Catedrático de Historia Moderna en la Universidad de Córdoba

En los recientes estudios de Enrique Faes y Francisco Contreras se ha trazado el perfil de Demetrio Carceller Segura como el de un ministro clave para la supervivencia de la Dictadura de Franco desde 1939.

Hasta ahora, y aún persiste en algunas publicaciones sobre el primer franquismo, se aludía a su persona como un hombre corrupto y contrabandista, que controló la economía española hasta 1945, que fue el padre de la autarquía o que fue un pícaro que se hizo rico desde el momento que tocó poder. Para historiadores como Paul Preston, entre otros, Carceller fue sinónimo de político germanófilo, con veleidades totalitarias y fascistas, incluso se ha repetido con mucha frecuencia su estrecha colaboración con el Serrano Suñer filonazi. Este ministro catalán, nacido en un pueblo de Teruel en 1894, ciertamente negoció con los alemanes hasta el último suspiro, pero al mismo tiempo que lo hacía con los aliados.

La invención de su persona se ha construido sobre argumentos indirectos y poco sólidos. Su fortuna no comenzó tras su paso por el ministerio, sino mucho antes, cuando trabajó e invirtió en la pujante industria del petróleo. En 1929 ya había creado CEPSA.

También se escribe con frecuencia que fue el ministro de la autarquía, mezclando su política económica de pura supervivencia con el intervencionismo que impuso posteriormente José Antonio Suanzes al frente del Instituto Nacional de Industria. El concepto de autarquía de Carceller era muy peculiar. En una conferencia que pronunció el 26 de febrero de 1940, ocho meses antes de ser nombrado ministro, afirmó que en la autarquía no se implantaba una economía dirigida, sino que al Estado se le reservaba el papel de “formular programas, señalar rumbos”.

Carceller era nacionalista en lo político, pero en modo alguno rechazaba lo extranjero en lo económico. Ante la gravísima crisis que atravesaba España al acabar la Guerra Civil, su ministerio tuvo que afrontar la necesidad perentoria de importar productos básicos ante la escasez de medios de pagos. El reto era conseguir divisas y que las importaciones y las exportaciones estuvieran controladas, y no sólo por las comisiones para los intermediarios del ministerio, sino también por la necesidad de controlar las entradas y salida de dólares, francos y libras, y la relación de estos circuitos con el proyecto de una industrialización prioritaria.

Su control del Instituto Español de Moneda Extranjera (IEME), adscrito a su ministerio, le permitió tener un conocimiento muy detallado de las necesidades de divisas y de oro que tenía la economía española para participar con solvencia y seguridad en el comercio exterior. Que las reservas del Banco de España estuvieran exhaustas era un asunto que le preocupaba, según le comentó a su secretario Torrente Fortuño a fines de septiembre de 1943: “Vamos a traer oro de Estados Unidos y de Inglaterra, me dijo sin disimular su alegría. He tenido que luchar mucho con los ingleses, pero, al fin, lo he conseguido. El importe de los dos millones de libras comprados nos lo pagarán, parte en mercancía y mitad en oro”.

Las reservas perdidas por la decisión del gobierno republicano ante las exigencias bélicas condicionaron la política comercial exterior de la recién estrenada Dictadura. Desde la llegada al ministerio de Industria y Comercio en octubre de 1940, Carceller impulsó las adquisiciones de oro, en la medida que las posibilidades de pago lo permitían u obligaban.

Su control del (IEME) le permitió tener un conocimiento muy detallado de las necesidades de divisas y de oro que tenía la economía española

En España se produjo, como comentó Pablo Martín Aceña, la paradójica situación de tener “la despensa vacía” y al mismo tiempo tener “recursos para adquirir metales preciosos”. Así los responsables de la política monetaria española se dedicaron a acumular a escondidas “un pequeño tesoro metálico en los sótanos de la plaza de la Cibeles”. El más discreto con no darle publicidad a esas adquisiciones fue el propio ministro Carceller, al parecer ni siquiera mantuvo informado al Consejo de Ministros de esas compras. Su colaborador más fiel fue Blas Huete.

