Entre los años 2021 y 2030 se pretenden instalar en España 65 GW de energías renovables, al mismo tiempo que se desconectan de la red 15 GW de energías no renovables. Esto es lo que recoge el actual Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC), desarrollado por el Ministerio para la Transición Ecológica y remitido a Bruselas el pasado mes de febrero. Si nos fijamos, la capacidad de renovables que es necesario instalar para sustituir los gigavatios producidos por las fuentes convencionales que dejarán de funcionar es 4,3 veces mayor.
El motivo de esta diferencia es sencillo, y lo encontramos en la disponibilidad del recurso. Mientras que las energías convencionales pueden producir las 24 horas del día y los siete días de la semana, los recursos renovables no están disponibles continuamente, sino un número limitado de horas al día.
Esto hace necesaria una cierta capacidad de gestión y de almacenamiento de la energía, algo que actualmente es difícil de conseguir y supone uno de los grandes retos del sector. Además, el almacenamiento es necesario que sea estacional (por largos períodos de tiempo), debido a la variación de los recursos renovables disponibles, y de la demanda energética, en función de la época del año. Es precisamente en este punto donde las redes de gas podrían jugar un papel importante, por su capacidad como sistema de almacenamiento.
Al fin y al cabo, las redes de gas natural constituyen un método de gestión de la energía, ya existente, planificado y bien conocido. De este modo, la energía excedentaria generada en determinadas estaciones del año podría ser convertida en hidrógeno y almacenada en la red de gas natural.
En este sentido, podríamos ver la actual infraestructura gasista de nuestro país como un sistema de almacenamiento energético y no solo como un distribuidor de energía. Lo cierto es que, en la actualidad, disponemos de unas redes de gas natural que nos permitirían incrementar la energía eléctrica renovable en el actual mix energético sin realizar grandes cambios estructurales en ellas, gestionando la energía en forma de hidrógeno producido desde electrólisis. Esto no es algo nuevo, sino el inicio de un camino ya emprendido por empresas transportistas y distribuidoras de gas natural en otros países de Europa y del mundo.
Además, el hidrógeno jugaría un papel fundamental en la descarbonización de diferentes sectores ya que, al sustituir gas natural por hidrógeno, introduciendo este gas en la red, estaríamos reduciendo las importaciones a la par que disminuimos las emisiones de CO2 asociadas a este combustible. Nos moveríamos de este modo hacia uno de los denominados "gases naturales renovables".
Evidentemente, si contemplamos la actual infraestructura gasista como una oportunidad de futuro, debemos ser conscientes de que mantenerla y mejorarla deberían ser prioridades. Así, se podrían cumplir los objetivos del PNIEC, garantizando un aprovechamiento completo de la energía renovable, mediante una adecuada gestión de la infraestructura gasista, sin necesidad de invertir en complejos sistemas de almacenamiento basados en grandes plantas de baterías.
El hidrógeno, considerado como un vector energético, contribuiría, de este modo, al acoplamiento entre diferentes sectores energéticos (eléctrico, gasista) y a una mayor sostenibilidad energética y medioambiental de nuestro país. Debemos entender la necesidad de aprovechar las oportunidades de las que disponemos hoy para cumplir los objetivos medioambientales del mañana. Así, el hidrógeno nos ofrece una solución efectiva, segura y sencilla para disfrutar de un desarrollo sostenible.
Javier Brey Sánchez es presidente de la Asociación Española del Hidrógeno (AeH2)