Profesora de la Universidad Complutense de Madrid

Si aplicamos a nuestro protagonista la premisa de la Ley del Liderazgo “Es mejor ser el primero que ser el mejor”, indiscutiblemente Ramón Santillán cumplió con la primera parte ya que fue el primer Gobernador del Banco de España, pero también tiene asegurado un puesto importante en la segunda categoría, ya que si no fue el mejor, sí que fue uno de los “Grandes”, de los que más impronta dejó y el que ha ocupado el cargo durante más tiempo, además de ser uno de los dos únicos que murió desempeñando su cargo.

Pero Santillán no sólo fue el creador y el primer gobernador del Banco de España, sino que fue guerrillero antes de hacerse militar, funcionario antes de ser un alto tecnócrata, fontanero de varios ministros como Alejandro Mon o Juan Bravo Murillo antes de llegar a ser ministro de Hacienda por dos veces, amén de un excelente escritor cuyas obras son pura historia económica y sobre todo financiera de la época. Con todo, no es personaje que aparezca de forma notable en las Historia del siglo XIX español, ya que su vida no fue tan “glamurosa” como la de otros contemporáneos.

Su vida en el campo hacendístico comenzó cuando tenía más de treinta años e ingresó en el Ministerio de Hacienda como un simple funcionario, tras una carrera militar exitosa, pero no excepcional y de su vida personal se conocen pocos detalles. Probablemente, fue el resultado de una modestia excesiva y de no considerarse nunca protagonista, sino más bien como un mero actor secundario de la gran función que era el funcionamiento de la administración. La mayor parte de la información de la que se dispone para conocer al personaje es gracias a las tres Memorias que él mismo escribió, una dedicada a los bancos, otra de carácter fiscal y otra más personal. Todas fueron publicadas póstumamente por expreso deseo de Santillán, consciente de que eran sus reflexiones personales y no estaban basadas en otros testimonios.

Ramón Santillán nació un 31 de agosto de 1791 en la Villa Ducal de Lerma (Burgos) en el seno de una familia de “escasa fortuna”, pero muy preocupada por la educación. Pronto debió destacar como buen estudiante, pues fue acogido por las autoridades eclesiásticas de Lerma y de ahí a la Universidad de Valladolid donde ingresó en 1805, cursando un año de Filosofía, para pasarse a Derecho. Y en esta ciudad donde descubrió su gran pasión por las armas y por la vida militar. Con la invasión de las tropas napoleónicas y el inicio de la Guerra de la Independencia en 1808, Santillán dejó sus estudios y se alistó un año después como guerrillero a las órdenes del cura Merino, uno de los más prestigiosos combatientes contra los franceses, comenzando su carrera militar y viviendo en carne propia las tensiones entre absolutistas y liberales dentro del ejército. El final de su carrera castrense llegó cuando fue acusado, aunque parece que de manera injusta, de haberse excedido en sus funciones contra los partidarios del absolutismo en zonas de Castilla La vieja, lo que acabó con sus huesos en la cárcel, aunque finalmente fue absuelto a finales de 1824. En este periodo, se había casado con María Concepción Herrera Ayala, sobrina del prestigioso hacendista José López de Juana Pinilla, que ejercería un papel muy relevante en la segunda vida de Santillán, la dedicada a la administración. Bajo su protección, Santillán descubrió la Hacienda y sus graves problemas, entrando como oficial a la Contaduría General de Valores. Sus comienzos no debieron ser fáciles, ya que era un “hombre mayor” pues contaba con treinta y cuatro años y acostumbrado a mandar dentro del ejército, tenía que empezar de cero.

Pero su firmeza y tenacidad le iba a permitir sobreponerse a esta vida gris de escribano hasta convertirse en todo lo que fue. Comenzó por formarse y gracias a su valía, ascendió en la carrera funcionarial, mientras iba diseñando el plan para crear una Hacienda moderna donde la soberanía fiscal recayera exclusivamente en el Estado y que pasaba por eliminar la fiscalidad de la Iglesia. En 1836 se produce el salto hacia las “altas esferas”, al ser nombrado por Mendizábal, con quien no compartía ideología, Contador General de Valores. Sin embargo, un año después, fue apartado de su puesto por expresar sus reticencias respecto a la supresión del diezmo. He aquí otro rasgo distintivo de Santillán y que no sería la última vez que se repetiría: la creencia en unos firmes principios que defendía contra viento y marea, sin importar las consecuencias que pudieran tener.

