Sus torres negras situadas en la Avenida de la Diagonal 621-629 son orgullo de los catalanes y, en su interior, se rezuma el ambiente de los 113 años de historia que contemplan a Caixabank, la antigua Caixa. Un banco que es ‘más que un banco’ en Cataluña, por asimilarlo al lema del FC Barcelona.
No es extraño que lo sea. Es el referente de los catalanes. La empresa por antonomasia. Aquella de la que más orgullosos se sienten y que les representa. Pero también es la tercera entidad de España con más de 350.000 millones de euros en activos y un valor en bolsa de 23.000 millones de euros.
Un auténtico imperio bancario forjado durante décadas que le ha permitido construir todo un grupo industrial a su alrededor. La combinación pefecta. Y lo ha hecho a través de su brazo inversor: Criteria. Tiene participaciones en Gas Natural, Repsol, Abertis, Telefónica, Cellnex… Por poner ejemplos de la gran influencia que tiene el grupo en algunas de las principales empresas del país.
El papel de Fainé
Todo ello bajo la batuta de Isidre Fainé. El gran artífice del milagro de La Caixa; y el creador de su actual distribución tras la crisis financiera. Un grupo dividido en una rama bancaria y otra industrial a la que ahora dedica la mayor parte de su tiempo.
Allí aplica la misma práctica que impuso cuando lideraba el banco -en el que sigue teniendo influencia, pues preside a su principal accionista-: crecer, salir más allá de las fronteras de Cataluña e ir abarcando, poco a poco, distintos grupos empresariales con los que hacer músculo financiero. Incluso ahora, ya piensa en cómo hacer nuevos movimientos que permitan hacer crecer a Criteria. Eso sí, imprimiendo su sello: garantizar que sea el orgullo de los catalanes.
Pero ese sentimiento de pertenencia se puede romper. Su consejo de administración se reúne este viernes para decidir su futuro: abandonar Barcelona como sede social. Una puerta que se abrió en 2014, con el procés de Artur Mas en marcha, y cuyo umbral nunca se ha atrevido a cruzar.
En aquel entonces eliminaba el requerimiento de que la sede permaneciera en Barcelona; pero no que el cambio tuviera que ser aprobado por una Junta de Accionistas. Algo que retrasaría, y mucho un cambio de sede ahora mismo y para lo que el Gobierno le echará una mano este viernes con un decreto ad-hoc.
Adaptarse a las circunstancias
Desde ese primer cambio ha mantenido un delicado -y complicado- equilibrio que le ha permitido jugar todas las cartas de la baraja. Por un lado, sostener buenas relaciones con los gobiernos de Madrid y, por el otro, adaptarse a los vaivenes del independentismo catalán.
Pero tres años más tarde el tiempo se acaba. El reloj corre en su contra, y el actual presidente del banco, Jordi Gual, debe decidir. Puigdemont, con su deriva nacionalista, obliga a tomar decisiones. No por su rama industrial (al menos por ahora) pero sí con Caixabank. La entidad financiera debe abandonar Barcelona.
Una encrucijada que algunos de sus ejecutivos no se atreven a resolver. Pero no queda más remedio. Basta con mirar la evolución en bolsa entre el lunes y el miércoles, donde el banco se dejó 2.000 millones de euros por el miedo de los inversores. Y sus clientes han preguntado estos días qué ocurrirá con su dinero.
Salir de Cataluña es enfrentarse a la independencia, es aguantar el “castigo” al que los independentistas quieren someter a quienes les traicionan. Supondrá perder imagen de “catalanidad” en algunos sectores políticos, ver llamamientos al boicot de sus sucursales en Cataluña como ya ha hecho la CUP, pero tocará resistir.
Las garantías
Hacerlo supondrá permanecer bajo el paraguas del Banco Central Europeo (BCE), mantener las líneas de liquidez y garantizar el ahorro de sus clientes. Especialmente en caso de un corralito bancario decretado por Puigdemont, algo que afectaría a sus clientes catalanes.
Es el menor de los males, pero hay que estar dispuesto a resistir.
Quedarse en Cataluña es mucho peor. Supondría apostar por el nacionalismo, obligarse a buscar extrañas alternativas que permitan mantener el negocio bancario bajo un esquema de protección del BCE.
En definitiva, someter a los clientes de Cataluña a un corralito y a un empobrecimiento innecesario si Puigdemont sigue adelante con su deriva nacionalista.
Es el peor de los mundos para una entidad que traicionaría el seny catalán. Un sentido común que impera en la mayor parte de sus clientes en Cataluña y, por supuesto, en el resto de España.
Ha llegado la hora. Será doloroso, pero toca posicionarse y cruzar el umbral para enfrentarse a la realidad.