La naviera Royal Caribbean arranca la temporada de cruceros con un flamante Symphony of the Seas, el vigésimo cuarto que se une a la familia. El cuarto miembro de la serie Oasis es, de nuevo, “el crucero más grande del mundo”, una trampa en la que la propia naviera se ha metido sin querer presentando cada vez una nave más y más grande aunque sea en tonelaje, como reconoce su CEO, Michael Bayley.
“Sé que puede sonar un poco falso, pero el tamaño no nos importa”, aseguraba Bayley ante casi un centenar de periodistas en un encuentro organizado en el propio barco. “Cuando diseñamos los barcos, lo hacemos pensando en que los pasajeros disfruten al máximo, en diversión y entretenimiento, y nos acaban saliendo barcos grandes”.
El Symphony mide 72 metros de alto y 362 metros de eslora, apenas un metro más que el anterior rey de los mares, su antecesor Harmony of the Seas, aunque algo más de tonelaje (228.081 frente a casi 227.000, el equivalente a más de 17.000 elefantes africanos). Sus 2.759 camarotes dan una capacidad total para 6.680 pasajeros, a los que hay que añadir las 2.200 personas que forman la tripulación.
Empezó a construirse en octubre de 2015 en el astillero STX France y Royal Caribbean lo recibió hace menos de diez días. El Symphony salió del puerto de Saint Nazaire el pasado 23 de marzo con destino a Málaga, donde inició el martes un viaje preinaugural con destino a Barcelona.
El crucero se despidió de Málaga rumbo a la capital catalana entre fuegos artificiales. En las 32 horas que separan ambas ciudades el crucerista tiene diversión a bordo de sobra como para no echar ni una cabezada. Un viaje que va de lo gastronómico, con una veintena de restaurantes y cafeterías operativas en algunos casos todo el día, hasta lo lúdico: salas recreativas, casinos, espectáculos al estilo Broadway, monologuistas o un club de jazz. Tampoco falta el baile, incluso en las ya de moda “discotecas silenciosas”, en las que cada uno lleva su propia música en sus auriculares dando lugar a una sala en la que sólo las risas y los murmullos parecen dar ritmo a esos cuerpos danzantes.
Y si cualquiera de sus muchos y simpáticos camareros no te basta para servirte un combinado, siempre puedes ir al puente cinco y diseñártelo a tu gusto en el bar robótico. Un brazo metálico se encargará de medir y remover -sin agitar- el cóctel que encargues a través de una tablet.
El Symphony, como los demás barcos de Royal Caribbean, tiene un marcado estilo familiar. A los espacios infantiles, las 24 piscinas con toboganes o las áreas de juegos se suma en esta ocasión una nueva suite familiar -Ultimate Family Suite- que incluye una gran pantalla para jugar a la consola y un tobogán para conectar ambas plantas del dúplex. Esta suite tiene dos dormitorios, dos baños, sala de estar y salón de juegos en sus más de 100 metros cuadrados. Por semana puede costar desde 30.000 dólares. El objetivo de la naviera es utilizarla como piloto para estudiar "lo que funciona y lo que no", afirma Bayley, y diseñar futuros camarotes con ese aprendizaje.
Además de los camarotes exteriores, este barco cuenta con camarotes con terraza hacia el parque interior, una pequeña réplica del neoyorkino Central Park, o hacia el Boardwalk, otro de sus vecindarios. Como en todos los cruceros, también hay camarotes interiores. Para aliviar esa ligera claustrofobia, en el Symphony cuentan con balcones virtuales para dar luminosidad a la estancia.
Para los que quieren disfrutar de actividades deportivas está la cancha de baloncesto al aire libre, compartiendo puente con las piscinas y el simulador de surf. También tienen a su disposición un rocódromo o la pista de patinaje sobre hielo donde, además, en algunos momentos se puede jugar a laser tag (sí, lo de ponerse un chaleco y disparar con pistolas de luz, como hacía Barney Stinson en ‘Cómo conocí a vuestra madre’).
