Hipérboles. Todo se exagera en las citas electorales. Y como España, entre unas cosas y otras, lleva prácticamente cuatro años consecutivos en 'modo campaña', cuesta apartarse del ruido y encontrar el reposo que precisan ciertos asuntos. Como el económico.
Desde que dejó atrás las dos recesiones que sufrió entre 2008 y 2013, la economía española acumula ya 22 trimestres consecutivos de crecimiento. Desde el último parcial de 2013, para ser exactos. El último dato, correspondiente al primer trimestre de 2019 y adelantado esta semana por el Instituto Nacional de Estadística (INE), ha sorprendido por su fortaleza, al reflejar un crecimiento del 0,7% con respecto al último parcial de 2018, una décima más de lo previsto y sobre todo el ritmo más alto desde finales de 2017.
"Con todo lo que se ha dicho y lanzado durante la campaña, ver que España crece en el primer trimestre al mayor ritmo desde 2017 descoloca. Por eso conviene huir del ruido"
Y claro, este tipo de datos, cuando en los últimos meses las advertencias sobre el frenazo económico español, europeo y mundial han sido constantes y cuando durante la campaña las menciones al claro empeoramiento de la situación económica han sido continuas, descoloca. Y desemboca en una pregunta tan simple de formular como difícil, por los matices que requiere, de responder: 'Entonces, ¿nos espera otra crisis o no?'.
CUESTIÓN DE MATICES
La primera respuesta decepciona: nadie lo sabe. Porque es así. Siempre hay profetas del apocalipsis que lo anticiparán cada cierto tiempo, para garantizarse el acierto en alguna ocasión, del mismo modo que también existen los guardianes del optimismo, aquellos para los que todo es y será bueno por los siglos de los siglos y quien diga lo contrario es un enemigo de 'la patria'. Pero saber con precisión si se avecina otra crisis, por dónde empezará y cuándo lo hará resulta imposible.
Más útil, en cambio, es hacer un buen diagnóstico de la situación actual. Con todas las preguntas y todos los matices posibles. ¿Sigue creciendo España? Sí. ¿Más que las principales potencias de la Eurozona? Sí. ¿Se espera en 2019 un crecimiento mayor o menor que en 2018? Menor. ¿Y en 2020? Todavía menor que el de 2019. ¿Se están publicando estadísticas económicas positivas? Sí. ¿Y negativas? También.
"El mayor crecimiento español, combinado con otros datos positivos, puede nutrir un vicio que resultó fatal para los intereses españoles allá por 2007 y 2008: la complacencia"
Todo ello, a la vez, es cierto. Tras crecer tres años seguidos, 2015, 2016 y 2017, al 3% o por encima, en 2018 el ritmo se moderó ya hasta el 2,6%, y este año las previsiones contemplan un ritmo aún menor, del 2,2% o del 2,1%, que será más bajo, del 1,9% aproximadamente, en 2020. Pero nada de eso excluye que España vaya a crecer claramente por encima de la Eurozona. Para este año, el Banco Central Europeo (BCE) apenas espera un crecimiento del 1,1% en la Europa del euro, una tasa que España prácticamente doblará.
2008 Y EL PELIGRO DE LA COMPLACENCIA
Ahora bien, la lectura que se haga de datos así puede nublar el diagnóstico. ¿Qué tiene de malo crecer más? En grueso, nada. El problema reside en que el mayor crecimiento español, combinado con otras realidades como la reducción del déficit público por debajo del 3% o como el hecho de que España cuente con más asalariados con contrato indefinido que nunca, puede traer consigo un vicio que resultó fatal para los intereses españoles allá por 2007 y 2008: la complacencia.
Entonces, y amparándose en el mayor crecimiento del que venía España y la fortaleza del sector bancario, parapetado en sus provisiones anticíclicas, España y sus autoridades políticas y económicas perdieron un tiempo precioso sacando pecho e incurriendo en debates sobre si lo que se avecinaba era un enfriamiento, una desaceleración, un frenazo o una recesión, palabra que se convirtió en maldita.
Como España crece más, como el déficit ha descendido, como la inversión empresarial sigue aumentando... se puede sacar pecho. Y gastar con alegría. Cuidado; la experiencia de 2008 no está tan lejos como para olvidar estas tentaciones. Y el corto plazo puede hipotecar el medio y el largo plazo si parte de un mal diagnóstico.
Nada como otros datos para atemperar el juicio. Porque uunto a las cifras buenas también están las malas. Como un paro del 14,7% que casi dobla la media de la Eurozona; o una deuda pública que roza el 100% del Producto Interior Bruto (PIB); o una deuda exterior que arroja una posición internacional neta desfavorable del 77,2% del PIB... Porque esta es la realidad económica que muestra España, y que mostrará en las estadísticas que se vayan conociendo, propias de un momento avanzado del ciclo en el que abundan incertidumbres, como el Brexit, las tensiones comerciales entre China y EEUU o el propio enfriamiento europeo, y que se presta a la publicación de datos positivos y negativos.
GESTIONAR LO QUE VIENE
Por eso es tal fundamental el diagnóstico. Y partir de una premisa básica, contemplada en la propia actualización del Programa de Estabilidad que el Gobierno ha remitido esta semana a Bruselas: la moderación del crecimiento. En el escenario central del Ejecutivo, el crecimiento se frenará al 1m8% en 2021 y 2022; en otro adverso, que combine una subida de los tipos de interés, un descenso de la demanda exterior y un encarecimiento del petróleo, el crecimiento quedaría reducido a la nada en 2021 y 2022.
El gran reto del nuevo Gobierno de Sánchez, más allá de entrar en debates sobre si viene una crisis o no, reside en admitir esta moderación que él mismo descuenta, gestionarla y equipar al pais con las reformas que necesita para protegerse de esta y de futuras desaceleraciones. Es lo único que garantiza navegar mejor las crisis.
Lo demostró la de 2008. España, tras la euforia económica que significó la entrada en el euro, 'olvidó' las reformas y que la 'moneda única' había desterrado para siempre las 'devaluaciones competitivas' y quedó a la intemperie cuando emergió lo peor de la crisis. Lo reflejó, sobre todo, un paro que superó de nuevo el 25%, pero también la ausencia de canales de financiación para las empresas cuando los bancos cerraron el grifo del crédito.
El mercado laboral, la educación, la Seguridad Social y el sistema público de pensiones demandan una reforma a gritos; también urge luchar contra el fraude fiscal, desde el más bajo hasta el más alto; hay que asumir que contener el déficit y a la vez reducir la deuda pública constituye una magnífica señal al mercado y refuerza la estabilidad del país; aspirar a una mayor unidad de mercado que reduzca costes y genere eficiencias también ayudaría; y buscar el modo de aumentar la productividad resulta indispensable.
La agenda está repleta. Y España debe acometerla porque los desafíos económicos, financieros, demográficos y tecnológicos se amontonan a estas alturas de siglo XXI. Venga o no otra crisis.