El debate sobre la ‘turistificación’ que se ha abierto este verano en España a raíz de los ataques violentos por parte de organizaciones de la izquierda radical independentista no ha llegado aún a los Estados Unidos. Aquí, en la mayoría de ciudades e incluso pequeños pueblos, no se contempla al visitante como una amenaza sino como una oportunidad de negocio, por lo que de momento no se ha registrado protestas o ataques similares a los ocurridos recientemente en Barcelona o Mallorca, episodios que tampoco han sido recogidos por los grandes medios norteamericanos, como sí ha ocurrido en Reino Unido.
Sin embargo, Estados Unidos sí lleva años debatiendo sobre un problema relacionado que afecta a muchas de sus capitales, la gentrificación o la expulsión de las clases menos pudiente de las zonas urbanas, un fenómeno que también despoja a muchos barrios de su esencia y sus vecinos de toda la vida, pero que curiosamente está motivado por las inversiones públicas o por la mejora económica.
El caso de Washington D.C., como el de la capital catalana, es paradigmático. No tiene ni de lejos el flujo turístico de otros grandes destinos norteamericanos. Ni siquiera está en la lista de las diez urbes más visitadas, que encabezan Orlando (Florida) y Nueva York, con 48 y 47 millones de turistas al año, respectivamente, y que cierran Filadelfia (Pennsylvania) y San Diego (California), con 30,2 y 26,6 millones. Pese a esto, ha experimentado en la última década uno de los mayores procesos de gentrificación nacional, aunque aparentemente al margen del turismo.
El pasado año, el Distrito de Columbia (DC) recibió 20 millones de visitantes, batiendo todas las marcas anteriores. La mayoría de los turistas eran nacionales -es tradición viajar a la capital para conocer los tesoros del país, los museos gratuitos del Smithsonian, el Congreso o la Casa Blanca-, mientras que los extranjeros, sin contar canadienses ni mexicanos, rondaron sólo los dos millones. En Barcelona, se registraron 8,3 millones, contando sólo los hospedados en hoteles, ya que se estima que la cifra real puede duplicar este dígito.
Al calor de estas cifras, tanto en Washington como en Barcelona, Mallorca y tantas otras localidades, los apartamentos turísticos han proliferado como setas. En la capital estadounidense hay registrados en la plataforma Airbnb 7.788 anuncios de estudios o habitaciones, frente a los 17.369 de Barcelona. Sin embargo, si comparamos las poblaciones (672.000 habitantes en DC, frente a los 1,6 millones de la ciudad condal), encontramos que la ratio de oferta por habitante es mayor en la capital norteamericana, con un anuncio por cada 86 habitantes, frente a uno por cada 92 en Barcelona.
BARCELONA, MÁS BARATA
La mayor diferencia que encontramos entre ambos destinos está en el precio. Mientras que el coste medio por usar un piso o habitación de Airbnb en DC es de 247 dólares (210 euros), en la ciudad catalana es de sólo 84 euros. Con esta cifra, un ‘casero’ barcelonés puede sacarse al año usando esta web 582 euros, frente a los 986 dólares (839 euros) del washingtoniano.
Ante estos datos, que se repiten en otros destinos norteamericanos, resulta llamativo que, a diferencia de lo que pasa en Europa, en EEUU no haya saltado este debate. Aquí también preocupa la gentrificación pero, de momento, nadie la ha achacado a los visitantes.
Las consecuencias sí son equiparables. En Washington, como en Barcelona, los alquileres se están disparando y los precios de las viviendas subiendo y provocando la salida de las clases menos favorecidas -generalmente afroamericanos- de los barrios, convertidos ya en nuevas áreas residenciales sólo asequibles para las rentas más altas.
'BLANQUEANDO' BARRIOS
El problema es similar pero el culpable, en este caso, el crecimiento económico y la inversión de las administraciones en la mejora de las infraestructuras.
El Instituto de Política Fiscal de DC elaboró en 2016 un informe que analizaba este fenómeno. Los resultados fueron alarmantes. En 1980 el barrio de Shaw estaba ocupado en un 78% por población negra. En 2010, había caído al 44%. En paralelo, la renta familiar media de esta zona creció de los 50.000 dólares anuales de 1979 a los 145.000 de 2014 -cifras ajustadas al efecto de la inflación-. Como consecuencia, el precio medio de la vivienda pasó de los 147.000 dólares de 1995 a los 781.000 dólares de 2016.
