El Caso de los primos que deberían haber jugado juntos
La detective de empresas de EL ESPAÑOL se marcha a las Ventas a respirar el ambiente taurino de la ciudad. Allí se encuentra con una sorpresa inesperada.
Vaya semanita intensa la que llevamos en Madrid. Lo que prometían ser unos días tranquilos en los que pensaba disfrutar de los toros en Las Ventas, ahora que todavía Carmena no los ha prohibido, se han convertido en algo muy distinto.
Lamentablemente todo ha quedado enterrado por el chalé. Sí, el de Iglesias, ese de 2.000 metros cuadrados de terreno con hipoteca de más de 1.600 pavos al mes. ¡Quién los pillara! Debe ser la recuperación económica, como decía el ministro portavoz, la que les ha permitido acceder a una hipoteca a la que no todo el mundo tiene opciones: 540.000 euros a treinta años y, por lo que cuenta EL ESPAÑOL, con mejores condiciones que las que ofrece en su web la Caja de Ingenieros.
La comidilla de todos los rincones de Madrid. La incoherencia del líder podemita llegaba también tendido siete de las Ventas. Estaba yo con un cliente disfrutando de la ganadería Domecq y el toro de Finito de Córdoba cuando comentábamos ‘el chaletito’ de los Iglesias Montero.
“Al menos servirá para que los hijos de la pareja jueguen con sus primos”, me dijo.
Sin entender de qué estábamos hablando decidí seguirle el juego: claro, claro, respondí. Eso siempre es positivo, la familia es importante.
Fundamental, me dijo. “Sobre todo a la hora del relevo en la empresa familiar. ¿Sabes cuántas fracasan por la mala relación entre sus miembros? ¿Porque no existía una buena relación entre ellos?”.
Sé los problemas que hay en la empresa familiar a la hora del relevo. También imagino que es posible que una mala relación entre los miembros puede dar al traste con una empresa. Pero, ¿a qué viene esto?, pregunté.
A nada y a todo contestó. Sólo te digo que a lo mejor te resulta de interés saber que cuando los primos no han tenido mucha relación entre sí, y se trata de imponer el relevo en la empresa familiar, pueden saltar chispas.
Pero… ¿Por qué insistes en esto? Repreguntaba yo.
Sin embargo, él me miró con cara de ternura y mirando al albero respondió: ¡Oooooleee!.
Entendí que la conversación había terminado. Tendré que seguir pensando.