excelente solución para paliar el problema en estos lugares. Por eso, las entidades bancarias han puesto especial énfasis en mejorar la accesibilidad de sus apps y sus páginas web para operar sin dificultad, facilitando al cliente todas las opciones para controlar sus ahorros en las mismas condiciones que si estuviera en la oficina a cualquier hora y con la máxima flexibilidad.
La exclusión financiera, una 'vuelta al pasado'
Pero es que, además, no tener cuentas implica también otras limitaciones en el día a día. Una de ellas afecta a las pagos en efectivo que, por ley, están limitados en caso de que una empresa esté implicada, como la de que no se pueden entregar más de 2.500 euros si no se quiere incurrir en una falta administrativa que conlleva una multa. Además, no disponer de una cuenta corriente genera un problema en las compras online porque solo en algunos casos se ofrece pagar a contra reembolso y, en ocasiones, con un pequeño cargo adicional para esta opción.
La financiación personal también se encuentra con una barrera en el caso de personas sin cuenta corriente. Al quedar sus opciones limitadas al efectivo, el uso de sistemas de pago electrónico como el móvil o las tarjetas de crédito está excluido incluso en las compras más pequeñas. Pero el problema se multiplica en desembolsos de más cuantía, en los que la compra a plazos quedaría excluida, al igual que el acceso a créditos e hipotecas. La única opción a la que podrían atenerse estas personas es a acuerdos de índole personal o privada con otro particular y sin mediación bancaria..
Reducir la brecha digital
La digitalización ha acercado la banca a zonas aisladas y cada vez tiene mayor aceptación, pero ello conlleva un nuevo reto para evitar que, lo que antes era una exclusión financiera por motivos geográficos, pase ahora a tener en la brecha digital el principal enemigo. Y ese riesgo recae, principalmente, sobre la gente de edad avanzada que tiene pocos conocimientos sobre internet y que apenas saben manejarse en el entorno digital.
Consciente del problema que supone estar al margen del sistema bancario por motivos diferentes a la decisión personal, la ONU ha incluido la inclusión financiera en siete de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible que se ha propuesto cumplir hasta 2030.
Comprometidos con ello, Banco Santander también ha priorizado la inclusión financiera en sus metas de banca responsable. La entidad presidida por Ana Botín ya lleva años trabajando en ella con iniciativas como Tuiio, en México, a través de la cual se realizan micropréstamos medios de 400 euros a grupos formados por al menos ocho pequeños emprendedores y solicitados, principalmente, por mujeres. Otro programa de inclusión financiera de gran éxito es Santander Prospera, en Brasil, que desde 2002 ha contribuido a la creación de más de 600.000 pequeños negocios en el país.
Hasta 2025, la entidad pretende alcanzar una decena de objetivos para profundizar en su afán de ejercer una actividad responsable y ofrecer la máxima garantía a sus clientes. Respecto a la inclusión financiera, la meta es integrar a más de diez millones de personas a través de operaciones de microfinanzas, programas de educación financiera y otras herramientas para proporcionar acceso a servicios financieros que, en palabras de la presidenta de la entidad, Ana Botín, “para que las empresas creen empleo, facilitar la inclusión financiera y combatir el cambio climático”.
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