Marta García Aller es periodista, entre otras cosas. Pero también es divulgadora, profesora, tertuliana y, básicamente, todo lo que se propone. Está tan acostumbrada a superar cualquier dificultad que se le pone por delante, que se ha lanzado el reto de predecir el futuro. Y para hacerlo nos explica cómo el pasado se va desmontando a su paso. Se ha dado cuenta de que, sin la Nada que deja detrás, no hay Fantasía en La Historia Interminable de la innovación.
El Fin del Mundo tal y como lo conocemos (Planeta) es un ensayo apasionante y para todos los públicos que sirve como brújula para las procelosas aguas de la innovación constante en las que navegamos, como individuos y como sociedad.
Hace siete años publicaste ‘Siga a ese taxi’, que estaba plagado de anécdotas de taxistas. El ‘fin del mundo’ del que hablas afecta también a esa industria…
Quién le hubiera dicho a los taxistas en 2010 que su modelo de negocio se vería afectado por Internet y por la inteligencia artificial. Es la mejor prueba de que la transformación digital no deja indiferente a ningún negocio o a ningún sector. Uber, Cabify y otras empresas están revolucionando el mundo del transporte. Entiendo que en el mundo del taxi haya reticencias, pero la solución a los problemas que crea la tecnología es más tecnología. El siguiente paso, además, ya no es una app, sino los vehículos autónomos, que están a la vuelta de la esquina y que veremos a partir de 2021.
¿Al decir que la solución es siempre más tecnología no estamos cometiendo el mismo pecado que cuando decíamos que los pisos siempre subirían de precio?
No por invertir en tecnología vas siempre a ganar más dinero, pero puede que así sobreviva tu negocio. La alternativa es la irrelevancia, ser el Kodak o el Blockbuster de la película. Hay infinidad de empresas que han desaparecido por no saber adaptarse. Kodak tuvo la primera cámara digital y le pidió a quien la desarrolló que la guardara en un cajón porque podía ser terrible para su modelo de negocio. La clave está en hacerse muchas preguntas, porque los cambios afectan a gente muy diversa. Hay consejeros delegados de empresas que me dicen que el libro les ha ayudado, y también me lo dicen estudiantes universitarios que son conscientes de que cuando terminen sus estudios el mundo habrá vuelto a cambiar.
Según el libro, vamos a ser viejecitos que dedicarán todo su tiempo a estudiar.
Pero también seremos viejos más tiempo, si se cumplen las predicciones de los científicos. Mejor dicho: lo que se va alargar no será nuestra vejez, será nuestra juventud. Vamos a ser novatos constantes. Me gusta esa expresión porque explica muy bien a qué realidad nos enfrentamos. Cada vez que cambiamos de móvil tenemos que aprender todo lo nuevo que han incorporado en la siguiente generación.
‘Novatos digitales’ tiene casi las mismas letras que ‘nativos digitales’…
Ser novato requiere mucha humildad, la de saber que nunca vas a ser experto en nada. Tenemos que ser razonablemente buenos en muchas cosas. Otro concepto que explica eso es el de 'knowmads', los nómadas del conocimiento, aquellos que son capaces de adaptarse al cambio. Las máquinas se adaptan mejor a patrones, nosotros nos adaptamos mejor, improvisamos mejor.
En el libro hablas de robots que andan y ya he visto un vídeo de un robot que hace volteretas. ¿No te da miedo que lo que escribes se quede viejo?
Quien lo lea ahora podrá presumir dentro de seis meses de futurólogo. Lo que no envejecerá es la curiosidad y las preguntas que se hacen. ¿Estamos usando bien el teléfono móvil? ¿Con qué edad hay que empezar a usarlo? Hay un trasfondo que no envejecerá. Los ejemplos envejecerán, pero la curiosidad no. También me curo en salud hablando de los futuros fallidos. Hay grandes expertos que han fracasado estrepitosamente. En 1995, Clifford Stoll señalaba en ‘Internet, ¡bah!’ que Internet nunca sería seguro para las compras, que no se utilizaría para leer o que el fax era mejor que el correo electrónico. Por aquel entonces, Jeff Bezos estaba creando Amazon.
