Mifid 2. Esta palabreja asociada a este número lleva meses ocupando páginas y páginas de los diarios salmón. Y no es para menos: se trata de la nueva normativa que ha entrado en vigor desde el 3 de enero en los países de la Unión Europea para que los mercados funcionen mejor y para proteger a los inversores. ¿De qué? Fundamentalmente, de invertir sin tener toda la información que precisan o de hacerlo en productos que no entienden.
Como su número dos indica, es la segunda parte de la original Mifid (Markets in Financial Instruments Directive) que lleva aplicándose desde 2007. Pero ahora, con una vuelta de tuerca fundamental en pos de la claridad y la mejora de la comunicación financiera. La industria de gestión de activos está que arde: han de aplicar numerosos cambios a su manera habitual de hacer las cosas, a veces todavía poco transparente.
Uno de los principales cambios a los que obliga Mifid 2, se encuentra en el conocido tema de las retrocesiones. Para que se entienda: cuando entre en vigor la normativa, las entidades que comercializan fondos de inversión deberán informar al cliente sobre si son o no independientes. ¿Esto qué significa? Si no son independientes (los bancos), hasta ahora recibían retrocesiones (comisiones) de las gestoras por vender sus fondos. Si son independientes, no recibían comisiones y cobraban a los clientes por el asesoramiento.
Con la implantación de Mifid 2 tanto el banco como la gestora, tendrán que informar obligatoriamente cuánto les cuesta pensar, crear y gestionar el fondo. Y especificar si ese cargo lo asumen ellos o el cliente. Si estas entidades no incurren en ningún coste por asesoramiento (lo que ocurre ahora de manera mayoritaria) y sólo comercializan los fondos, además, deberán incluir en su oferta de fondos un 25% de productos de otras gestoras.
Se trata de una modificación crucial en el modelo de negocio de esta industria que, sin duda, va a suponer más información y transparencia para el inversor.
Por otro lado, la normativa va a exigir que la gestora que crea los fondos establezca un mercado objetivo para su distribución basado, entre otras cosas, en los conocimientos y experiencia del cliente, en su situación financiera o en su tolerancia al riesgo. Y al mismo tiempo, establezca un mercado objetivo negativo: grupo de clientes que directamente, serán incompatibles con el producto. Con esto se busca evitar situaciones como la que se dio con las conocidas preferentes, producto muy complejo en el que invirtieron – y perdieron todos sus ahorros- muchos clientes con muy poca - o ninguna- formación financiera.
Por último, desde mi punto de vista, otro de los cambios fundamentales al que obligará Mifid 2 será el relativo a la formación. En los últimos meses, hemos observado cómo las entidades financieras han tenido que mandar a las aulas a su personal para que adquieran una capacitación específica supervisada por la CNMV. Si no, no podrán asesorar en la venta de unos u otros productos a sus clientes. Sorprendentemente, hasta ahora, esta formación concreta no era obligatoria.
Por tanto, como hemos visto, los principales afectados de esta norma son los bancos y las gestoras de los fondos de inversión y los principales beneficiarios, los pequeños inversores. Algunos se han puesto con celeridad a la tarea: han formado a sus equipos; han creado nuevas clases de fondos; han dado cabida a fondos de otras instituciones, etc.
Pero otros se han rebelado porque, entre otras cosas, argumentan que la transposición de la normativa es mucho más estricta aquí que en el resto de países europeos. Sin embargo, se antoja fundamental sobre todo si tenemos en cuenta los datos de esta industria en España. Según Inverco, hasta septiembre de 2017, el número de partícipes en fondos de inversión alcanzaba nada menos que los 10 millones. Y su patrimonio, una cifra llamativa: más de 253.325 millones de euros, dato superior al PIB de la Comunidad de Madrid. Sin duda, Mifid 2 y sus cambios en la comunicación hacia los inversores eran mucho más que necesarios.
Cecilia Díaz es consultora senior de Estudio de Comunicación