España vende al exterior más de 2.200 millones de litros de vino, lo que le convierte en el claro líder mundial por volumen. Pese a que esta cifra supone el 8% de todo el vino que transita por todas las aduanas del mundo, superior al 7% de Italia o el 5% de Francia, nuestros rivales acumulan el 22% y el 34%, respectivamente, de los ingresos por estas ventas.
Sin embargo, la caja que hace España por la exportación de vino solo supone el 10% del total, lo que le hace descender al tercer puesto cuando se intercambian los litros por euros. Además de este “vino barato” -no por su calidad, sino por su precio-, las exportaciones españolas de bienes volvieron a alcanzar en 2016 nuevos máximos históricos.
Por un valor de 254.530 millones de euros -casi un 23% del PIB nacional-, las empresas españolas han conseguido incrementar sus ventas al exterior un 35% respecto a 2008. Sin embargo, pese al éxito del sector exportador, el peso de las mercancías españolas en el mundo sigue siendo inferior a los niveles de la pasada década. Además, la calidad de los productos se ha visto sobrepasada por la cantidad, y el género saliente de alta tecnología está cediendo terreno a aquel con un menor valor añadido.
Entre los líderes mundiales por número de exportaciones se encuentran China, con un 15% de cuota, seguida por Estados Unidos (9%) y Alemania (8%). Para la Organización Mundial del Comercio, España ocupa el decimoctavo puesto por número de exportaciones a nivel global y copa el 1,7% del comercio mundial.
Sin embargo, hace diez años esa cuota de mercado sobrepasaba el 1,8%. Además, no es menos que, entre todos los países del mundo, España se sitúa entre aquellos que mayor dependencia tienen del exterior. De hecho, se mantiene en la posición número 15 por países importadores.
Este fenómeno explica el histórico déficit español en la balanza comercial, puesto que se importa más de lo que se exporta debido al alto consumo interno. En el último trimestre, que experimentó un crecimiento del 3%, la contribución de la demanda interna a este incremento de la producción fue del 2%, y el restante 0,8% lo apartó la demanda externa.
Aun así, en los peores momentos de la crisis -cuando la demanda de las familias españolas se derrumbó debido en buena parte a la intensa pérdida de empleo- fue la capacidad exportadora de los empresas lo que relanzó la economía española. Este fenómeno volvió a restaurarse en el año 2014 y el consumo interno vuelve a ser el principal motor del crecimiento.
Factores de crecimiento
Sin embargo, que las exportaciones están creciendo es una realidad y esto, junto a los bajos precios del petróleo y el auge del turismo, han llevado a España a alcanzar el superávit por cuenta corriente por primera vez desde 1986. Estos mismos factores, convergentes con una moderada inflación, una mayor flexibilidad laboral, tanto vía precios como por cantidad, y un mayor peso de los beneficios del capital en detrimento de la retribución salarial, han favorecido un aumento de la productividad y una mejora en la competitividad de cara al exterior.
De hecho, mientras que la masa salarial ha perdido terreno, los ingresos tributarios sobre las rentas del trabajo han aumentado en un 1,5% en relación al año 2008. Además, el aumento de la presión fiscal a raíz de los sucesivos aumentos del IVA, que consigue recaudar ya un 31% más que hace nueve años, se traduce en un mayor esfuerzo por parte de las familias, sobre todo al tratarse de un impuesto regresivo. Al mismo tiempo, los ingresos que provienen del Impuesto de Sociedades han disminuido un 21% en el mismo periodo, según los últimos datos de la Agencia Tributaria.
La crisis ha servido así para conseguir un aumento de la productividad e incrementar nuestro comercio exterior. Tanto es así que el PIB ya casi alcanza las cifras obtenidas antes de la crisis pese a contar con dos millones menos de puestos de trabajo. No obstante, la ‘depuración’ del tejido productivo no ha conseguido que la calidad de aquello que exportamos prime sobre la cantidad.
En la cola del valor añadido
Entre todos los países de la Unión Europea, España es el cuarto en volumen de exportaciones de alta tecnología, pero empezando por la parte inferior de la lista. En concreto, un 5,4% del conjunto de las mercancías enviadas al exterior pertenecen a esta selecta categoría. Solo Portugal (3,8%), Grecia (4,6%), y Bulgaria (4,6%) consiguen peores datos que nosotros.
Por el contrario, los países con una mayor especialización en sus exportaciones son Malta (24,2%), Irlanda (24%) y Francia (21,6). En Alemania, aunque no se posicione entre los 10 primeros, el 14,8% de sus ventas contienen un alto componente tecnológico.
Este fenómeno presenta una correlación con el gasto en Investigación y Desarrollo que desembolsan las distintas instituciones públicas y privadas de cada país. En relación a las grandes economías de Europa, España se coloca bien lejos de Alemania, donde el gasto en I+D es de 904 euros por habitante o Francia, que invierte en este concepto 587 euros per cápita. Muy cerca de Italia (300), nuestro país desembolsa 280 euros por habitante en paridad de poder adquisitivo. De esta cantidad, 147 lo aporta la empresa privada y 132 las instituciones públicas.
Dependientes de la tecnología
En términos absolutos, ese 5,4% de mercancías exportadas de alta tecnología representó en 2015 un valor total de 13.000 millones de euros. La mayor parte procede de la fabricación de aeronaves, sector en el que hasta 19% de su producción en España es de alto valor añadido. De la misma forma, los productos farmacéuticos también tienen mucho que decir en cuanto a este tipo de exportaciones, ya que el 27% de lo que generan es de alta tecnología.
Al mismo tiempo, la tasa de cobertura en cuanto a productos con un alto componente de innovación estuvo en el año 2014 en 57,8%. Esta tasa es el cociente entre lo que se exporta y lo que se importa. Dicho de otra forma, de entre todos los bienes que entran a España, un 8,2% es de alta tecnología. Frente al 5,4% que exportamos, somos deficitarios en cuanto a este tipo de bienes.