El caso del Rector que no teme a nada ni a nadie
La detective de empresas de EL ESPAÑOL se adentra en una reunión de los principales dirigentes de universidades de España y Latinoamérica.
Hacía cuatro años que no veía un encuentro con rectores de Iberoamérica. La última vez fue en Río de Janeiro y allí estuve yo. Pero este año las cosas eran distintas. Sabía que habría caras nuevas fruto de la renovación de cargos durante estos años, así que allí me dirigí para ver qué se cocía en el ambiente.
La expectación era máxima. No sólo por el contenido del debate, también por ver quiénes estaban entre los asistentes. No estaba nada claro si alguno de los Rectores que está ahora en la picota iba a acudir. Sin embargo, allí estaba. Representando a su universidad.
Reconozco que me llamó la atención verle por allí, pero más me sorprendió cuando me escribió un DM y me dijo… "Mar, quedamos a las 12.00 en las Escuelas". Así que ni corta ni perezosa acepté la cita. No podía evitar la tentación de verme con él, sobre todo porque quizá podría sumarle a mi lista de clientes.
Llegó puntual a nuestra reunión. Le dije que me sorprendía verle por allí, a lo que respondió exclamado: “¿Por qué? En estos momentos hay que salir a dar la cara, poner el nombre de mi universidad por encima de todo y explicar lo que está ocurriendo”.
En breve tendrá que acudir a declarar ante la jueza. Se reconoce “tranquilo”. Está convencido de que su actuación se ajusta a la legalidad y no se ve imputado en la investigación que ahora se lleva a cabo. “Tiene toda la documentación, sabe qué pasó, lo que hice y cómo lo hice”, me explica.
Le veo muy tranquilo, le dije. Él me explicó que tiene la conciencia limpia, que nunca ha hecho nada malo, y que está “escandalizado” por todas las informaciones que aparecen relacionadas con él. “Mi único objetivo ahora es restaurar la imagen de la institución”, decía. Sobre todo porque cuando se produjeron los sucesos que ahora se investigan él era un simple ingeniero más que trabajaba en la universidad y "no conocía" a ninguno de los protagonistas de entonces, relataba.
Ardua tarea. La imagen de la institución ha quedado muy dañada y sus alumnos y profesores tienen la moral muy baja. Basta hablar con algunos de ellos como he tenido ocasión de hacer en alguna ocasión estos días. Incluso se nota también en las inscripciones de los máster, según me cuenta gente relacionada con esa universidad. Y veremos qué sucede una vez que ya esté cerrado el plazo de matrícula para los grados.
¿Cuáles serán sus próximos pasos?, pregunté.
“Estamos poniendo mecanismos para evitar que se pueda repetir lo ocurrido. Que un grupo reducido de personas pueda aprovecharse de su posición para beneficiar a alguien. Cualquier irregularidad será puesta en manos de la Justicia siempre” repetía una y otra vez.
No lo dijo, pero me dió la impresión de que está investigando algún que otro caso más, pero que no quiere ponerlo encima de la mesa hasta tener claro si es así.
El tiempo se acababa. La gente empezaba a llegar y no podían vernos juntos. Le deseé mucha suerte. Intenté que me diera su tarjeta para poder enviarle mis tarifas y echarle una mano. “Nunca doy mi contacto a los detectives”, me dijo.
Salió del aula en la que estábamos. Cerró la puerta y se fue. Cinco minutos después yo hice lo propio. No volví a verle.