Santillán dejó sus estudios y se alistó un año después como guerrillero a las órdenes del cura Merino, uno de los más prestigiosos combatientes contra los franceses

Este pequeño parón en su carrera coincide con el inicio de su tercera vida, la política, pues en 1837 se presenta como diputado del partido moderado por Burgos resultando elegido. Y en ese mismo año, se le ofrece la cartera de Ministro de Hacienda por primera vez, pero la rechaza. Su sensatez y modestia así como ningún afán de protagonismo, se impusieron a los oropeles del poder. Finalmente en 1840 la aceptó, aunque sólo por unos pocos meses, acometiendo importantes logros, especialmente la presentación de un Proyecto de Ley sobre sostenimiento de Culto y Clero, tema que iba a ser una de sus preocupaciones, por ser de difícil solución. Santillán abogaba por la supresión total del diezmo, arguyendo que su recaudación era muy ineficaz, además de tremendamente impopular y por lo tanto se prestaba al fraude. Tocaba eliminarlo y encontrar alternativas para la financiación de la Iglesia y también para el Estado. Su salida del ministerio coincidió con el fin de la regencia de la reina María Cristina y el inicio de la Espartero por el que Santillán no sentía ninguna simpatía. Santillán decidió voluntariamente exiliarse en Francia, junto a otros personajes de gran relevancia en la historia de España de la época como Bravo Murillo, Cea Bermúdez u O’Donnell, permaneciendo fuera del país durante un año. Parece que su exilio se debió más al rechazo de las tácticas revolucionarias utilizadas por los progresistas, ya que Santillán fue un liberal convencido, pero como militar que había sido, creía en el orden y era enemigo de la anarquía. Y por ello, siempre mostró su animadversión por los progresistas y su admiración por los moderados.

De regreso a Madrid, retomó su carrera funcionarial y como miembro de comisiones parlamentarias intentó reformar la catastrófica situación de la Hacienda. Su proyecto pretendía cambiar el sistema tributario, fijando el número de impuestos y creando una contribución territorial que abarcara la riqueza rústica y la urbana, una contribución industrial y luego un plan para ponerlo en funcionamiento que se conoció como la Reforma de Mon-Santillán, dado que se llevó a cabo bajo el ministerio de Alejandro Mon, aunque la “paternidad” fue sólo de Santillán.

Libros escritos por Ramón Santillán. BdE

En 1847 fue nombrado de nuevo Ministro de Hacienda, tras grandes presiones incluso de Isabel II, pero también su estancia en el cargo fue muy corta. Tan sólo dos meses, pero que fueron cruciales para el devenir del futuro Banco de España porque el 25 de febrero firmó Santillán el Decreto de Unificación de los Bancos de Isabel II y Español de San Fernando, dada la alarmante situación en la que se encontraban, especialmente el primero. En sus propias palabras, se trataba de mitigar “los efectos de una catástrofe que cada día se hacía más inminente”. La idea de Santillán era, además de dotar de liquidez al nuevo banco y eliminar la pluralidad de emisión a nivel nacional, frenar la actuación poco ortodoxa de Salamanca. Pero la fusión no se hizo como él había previsto. Él consideraba que los accionistas del Banco de San Fernando no debían “pagar los platos rotos” de los desmanes cometidos por José de Salamanca (aunque no fue el único) en el Banco de Isabel II y que probablemente se convirtió en la persona que más desvelos le causó. Pero la realidad fue muy distinta, precisamente por el cambio en el Ministerio, siendo Santillán sustituido por su el propio Salamanca, quien aprobó la fusión en igualdad de condiciones. A pesar de la prudencia que siempre le caracterizó, se refirió a Salamanca como un aventurero muy cercano a un estafador. El nuevo banco unificado, que tomó el nombre de Nuevo Banco Español de San Fernando, trasladó su sede a la Plazuela de la Leña, pero su viabilidad iba a estar en entredicho desde sus orígenes.

Tras haber abandonado el cargo, siguió participando en comisiones, destacando la de aranceles, al que se opuso frontalmente ya que Santillán era ultra-proteccionista, rozando el prohibicionismo. Sus argumentos se basaban en la escasa capacidad de ahorro de nuestra economía basada en el sector primario y de subsistencia y por tanto, la única salida posible a este marasmo, según su marco conceptual, pasaba por una industrialización que se debería conseguir mediante el máximo proteccionismo posible y volcada hacia el mercado interior, además de un eficaz control administrativo para evitar el contrabando que podría “invadir” el país de productos extranjeros.

Él consideraba que los accionistas del Banco de San Fernando no debían “pagar los platos rotos”

Y a finales de 1948, tuvo que volver a encargarse de los asuntos bancarios. La inestabilidad política, tanto internacional (los movimientos revolucionarios de 1848) como nacional (insurrecciones carlistas, conatos revolucionarios,…) hizo que la desconfianza se apropiara de los tenedores de billetes del Nuevo Banco de San Fernando quienes solicitaron en masa su canje en metálico, llevándolo casi al borde de la suspensión de pagos y además, el gobierno era incapaz de pagar sus deudas con el banco mediante el presupuesto. De nuevo, Santillán fue el encargado de poner orden en el banco y de promover una nueva Ley de Reorganización del banco (4 de mayo de 1849), que intentaba solucionar el problema de los créditos heredados del Banco de Isabel II, en especial los de Salamanca, que se había declarado en quiebra y había huido al extranjero, pero también la abultada deuda contra el estado.