¿Dónde compraron ese oro? Duro e inflexible, Huete defendió ante los aliados que los españoles nunca habían participado en el expolio nazi. Entre 1942 y 1945 el IEME compró 5.661 lingotes, en total 67,4 tm de oro fino por las que pagaron 75,8 millones de dólares a varias instituciones financieras: el Banco Nacional Suizo (38,6 tm), el Banco de Inglaterra (14,9), el Banco de Portugal (9,1), el Banco Alemán Transatlántico (2,5), el Banco Internacional de Pagos (838 kg) y el Banco Exterior de España (1,4 tm). Al parecer no trataron directamente con el Reichsbank.

El expolio nazi de las reservas metálicas de los bancos centrales en los países ocupados estaba contribuyendo a prolongar la guerra. Los alemanes cambiaban el oro confiscado por divisas con las que pagaban las importaciones de materias primas, combustible y alimentos a los países neutrales, y éstos convertían a su vez las divisas en oro o no. Todos estos intercambios se realizaron mediante una red de empresas alemanas que canalizaban los productos y sus pagos. La guerra económica de los aliados (navicerts, inmovilización de activos…) se orientó a bloquear esos flujos financieros y comerciales con el fin de paralizar la producción armamentística alemana.

Los aliados acumularon pruebas más que evidentes sobre el expolio nazi, y el 5 de enero de 1943 avisaron a los países neutrales que los alemanes estaba vendiendo oro robado a través de los bancos. El 22 de febrero 1944 el aviso pasó a ser una advertencia contundente sobre las transacciones a cambio del oro expoliado a los países ocupados, recordando que se sancionaría a aquellos países (Suiza, Turquía, Suecia, Portugal y España) que hubieran aceptado “botín de guerra” como pago en sus intercambios comerciales con los alemanes.

Los responsables de la política monetaria española se dedicaron a acumular a escondidas “un pequeño tesoro metálico"

La llamada “Declaración del oro” fue suscrita también por Reino Unido y la URSS, y reforzada en julio en Bretton Woods con el programa safehaven, con el fin de bloquear los activos alemanes en países neutrales e impedir la salida de capitales nazis en busca de refugio, además e imponer sanciones económicas a aquellos países que no quisieran colaborar. Las misiones safehaven pudieron comprobar la cooperación militar de Franco con Hitler y, sobre todo, las exportaciones de suministros esenciales como el wolframio para su industria bélica, mientras se investigaba si el IEME había participado en el tráfico de oro nazi.

Al acabar la guerra mundial, los aliados crearon la Comisión Tripartita de Oro con el objetivo de canalizar las reclamaciones de las instituciones financieras de los países que habían sufrido el expolio nazi. Los países neutrales se negaron a devolver el metal que habían comprado o aceptado como medio de pago. Los aliados exigieron la devolución de 262 tm y amenazaron con el bloqueo de uso de esas reservas de oro. Tras largas negociaciones los países neutrales devolvieron sólo 68 tm: Suiza 51, 6 tm de oro de las 178 exigidas, Suecia 13 de 30, Portugal 3,9 de 38, Turquía nada de 3, y España 101 kilos de 26,8 tm. Estas cantidades, junto a la reserva de 270 toneladas que aún conservaban los nazis, pudieron ser restituidas progresivamente a la docena de bancos centrales europeos cuyos tesoros habían sido incautados.

La investigación de Pablo Martín, Begoña Moreno, Miguel Martorell y Elena Martínez demostró que la mayor parte de las divisas que el IEME convirtió en oro no fueron resultado de los intercambios comerciales con la Alemania nazi, sino de la guerra económica que los aliados desarrollaron en la península. Un hecho que también se confirma con la citada confidencia que el mismo Carceller hizo a su secretario Torrente Fortuño a fines de septiembre de 1943: “Vamos a traer oro de Estados Unidos y de Inglaterra”.

