Los taxistas se han manifestado para defender sus derechos legítimos y, desafortunadamente, centraron su protesta en el objetivo equivocado. Creo que soy uno de los mayores usuarios del taxi de España. Lo uso entre cuatro y seis veces al día cuando- estoy en Madrid y otras ciudades de España. El taxi español, y el madrileño en particular, es competitivo, y en mi experiencia, el servicio es muy bueno.

En rarísimas ocasiones he tenido una experiencia negativa de esas que me cuentan otras personas. En mis muchas conversaciones con trabajadores del taxi, me han expresado las innumerables trabas y regulaciones ridículas a las que están sometidos. Tarifas prefijadas, carreras (al aeropuerto) impuestas, decenas de requisitos normativos, atroces limitaciones de tipo de vehículo, etc. Una auténtica pesadilla. A ello se le añade el coste de una licencia -equivalente al precio de un piso- que se ha desbocado por la especulación alentada desde una oferta limitada por ayuntamientos y gobiernos.

Al taxista se le ha convertido en el cajero de los múltiples caprichos regulatorios y recaudatorios de unos gobiernos que dicen “defender el taxi” mientras lo exprimen como un activo cautivo.

Estos taxistas que se levantan a las cinco de la mañana e intentan sobrevivir al tsunami impositivo y a la aleatoriedad normativa tienen toda la razón al quejarse. Porque no es que haya aparecido la competencia con Cabify y Uber, es que estas VTCs han mostrado, como hacen todas las tecnologías disruptivas, que existe una enorme cadena de incentivos perversos y limitaciones al mercado. Como ha ocurrido en la energía, las telecomunicaciones o la banca, no es que sean competencia desleal, es que estas empresas han encontrado el filón de un sistema de costes encadenados, de ineficiencias impuestas desde la normativa. Se ha usado a los taxistas como rehenes cautivos y cajeros recaudatorios y a los clientes como pagafantas de la arbitrariedad y voracidad confiscatoria de los mal llamados “reguladores”.

Los taxistas, como autónomos y trabajadores, no tienen ninguna dificultad ni problema por competir. Su voluntad es clara, y ya son competitivos si no tienen que cargar con la mochila de las arbitrariedades recaudatorias. Para ese taxista, ejemplar en su dedicación, Uber y Cabify no son el enemigo. Son la constatación de que les han engañado y asaltado durante años. Son el reflejo de que el intervencionismo más absurdo ha llevado al negocio del taxi a un callejón sin aparente salida. No porque los taxistas no sean competitivos, corteses o porque el servicio no sea excelente, sino porque trabajan con grilletes en los pies y manos y con siete bolas impuestas desde unos políticos que -encima- llenan sus cuentas de redes sociales de mensajes de apoyo al taxi mientras le quitan hasta un 50% de sus ingresos.

El error de la Asociación Nacional del Taxi, en mi opinión, es centrar el objetivo de sus quejas en pedir que los demás estén tan maltratados como ellos. En olvidar en todas estas quejas, legítimas, que debemos poner al cliente -y no al burócrata de turno- como centro del servicio.

El taxi no solo puede competir, sino que, en condiciones abiertas, arrasaría. El problema es cómo les compensamos por los años de ineficiencias y gastos innecesarios.

Compensaciones

Primero, los taxistas deberían recibir una bonificación en sus impuestos por las licencias pagadas a precio desorbitado porque se limitaba la oferta artificialmente. Segundo, los taxistas deberían poder fijar la tarifa en base a la demanda, no a criterios políticos de limitación de oferta. Cabify o Uber no cobran menos por ir al aeropuerto, es que el taxi está obligado a cobrarnos 30 euros (en Madrid).

Y es un error porque se puede pedir que todos sufran el mismo infierno, pero la evidencia de todas las ciudades en las que he vivido es que no se pueden poner puertas al campo. El castillo de naipes creado entre los especuladores de licencias y los poderes locales va a caer sí o sí. Los conglomerados de telecomunicaciones también se mesaban las barbas ante la pérdida de los ingresos por renta de posición impuestos desde el poder.

El taxi puede crecer y ganar, y competir con Uber y Cabify y el que sea, y estos últimos desarrollar su negocio en un mercado abierto con unas reglas mínimas, por supuesto. Pero no confundamos reglas y normas con imposiciones arbitrarias para limitar el mercado y crear ingresos cautivos. Porque una cosa es regulación y otra, intervencionismo.

Espero que las asociaciones del taxi no caigan en el error de unirse a sus maltratadores en pedir imposición y represión normativa. Porque perderán, como ha ocurrido en todas las ciudades del mundo que conozco. Si el taxi centra su lucha en defender al cliente y a sus trabajadores desde una competencia sana y una normativa no confiscatoria, venceremos todos. Si se une a la represión, les ocurrirá lo que a los taxis en Miami. Pasarán a ser una anécdota. Y yo, que valoro su servicio y su dedicación, sé que pueden salir reforzados. Desde la competencia sana.