Y en ese momento, llegó el culmen en la vida de Santillán, al ser nombrado por Bravo Murillo primer Gobernador del Banco Español de San Fernando. La decisión pudo resultar chocante ya que Santillán era un experto en finanzas públicas, pero tenía poca experiencia en el campo bancario. Probablemente, Bravo Murillo pensó en él por su conocimiento sobre las necesidades de financiación del Estado, pero también es de esperar que valoraría la integridad de Santillán para defender los intereses del Banco, que no debemos olvidar, era un banco privado que se debía a sus accionistas, a pesar de los estrechísimos vínculos que mantenía con el gobierno. Sus actuaciones se orientaron a proteger los intereses de sus accionistas y se guiaron por la prudencia, con el fin de evitar cualquier desmán de los que se habían producido en el pasado y que habían puesto en graves dificultades a los bancos predecesores. Pero al mismo tiempo, abogó por la transparencia, ya que fue él quien decidió publicar los balances del Banco.

Retrato de Ramón Santillán.

Los primeros años en el cargo no estuvieron exentos de tensión. De nuevo, volvería a tener problemas con los sucesivos ministros del ramo por no plegarse a sus intereses. No obstante, el punto álgido llegó en 1854 cuando fue cesado por serias desavenencias con el Ministro de Hacienda, Jacinto Félix Domenech, aunque volvió a ocupar el cargo unos meses después, tras la Vicalvarada que llevó a los progresistas al poder. Resulta curioso que Santillán, un moderado convencido, fue destituido de su cargo de Gobernador por un gobierno moderado y repuesto por los progresistas y máxime aún por un gobierno presidido por Espartero, a quien Santillán tenía muy poco respeto. Y ya de vuelta a su cargo, no lo abandonó hasta su fallecimiento, ocurrido el 19 de octubre de 1863.

El retorno de Santillán al Banco permitió que éste volviera a retomar las peticiones que ya llevaba años haciendo, en especial el aumento de la que él consideraba una reducidísimas capacidad de emisión y que era incapaz de atender la creciente necesidad de billetes y sobre todo, hacer valer el monopolio de emisión que la Ley de 1949 había otorgado al Nuevo Banco Español de San Fernando. Era un firme defensor de la necesidad que tenía el país de aumentar los medios de pago, pero creía que sólo lo debería hacer el Banco de España y con un criterio basado en la prudencia para evitar excesos.Y parecía que todo iba por el buen camino en los trámites y en los proyectos, pero cuando se aprobó la Ley de 28 de enero de 1856 por la que el banco pasaba a denominarse Banco de España, Santillán descubrió que la Ley era muy distinta a lo que él había preparado, además de contradictoria. Una enmienda de “ultima hora” autorizaba el privilegio del Banco al mismo tiempo que permitía la creación de otros bancos con esta facultad. Éste fue un duro golpe para Santillán, que había dedicado muchos esfuerzos a conseguir el privilegio de emisión para el Banco de España; pero éste no llegaría hasta 1874, cuando ya llevaba once años fallecido.

Durante todos los años que estuvo en el cargo de gobernador, la tónica dominante fue su independencia y la máxima lealtad a la institución que representaba, no mostrando apego a ninguno de los cargos que a lo largo de su dilatada carrera ocupó. Nunca fue un político al uso, como lo fueron otros muchos de sus compañeros de filas, a pesar de que ocupó dos veces un ministerio y lo rechazó seis veces más. Plenamente liberal, pero muy moderado siempre se opuso a los movimientos exaltados, por considerar que el pilar angular de la prosperidad pasaba por el mantenimiento del orden. Pero también fue plenamente ultraproteccionista, defensor de un arancel casi prohibitivo como único medio para conseguir la industrialización y la modernización de España.

Ramón Santillán fue un hombre excepcional, no porque tuviera cualidades especiales, sino por su disciplina, constancia y dedicación al estudio y al trabajo. Y esas virtudes le permitieron llegar a ser uno de los mejores conocedores de la hacienda y de los asuntos financieros de su época. De su etapa militar, aprendió la disciplina, el respeto a la autoridad y la capacidad de mando y estas virtudes las aplicó a su larga vida en la administración. Además, tras la lectura de sus Memorias se adivina que fue un ser sobrio, excesivamente modesto, ya que siempre aparece en segundo plano y manifiesta, de manera excesiva, sus limitaciones, muy lejos de la actitud de celebridad mostrada por otros coetáneos. Su contribución a la Historia de la Hacienda y Financiera del siglo XIX está fuera de toda duda. Aunó la teoría hacendística con su práctica en la administración. Participó de manera importante en todas las grandes reformas hacendísticas que se hicieron en las décadas de 1830 y 1850, manteniendo una visión global de los problemas, pero también de las soluciones, muchas de las cuales, no se pudieron llevar a cabo precisamente por el estado tan calamitoso del Tesoro Español.

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