La diplomacia aliada permitió la llegada de suministros de trigo y carburantes a España de Franco con la condición de que no se inclinase del lado del Reich, imprescindibles en un país agotado por la escasez de alimentos, gasolina y fertilizantes entre 1940 y 1945. Las tempranas negociaciones entre el embajador Samuel Hoare y el ministro Carceller facilitaron que, desde diciembre de 1940, los británicos no bloquearan que un barco argentino con toneladas de cereales atravesara el Atlántico con destino a España.

 Las misiones safehaven pudieron comprobar la cooperación militar de Franco con Hitler

A la cooperación británica se sumó la norteamericana, aunque más controlada y contenida ante la posibilidad de que sus envíos, sobre todo de carburantes (su mejor arma económica), pudieran ser reexportados a Alemania. Fue en febrero de 1941 cuando llegó el primer barco norteamericano con víveres y medicamentos. El segundo producto, sobre el que pusieron su punto de mira los aliados, fue el wolframio, de cuya venta a alemanes y a los aliados salió buena parte de los recursos que utilizó el IEME para comprar oro.

La extraordinaria cotización del wolframio que pasó en meses de 1.300 dólares la tonelada a 20.000, facilitó la acumulación de divisas o la reducción de la deuda exterior, fuese por las compras preventivas de los aliados o las perentorias de los alemanes. Se calcula que entre 1942 y 1944, el IEME pudo ingresar por la venta de wolframio unos 180 millones de dólares, de los cuales 166 los proporcionaron los aliados por su programa de compra preventiva de ese mineral. El total de los ingresos por las exportaciones del resto de productos (naranjas, textiles, otros minerales…) fue de 1.130 millones de dólares, en su mayoría de los aliados y países neutrales.

El negocio del wolframio alcanzó su cima cuando los americanos decidieron plantarse ante la escalada española de producción y precio, y amenazaron a Franco con el embargo de carburantes sino cesaban con el envío de ese mineral a Alemania, una imposición que finalmente se hizo efectiva en enero de 1944. Las negociaciones fueron progresivas y obligaron a Franco a abandonar la no beligerancia y declarar la neutralidad, a retirar la División Azul del frente ruso y a controlar a la Falange por su fervoroso antiamericanismo.

Quedó el fleco de las exportaciones de wolframio a Alemania, que Carceller alargó hasta lo imposible por los beneficios que generaba al Estado, a los empresarios y a los miles de mineros empleados. Mientras no hubiera una compensación a largo plazo, para el ministro merecía estirar la cuerda y concedió un anticipo de 40 millones de dólares a los alemanes para comprar el mineral. Los meses pasaban y el maná seguía cayendo con la venta de wolframio a unos y otros.

Se calcula que entre 1942 y 1944, el IEME pudo ingresar por la venta de wolframio unos 180 millones de dólares

Cuando Estados Unidos conoció que Carceller -por propia filtración suya a los británicos- había hecho ese anticipo, dio un ultimátum que el 28 de enero de 1944 se convirtió en un durísimo embargo que se alargó hasta el acuerdo del 2 mayo y, que una vez más, resolvió Carceller con el representante americano después de una intensa y nocturna negociación. El contrabando de wolframio fue el canto de cisne de un negocio de la guerra que se iba acabando. Los alemanes quisieron pagar esas compras legales e ilegales (unas 1000 tm en 1944) con armas y Carceller propuso que el Reichsbnak depositara oro en un banco suizo contra el cual se girarían los pagos, fue la única ocasión en que hubo un contacto comercial directo con oro por medio.

Las exportaciones españolas a Alemania no se pagaron a cambio de oro, de monedas convertibles o de libre disposición (dólares, libras esterlinas o francos suizos) sino a cargo de una cuenta de compensación de mercancías por la deuda de la ayuda nazi al bando sublevado durante la Guerra Civil (225 millones de dólares).

Después de descontar el valor de las exportaciones españolas por clearing entre 1936 y 1939, el gobierno de Franco reconoció en febrero 1941 una deuda de 140 millones que fueron pagados en 1943 – incluidos los gastos de la División Azul y de la fuerza de trabajo española reclutada por el Reich-, tras unas arduas negociaciones con Carceller al frente.

