“I gather darkness to please me and I command you to kneel”. Paul Stanley.
Los tipos negativos son la destrucción del dinero. Una aberración económica sustentada en la estulticia de muchos bancos centrales y algunos de sus economistas que parten de un diagnóstico equivocado: la idea de que los agentes económicos no toman más crédito o invierten más porque eligen ahorrar en exceso y por lo tanto ese ahorro hay que penalizarlo para estimular la economía. Y no caben debates diplomáticos. Esa idea es una sandez.
La inflación y el crecimiento no son bajos por exceso de ahorro, sino por exceso de deuda, por perpetuar la sobrecapacidad con tipos bajos y alta liquidez y zombificar la economía subvencionando a los sectores de baja productividad y alta deuda con tipos irrisorios y penalizando la alta productividad con fiscalidad confiscatoria (esto por el lado fiscal).
La evidencia histórica de los tipos negativos muestra que no ayudan a reducir la deuda, la incentivan, no fortalecen la capacidad de crédito de las familias, porque se disparan los precios de los activos no replicables (inmobiliario, etc.) ante el exceso monetario, y el menor coste de deuda no compensa el mayor riesgo.
No se invierte menos ni se toma menos crédito porque los agentes económicos sean estúpidos, sino porque no tienen amnesia. Las familias y empresas son más prudentes en sus decisiones de inversión y gasto porque perciben, correctamente, que la realidad de la economía que viven cada día no se corresponde con el coste y la cantidad de dinero.
El argumento de los planificadores centrales se basa en una incoherencia: los tipos son negativos porque lo demanda el mercado, no porque lo imponga el banco central. Si así fuera, ¿por qué no dejan los tipos flotar libremente, si el resultado iba a ser el mismo? Porque es falso. Si los inversores exigen tipos negativos porque la inflación es muy baja, ¿por qué el aumento de la inversión es menor cuando se bajan los tipos por debajo de la inflación?
Piensen ustedes por un momento qué tipo de inversión, empresa o decisión financiera es aquella que es rentable con los tipos a -0,5% pero no con los tipos al 1%. Una bomba de relojería. No es ninguna casualidad que se dispare la inversión en sectores propensos a la burbuja y que se disparen los activos no replicables y financieros.
La deuda pública cotiza a tipos artificialmente bajos y, en vez de fortalecer las economías, las hace más dependientes de la deuda barata. Los estados abandonan el impulso reformista y se entregan a despilfarrar el ahorro en intereses de la deuda acumulada.
La represión financiera de los bancos centrales empieza por un diagnóstico equivocado al asumir que el bajo crecimiento e inflación es un problema de demanda, no de exceso, y termina perpetuando las burbujas que pretendía solventar.
La política de tipos negativos solo puede ser defendida por parte de aquellos que jamás han invertido ni creado un empleo. Porque parte de la idea de que la represión financiera va a llevar a los agentes económicos a tomar mucho más crédito y eso fortalece la economía.
Los tipos negativos son una enorme transferencia de riqueza de los ahorradores y salarios reales a los endeudados. Un impuesto a la prudencia. La destrucción de la percepción de riesgo que siempre beneficia a los más imprudentes. El rescate del ineficiente.
El banco central, al ignorar los efectos de la demografía, la tecnología y la competencia en la inflación y el crecimiento del consumo, crédito e inversión, genera nuevas burbujas más peligrosas que las anteriores. Y la próxima burbuja es volver a aumentar los desequilibrios fiscales de los países ante los tipos ultra-bajos creados artificialmente. Aún peor. Cuando no ignora esos efectos pero se presenta como el agente que los va a revertir, genera un riesgo y una burbuja mucho mayor.
Suecia lanzó su fracasado plan de tipos negativos hace casi cinco años y ahora lo revierte ante los riesgos financieros que se crean. Lo más interesante es que revierte la política de tipos negativos precisamente ante el riesgo de ralentización, porque la evidencia muestra que las decisiones de inversión y de consumo no aumentan porque se impongan tipos artificialmente bajos, pero sí se incentiva el exceso de riesgo en activos financieros.
En Suecia, con los tipos negativos, el índice de precios inmobiliarios ha aumentado un 50% (desde 160 puntos a 240), el índice de residencial medio ha subido un 27%, los activos no replicables han subido entre un 30% y un 70% (infraestructuras, etc.), la bolsa ha subido más de un 20%. En ese periodo, el consumo de las familias y la inversión (formación bruta de capital) ha aumentado muy poco y los salarios reales se han mantenido estancados.
La política monetaria ha pasado de ser un apoyo para reformas estructurales a una excusa para no llevarlas a cabo. Ahora, tras haber consumido todo el ahorro en costes de deuda y seguir con déficits y deuda elevados, los gobiernos oyen encantados que hay que implementar “medidas fiscales”. Y cuando un gobierno oye “medidas fiscales” lo traduce en “gastar”. Y cuando los gobiernos de la eurozona se lanzan a gastar, el resultado siempre es el mismo: más deuda y mayores impuestos.
En la eurozona se mantiene la aberración económica de los tipos negativos a pesar de que la evidencia de los riesgos colaterales que generan es abrumadora. Se mantiene porque se niega el fracaso de la medida y se le echa la culpa a ustedes y a mí por no gastar y endeudarnos más. ¿Qué puede salir mal?