En un lugar como el Symphony no podía faltar el spa y el gimnasio (incluso una pista para correr a modo de velódromo que circunvala el barco), todo a disposición de las necesidades del cliente. A veces, es hasta necesario salir a alguna de las terrazas para recordar que se está en un barco. Y el mejor lugar para esta toma de conciencia está en la proa del barco, en su Solarium, donde puedes desayunar o almorzar -o simplemente disfrutar de los sofás- mientras ves cómo el Symphony avanza sin tregua hacia el siguiente destino.
Y si de repente necesitas un chute de adrenalina, puedes ir al último puente y elegir entre cruzar el patio interior del barco en tirolina o tirarte por el tobogán más alto que se ha construido en la popa de un barco: 45 metros con varios rizos que desembocan en el Boardwalk, el rincón del barco que se viste de feria con sus dulces y hamburguesas.
El servicio es impecable. Una coreografía perfectamente milimetrada que implica a más de 2.000 personas de más de 30 nacionalidades de los cinco continentes. La globalización del turismo se resume, hoy en día, en esto: una naviera estadounidense estrena el nuevo barco más grande del mundo que, bajo bandera de Bahamas y construido en un astillero francés, inicia su vida en las aguas mediterráneas para operar de forma estable en el Caribe.
La compañía se jacta, además, de haber logrado un barco mucho más eficiente, un 25% más comparado con sus naves de hace casi una década. Subraya siempre que puede su compromiso con el medio ambiente que, en este barco, se ha traducido también en la eliminación posible de todo el plástico de un solo uso.
Los platos y vasos son de plástico reutilizable, no se sirven pajitas con las bebidas y, si el cliente necesita una, son de papel. Un gesto más con el que Royal persigue que la huella de sus gigantes ciudades flotantes sea la menor posible. El barco cuenta con una sala específica de reciclado donde el equipo correspondiente separa y prepara los diferentes residuos para su posterior tratamiento. Todo lo que no sea cartón, vidrio, plástico o metal reciclables, se incinera en el propio barco. La nave tiene, además, su propia potabilizadora de agua.
La naviera va a tener este barco en el Mediterráneo hasta octubre, con un programa de cruceros de siete días con Barcelona como puerto base y escala en Palma de Mallorca, en España; Provenza (Francia) y Florencia, Pisa, Roma y Nápoles (Italia).
El primer crucero desde Ciudad Condal sale el próximo 7 de abril y, según los precios que constan en su web, siete noches disfrutando del barco en el Mediterráneo pueden salir por unos 1.500 dólares (sin contar las tasas). Desde octubre, este barco estará en el Caribe, con Miami como puerto base.
CocoCay, un giro al modelo crucerista
Pero Royal Caribbean no se conforma con sus enormes (y entretenidos) barcos, está empeñada en ir más allá y en ofrecer aún más a sus clientes. Con esta intención, ha anunciado una inversión de 200 millones de dólares para reformar la isla privada que ya tiene en Bahamas. CocoCay era ya parte de sus rutas en el Caribe y ahora van a convertirla en un enorme resort.
‘Perfect Day at CocoCay’, el nombre que tendrá esta isla, contará con parques acuáticos, piscinas de agua dulce y tirolinas, entre otras atracciones. Pero además de la diversión, la isla tendrá espacios de relax, para hacer deporte o rutas por la isla, o simplemente disfrutar de la playa desde una hamaca.
La transformación de la isla se hará por fases: a partir de este septiembre iniciarán la construcción de un nuevo muelle y para la próxima primavera esperan tener listas la mayoría de las nuevas atracciones. Coco Beach Club, las primeras cabañas que se construyen sobre el agua en Bahamas, abrirá sus puertas en noviembre de 2019.
La naviera ofrecerá este destino como parte de sus cruceros que zarpen desde Nueva York, Maryland y Florida, y ha prometido que no será la única. Royal Caribbean está estudiando posibles ubicaciones en Asia, Australia y el Caribe para sumar más islas y contar con este tipo de destinos a nivel global. El objetivo es ofrecer "vacaciones memorables tanto a bordo de nuestros barcos como en destino", asegura el CEO de la naviera.