Hablas de profesiones que desaparecerán. Mójate. ¿Cuáles serán las primeras?
Teleoperador. Todos los estudios sobre inteligencia artificial (IA) lo mencionan. A la velocidad a la que avanza esta tecnología y el lenguaje natural, tiene fecha de caducidad. Las grandes empresas están invirtiendo mucho en automatizar sus call centers. La IA adapta las rutinas, y si tienen algo en común nuestras llamadas a operadores es que son rutinarias. Las quejas se repiten y hay un protocolo escrito para atenderlas. En cuanto no se diferencie una voz de la máquina de una voz humana, esa profesión desaparecerá.
También relacionado con el trabajo, hablas mucho de la renta básica. En el libro dices, literalmente, “tiene mucho sentido que los magnates tecnológicos promuevan este nuevo sistema de renta universal”...
Fue muy controvertido que Bill Gates hablase de impuestos a los robots o renta básica. Eso ralentizaría la innovación. Pero el propio Gates decía que hay que frenarla. Que el cambio está siendo tan rápido que si no lo hacemos la destrucción de empleo será masiva. Estoy de acuerdo sólo con una parte: hay que encontrar soluciones. Si en el corto plazo se destruye el 60% de las tareas que desempeñamos, no podemos esperar a que esto se vaya solucionando sólo. ¿Qué vamos a hacer con medio millón de puestos de trabajo relacionados con el transporte que desaparecerán con el coche autónomo en España? Tenemos un reto, que el reciclaje en competencias de los 'knowmads' vaya acompasado con un apoyo a la gente que se vea expulsada del sistema. La renta universal la promueven las grandes tecnológicas y, en el norte de Europa, la derecha.
Se traspasa la diferencia ideológica tradicional de derecha e izquierda. Un movimiento 'neoludita' con gente que vaya con palos a destrozar robots no les ayudará a vender más. Está en su interés que haya consumidores pasivos y no rebeldes con causa. No creo que la renta universal sea una panacea, pero tenemos que darle una vuelta al sistema de prestaciones sociales que tenemos, porque está pensado para el siglo XX, no para el siglo XXI. Los derechos sociales están concebidos para una sociedad en la que hay pleno empleo y no tener trabajo es una excepción. ¿Y si cambia el paradigma y no todos podemos tener empleo aunque queramos y periódicamente todo el mundo va a estar desempleado? El Estado, además, no está preparado para el reciclaje constante del que hablamos.
Cuanto más sé de tecnología más me molesta el eje izquierda-derecha. Veo que te pasa lo mismo.
En cada capítulo del libro hablo de cosas que se terminan. Una de las cosas que vamos a dejar atrás es el concepto de globalización. Lo estamos viendo con el Brexit, con Trump, con el separatismo… Tener un mundo global no nos hace más abiertos. Especialmente si de lo que nos alimentamos es de amigos en Facebook que piensan lo mismo que nosotros porque bloqueamos a todo aquel que piensa de forma diferente. En realidad, se crean filtros burbuja, cámaras de eco de gente que se da la razón constantemente. El eje derecha-izquierda está dando paso al eje abierto-cerrado. Tener una mentalidad global tanto desde el punto de vista del comercio como de la libre circulación de las personas frente a lo contrario, frente a quienes se empeñan en hacer del mundo un lugar cada vez más chiquitito. Quizá hay gente que necesita un mundo más pequeño porque le abruma la globalización. Si no se humaniza, la globalización desaparecerá.
A mí me parece un proceso absolutamente irreversible, pero coincido en que existen esas reacciones viscerales y que se deben a la globalización. ¿Crees que esta respuesta puede estar relacionada con la proliferación de medievalistas anticiencia que creen que la Tierra es plana, las vacunas provocan autismo o la homeopatía funciona?
Esa gente ya existía. Lo que pasa es que no tenía visibilidad ni la capacidad de organizarse. No es nuevo que la gente se cierre al conocimiento científico y abrace las supersticiones. Pero la tecnología permite que se conecten entre sí. La tecnología es un superpoder y conlleva una gran responsabilidad.