Esto no quiere decir que los residentes de Shaw de los ochenta hayan prosperado, sino que muchos de sus vecinos originales, incapaces de afrontar la subida de tasas -en EEUU los impuestos de la vivienda están vinculados al valor de mercado de la propiedad-, prefirieron vender sus casas aprovechando la subida de precios.
El informe detectó además que el número de apartamentos alquilados por menos de 800 dólares al mes había caído un 42% entre 2002 y 2013, es decir, casi 24.000 viviendas asequibles menos.
En Navy Yard, un barrio denominado así porque está junto a una base de la Armada que propicia la llegada y rotación de cientos de militares, ocurrió lo mismo. La renta media familiar creció un 147% entre 1999 y 2012, pasando de los 38.000 a los 93.000 dólares al año. En paralelo, la población afroamericana bajó un 48% de 2000 a 2010. En Chinatown, en pleno centro de la capital, este incremento de renta fue del 138%.
Por contra, el crecimiento medio de toda la ciudad fue de sólo un 17%, lo que prueba que no se trata de un fenómeno generalizado en todo DC, sino que más bien se ha trasladado a masas de residentes pobres de unos barrios a otros. Las áreas más gentrificadas en la última década han sido Navy Yard, Downtown-Chinatown, Shaw, el barrio de Howard University y Edgewood.
El destino de las 'víctimas' de este proceso parece haber sido la orilla este del río Anacostia. Aquí la tasa media de población en situación de pobreza alcanzaba el 33% en 2015, frente al 12% de media del resto de Washington. Es más, de todos los residentes con rentas bajas de la capital, el 47% vive a este lado del río, un 40% más que en 2007.
PISOS DE LUJO DONDE HABÍA CASAS
La gentrificación no ha terminado. Noma es un ejemplo actual. “Hace una década no me hubiera atrevido a pasar por este barrio después del atardecer, y quizá tampoco durante el día. Había un problema de seguridad generalizado, pero desde luego esta zona no era fiable. Hoy no tiene nada que ver, es una de las áreas en crecimiento y vivir aquí está genial”, comenta un vecino.
Este barrio, denominado así por encontrarse al norte de la Massachusset Avenue, estaba habitado hace una década por población mayoritariamente afroamericana en viviendas unifamiliares. Ahora vive una explosión inmobiliaria y los imponentes bloques de apartamentos en alquiler se reproducen a toda velocidad ocupando cualquier parcela vacía o las manzanas en las que hace poco se levantaban casitas adosadas de corte clásico, que van cediendo terreno a estos enormes mamotretos sin personalidad.
Las autoridades públicas han contribuido a este cambio invirtiendo en la mejora del barrio, construyendo parques, un cine de verano para vecinos, una parada de metro o wifi gratis. Para rematar, el Departamento de Justicia instaló aquí sus nuevas oficinas federales, lo que ha llenado las calles de establecimientos pensados para trabajadores. En consecuencia, los precios se han disparado.
Los alquileres en Noma van desde los 1.600 a 2.400 dólares por un dormitorio con baño, a los entre 3.000 y 4.000 dólares al mes que se piden por unidades con dos habitaciones. Cada edificio, eso sí, cuenta con zonas comunes como club social, área de barbacoas, piscina en las azoteas, gimnasio, cafetería para residentes, salas de reuniones, parking, y toda suerte de comodidades. La propiedades se revalorizan, los impuestos suben y los vecinos de toda la vida se marchan a la periferia urbana.
El eventual daño no es sólo para la estructura social de la ciudad, sino también para el paisaje urbano, que se ve afeado por la estética de estos nuevos condominios, que superan las alturas de las casas colindantes y que cuya imagen choca con sus fachadas de ladrillo, muchas de ellas centenarias.
Este fenómeno se ha repetido en otros lugares como Nueva York, que ha visto prosperar barrios como Harlem y Brooklyn.
¿LA CULPA DE LAS MEJORAS?
El informe apunta como posibles causas las políticas del gobierno local para atraer nuevos residentes entre 2000 y 2010. El alcalde de entonces, Anthony Williams, invirtió fondos públicos en mejorar las infraestructuras de las zonas más humildes. Además, el gobierno federal experimentó un fuerte crecimiento, generando nuevos puestos de trabajo en la capital, lo que contribuyó al crecimiento económico de toda la zona metropolitana.
Como resultado, por primera vez en cinco décadas la población de DC subió en 100.000 personas entre 2000 y 2015. Un 53,7% de los nuevos habitantes son blancos, mientras que sólo el 26,1% son negros. Con respecto a cuántos de ellos se consideran turistas, aún no hay datos.
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