El caso del expresidente que no podrá pelear si no pone dinero encima de la mesa
La detective de empresas de EL ESPAÑOL se cuela en unos premios y se encuentra con una sorpresa tremenda.
Estaba yo tan tranquila haciéndome la cena un día de esta semana cuando, de repente, sonó mi móvil. Miré el número y vi que era David, un amiguete que es abogado y que, al mismo tiempo, hace de espía para mí en los juzgados. No me juzguen, ya saben que soy de la teoría de que hay que tener amigos hasta en el infierno.
Respondí a la llamada ligeramente asustada, más que nada porque no es normal que me llame a esas horas. Al pulsar la tecla verde escuché un ruido de música ensordecedor. Sobre ella, y casi a gritos, hablaba David, al que apenas podía escuchar. Poco a poco, la música pasó a un segundo plano y su voz tomó el protagonismo.
“Está aquí un amigo tuyo”, me dijo. Sorprendida, le pedí que me diera más detalles. Básicamente, que me explicara dónde estaba para tener esa jarana detrás y de qué amigo se trataba, porque evidentemente tenía que ser o un cliente o alguien a quien tengo en el radar.
“Estoy en el Villamagna cenando, y acaba de pasar tu amigo ‘el presidente’, que va camino de una entrega de premios”. Con el retintín con el que me dijo lo de ‘el presidente’ imaginé a quién se refería. Habíamos hablado varias veces esta semana sobre el asunto, así que entendí que hablaba del máximo responsable de una empresa al que iban a cesar 48 horas después y que justo ese día había anunciado que impugnaría su destitución.
Le di las gracias por la información, siempre es útil saber en dónde anda la gente de la que estoy pendiente. David se percató de que iba a colgarle, pero antes me advirtió que debía explicarme algo. “¿El qué?”, le pregunté.
"Creo que su intención es la de recurrir su cese y solicitar medidas cautelarísimas, es decir, que ante la gravedad de los hechos lo restituyan en el poder sin escuchar a la otra parte. Este tipo de medidas sólo las he visto una vez en mi vida, así que no creo que se las concedan", me explicaba.
Sin darme opción a responder, él continuó explicándome: "Una vez denegadas las cautelarísimas, lo normal es que el juez celebre una vista con las partes en dos o tres días, y decida si adopta medidas cautelares (que lo vuelvan a situar en la presidencia y anulen el consejo que lo va a destituir hasta que haya un juicio). Sin embargo, ahí 'tu amigo' debe tener en cuenta que se analizan tres factores, y uno de ellos es la ‘obligación de caución”.
Reconozco que soy poco de términos jurídicos, pero entendí rápido que se trataba de dinero y me daba en la nariz que no iba a ser poco.
“¿De cuánto hablamos?”, pregunté. “El problema es ése, que no sé decirte. Lo que hace el juez es estimar -con lo que le digan las partes, y aquí la empresa tirará al alza- a cuánto pueden ascender los daños y perjuicios que provocaría decretar unas medidas cautelarísimas contra la empresa si, finalmente, ‘tu amigo’ pierde el juicio. Y ese dinero hay que depositarlo en el juzgado”, explicaba David.
Mi cabeza se hacía un esquema rápido. Se refiere al daño que podría suponer volver a situar a nuestro protagonista en la presidencia y que se mantuviera en ella hasta que un juez decida. Por tanto, si el magistrado en uno o dos años resuelve que su cese era ajustado a derecho se volvería a la situación de partida, con todo el impacto que eso tendría.
“¡Pero eso es casi incalculable! ¡Hablamos de una de las mayores empresas del país! Imagina el daño reputacional, el bloqueo en la actividad y toma de decisiones que pudieran adoptarse por el nuevo equipo si a ‘mi amigo’ lo restituyen, etc, etc”, respondí tras esos segundos en los que mi cabeza trataba de hacer un esquema mental de la situación.
“Pues a eso me refiero, Mar”, me dijo. “Ahí los abogados van a pelear muy fuerte, pero la cantidad será elevadísima. Me atrevería a decir que si no tiene la billetera bien llena o alguien que le preste el dinero va a tener muy difícil responder en caso de que el juez dicte medidas cautelarísimas. Yo, personalmente, no lo veo”.
Llegados a este punto, entendí que la conversación termina. David se acercaba cada vez más a la música que sonaba al principio. Antes de despedirnos hice una reflexión en voz alta: “si tiene problemas para pagar 40 millones del impuesto de sucesiones por la herencia de su tío, no quiero ni pensar lo que puede ocurrir con esto”.
“Exacto”, dijo David que, a continuación, se despidió y colgó dejándome libre para volver a centrarme en mis quehaceres de casa.