Hablas mucho de robots. ¿Le ves la ventaja a los antropomórficos?
Eso les permite, por ejemplo, participar en misiones de salvamento y no jugarte vidas humanas. También para movilizar cargas de mucho peso en trabajos penosos para las personas. La capacidad de las máquinas de imitar movimientos humanos, no sólo pensamientos, y la agilidad de dos brazos y dos piernas van a cambiar muchas de las tareas que conocemos. Pero los habrá de todo tipo. Fíjate en los Kiva de Amazon, las pequeñas 'cucarachas naranjas’ que Amazon tiene por miles para mover palés pesadísimos. Eso cambia su logística y le da la agilidad que tiene.
En el libro, que es muy completo y tiene un lenguaje muy accesible, he echado en falta que hablases de blockchain en el capítulo sobre el final del dinero.
Bitcoin me parece anecdótico. Es como Napster, que cambia las reglas del juego pero puede no ser definitivo. Blockchain sí va a transformar industrias como los seguros, la logística o la forma en la que las empresas estructuran la información. Pero creo que es una de estas tecnologías opacas que los periodistas nos empeñamos en explicar. Puede cambiar el mundo sin que sepamos cómo funciona. En el libro recurro mucho al pasado para explicar el futuro y me recuerda a cuando en los 90 Telefónica intentaba explicar qué era Internet. Hoy en día te sonrojas al pensar en ello. Hagamos los intentos que hagamos en definir blockchain, en unos años miraremos atrás y nos avergonzaremos. Un poeta definía la fotografía, cuando apareció, como “un espejo en el que se derrama el rostro y permanece”. Explicar las tecnologías del futuro es un reto fascinante para el que muchas veces nos falta el vocabulario porque las cosas no han pasado todavía. Lo importante es saber que va a cambiar el terreno de juego, no saber cómo funciona por dentro. No hace falta ser ingeniero para ver cómo WhatsApp ha cambiado nuestra forma de comunicarnos.
¿No es una paradoja hablar de que tendremos que saber más cosas en el futuro y luego decir que no tenemos que saber cómo funcionan las cosas por dentro? La FCC en EEUU ha propinado un golpe importante a la neutralidad de la red. Pero si la gente no sabe siquiera qué es y cómo funciona, ¿cómo va a defenderla si sólo una pequeña parte de la población sabe de lo que está hablando?
Hace falta mucho más conocimiento tecnológico. En las escuelas tienen que enseñar a programar, es un lenguaje que le va a hacer falta a los chavales. Pero también creo que tampoco hay que revestir de complejidad las cosas que van a cambiar el mundo, hay que hacerlas accesibles. Hay que crear curiosidad y no pedir a la gente que entienda qué es blockchain. A un experto que sabe sobre esto no voy a explicarle nada que no sepa, pero puedo abrirle la cabeza a cosas que no se había planteado. Hay que simplificar mucho la tecnología. Recuerdo cuando me contabas que los señores mayores entraban en las tiendas pidiendo un móvil con WhatsApp. Ahí la gente no entendía que quería Internet en el teléfono, pero sí que enviar mensajes gratis les cambiaba la vida. Eso es lo que hace que una tecnología funcione, que haya aplicaciones que transforman a las personas, que tengan una función social. Con blockchain tenemos la tecnología pero no la función social. Mi trabajo en el libro es que nos paremos en esta vorágine de cambios y pensemos en cómo nos está cambiando todo esto la vida.
¿Te planteas una secuela?
Podría buscar a los expertos que acertaron y a los que se equivocaron. Pero eso lo resume mejor Ray Bradbury. Él predijo que a principios del año 2000 los humanos habríamos colonizado Marte. Para justificarse, medio siglo más tarde, alegó que no era culpa suya que la humanidad hubiera preferido malgastar su vida bebiendo cerveza y viendo la televisión. La tecnología está ahí, a ver qué hacemos con ella.