Con el estudio de estos mecanismos de compensación, la comisión de investigación del oro nazi pudo demostrar que Alemania no pagó con divisas ni con oro las importaciones procedentes de España. Luego, las divisas y el metal que entraron en el IEME tuvieron como origen el comercio con los aliados. De ese modo, afirmó Pablo Martín Aceña, Carceller y Huete consiguieron las divisas “para comprar los lingotes que, de manera casi clandestina, fueron almacenando en la cámara subterránea de la plaza de la Cibeles”.

Las divisas y el metal que entraron en el IEME tuvieron como origen el comercio con los aliados

Durante la detenida inspección que realizaron de las barras y talegas almacenadas en la cámara acorazada del Banco de España, los representantes aliados identificaron 26,8 tm que procedían de lingotes belgas y holandeses expoliados. El Reichsbank se los había vendido al Banco Nacional de Suiza, al Banco de Portugal y al Banco Alemán Transatlántico, y éstos al IEME.

Pero como la Declaración del Oro de 1944 y la Resolución VI de Bretton Woods sólo obligaba a devolver el oro robado al primer comprador, los españoles argumentaron que habían cumplido al no haberlo adquirido directamente al Reichsbank. Los funcionarios del IEME manifestaron ante los representantes de la Comisión Aliada que las compras de oro se habían hecho de buena fe, y sólo devolvieron ocho lingotes adquiridos del Banco Alemán Transatlántico y unas pocas piezas amonedadas procedentes del expolio nazi. Algunas de esas piezas procedían de tres operaciones en las que indirectamente había intervenido el Reichsbank.

En definitiva, el oro que el IEME compró para las reservas españolas no salió de las exportaciones al Tercer Reich. La gran parte de los lingotes y el oro amonedado se fueron acumulando a través del comercio con los aliados y los neutrales. Una parte de los dólares recibidos fueron reinvertidos en comprar oro en Berna, Londres y Lisboa, nunca en Berlín, porque en esos momentos no podían cambiarlos por trigo, gasolina, fertilizantes, algodón, etc.

Fue un superávit circunstancial en la balanza comercial, por las ventas preventivas de wolframio y la limitación de importaciones que imponían los aliados. Esa combinación de factores motivó a Carceller y Huete para que esas inversiones en metal dorado pudieran gastarse en un contexto más favorable y menos restrictivo. En fin, en las reuniones del Consejo de administración del IEME Carceller manifestó el 25 de enero de 1943 que “ha de procurarse incrementar (el oro) a fin de que si en tiempos futuros surgieran dificultades para la provisión amiento de materias primas o de otra clase pudieran movilizarse evitando con ello la paralización de las actividades la vida del país”.

El relativo triunfo de Carceller y Huete por haber acumulado oro para ser más fuerte en el mercado de divisas, ante los tiempos que se avecinaban de normalidad en el comercio internacional, tuvo un resultado contrario al deseado. Quizás, no tuvieron muy en cuenta las advertencias sobre el expolio nazi y la investigación que los aliados iban a imponer a los países neutrales que hubieran comerciado con Alemania. A pesar de la profunda crisis que se vivió 1945 y 1949 con la caída de la producción agraria e industrial, las restricciones eléctricas y las cartillas racionamiento, el IEME no pudo emplear el oro acumulado por el bloqueo de los aliados.

Hasta 1948 no se alcanzó el acuerdo de devolver los 101,6 kilogramos de oro. A partir de esta fecha se pudo movilizar el oro acumulado entre 1942 y 1945 y el recuperado del depósito francés: casi 115 tm de oro. Entre 1957 y 1959 se tuvo que vender casi todo lo que se hacía acumulado durante el ministerio de Carceller, 64 de las 67,4 tm. que se compraron entre 1942 y 1945. De nuevo se volvía a la casilla de salida, en el Banco de España sólo quedaban unas 10 tm, la cámara acorazada se había quedado casi tan vacía como en 1939.

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