El Caso de la Independencia Dependiente
La detective de EL ESPAÑOL sigue investigando la salida de empresas en Cataluña, y las locas consecuencias que produce el diálogo de sordos entre Mariano Rajoy y Carles Puigdemont.
Mi cliente entró iracundo. Tanto que, al cerrar de un portazo, rompió al cristal que anuncia al visitante mi nombre y mi profesión: Mar Lowe, detective de empresas. Para servirle al Registro Mercantil y a usted, siempre por una módica suma.
"¡Ha declarado la independencia! ¡Pero no ha declarado la independencia!", grita el alopécico señor trajeado de nariz aguileña que se ha impuesto en mi despacho profesional. "¡No sé qué hacer!". El blanco de sus ojos es ya carmesí, sus poros derrochan sudor, cada movimiento es una mueca. En circunstancias normales, diría que se ha empolvado la nariz, pero estos días andamos todos un poco neuróticos. La droga nos la dan gratis en el Telediario.
Consigo que se siente y le pongo un lingotazo. A los pocos minutos, entre jadeo y jadeo, me explica que es -¡sorpresa!- otro empresario catalán. Concretamente, el CEO de una empresa que se había comprometido a salir de Cataluña si había una declaración unilateral de independencia, pero que en estos momentos no sabe qué hacer ante los balbuceos ininteligibles de Carles Puigdemont.
Llegamos a la 'estafermidad'
Le comprendo perfectamente. El hombre cuyo peinado recuerda al de un Playmobil llegó hace unos días al Parlament para proponer como solución una independencia cuántica, que existe y no existe al mismo tiempo. Una declaración unilateral a la gallega. Una independencia de Schroedinger. Una independencia en el lenguaje de Rajoy o de los huevos de Fray Ruperto.
Aprovechando la metáfora de Rajoy como muñeco de justas medieval, acuñada por Pedro J. Ramírez, nos encontramos la rocambolesca situación de ver un estafermo enfrentado a otro estafermo. La 'estafermidad' se contagia, además, hasta el punto de que incluso marcas tan castellanas como Campofrío se lanzan a la ambigüedad y hablan de cosas como una "declaración unilateral de independencia y dependencia".
El reciente anuncio publicado en La Vanguardia por la empresa de embutidos tiene la cualidad de complacer por igual al lector con independencia de su ideología. Lucha contra la "locura colectiva", sin decir la de quién. Defiende el mismo "sentido común" que ambas partes están convencidas de tener de su parte.
La presión 'indepe'
Supongo que esa "violencia" incluye tanto la policial como la 'indepe'. Porque la revolución de las sonrisas puede provocar coulrofobia -miedo a los payasos-. O si no, que se lo digan al directivo de uno de los grandes colosos del Ibex, que se vio sometido a un vergonzoso escrache durante un acontecimiento tan poco polémico como un bautizo...
Mi nuevo cliente se ve empujado por la necesidad de actuar en un sentido o en otro. Planeta lo vio claro y entendió que cualquier cosa que no fuese bajarse de la burra era seguir subido en ella.
Le explico que hay tres motivos que imponen un traslado. El primero, ser un banco. Hasta la Caixa d'Enginyers, la aldea de Astérix bancaria de los 'indepes' ha dicho que hará lo que sea necesario para pertenecer a la Eurozona. Las consecuencias de salirse serían demoledoras.
Algunas no pueden moverse
El segundo motivo es la amenaza de boicots. Si tu red comercial detecta un brusco descenso en tus ventas desde septiembre, conviene enviar alguna señal al mercado de que tus clientes son más importantes que los delirios ilegales de una parte de los mismos.
El tercer motivo es la pertenencia a sectores regulados como el de la electricidad o un elevado porcentaje de tus ingresos que dependan del BOE. Una Generalitat arruinada y en pleno corralito es peor cliente que un Estado en plena aplicación del artículo 155.
Al menos, le digo a mi cliente que tiene suerte. Hay empresas que no se pueden ir de Cataluña porque anunciaron hace muy poco que entraban. Es el caso de Amazon, que se ha quedado entrampada con dos centros de referencia en el distrito de startups 22@ de la Ciudad Condal.
No será el último
Él puede irse con mi bendición. Da igual lo que diga Puigdemont en su respuesta al requerimiento de Rajoy. Las cosas no van a calmarse y las empresas no pueden seguir metidas en la trampa de Puigdemont. Al menos ellas, a diferencia de los ciudadanos catalanes de a pie, tienen adónde ir y ciudades dispuestos a acogerlas con los brazos abiertos.
He animado a mi cliente. Parece más tranquilo. La histeria se ha visto sustituida por la determinación. Se irá. Y no será el último.
Para contarle nuevas aventuras confidenciales a Mar Lowe, puedes escribir a mar.lowe@elespanol.com