Hace no tanto tiempo, uno de los principales reclamos que tenían las grandes compañías tecnológicas para captar talento eran sus oficinas. La irrupción de compañías como Facebook, Google o Twitter vino de la mano de una revolución en la conceptualización de los espacios de trabajo. De su mano llegó la era de las plantas diáfanas, el fin de los despachos, los sofás más cómodos, videoconsolas, mesas de ping-pong, cocinas equipadas con comida de cualquier rincón del mundo... Una moda que fue calando y, poco a poco, fue siendo adoptada por las empresas tradicionales.
Uno de los ejemplos más claros en España de esta tendencia lo tenemos en La Vela, la sede de última generación de BBVA. Tras unos años de pruebas en lo que en su día se denominó el Centro de Innovación de la entidad financiera, la compañía conceptualizó su actual sede en base a un ingente trabajo de análisis de cómo estaban haciendo las cosas los citados gigantes tecnológicos pero también otras compañías asiáticas e israelíes.
En tiempos en los que la guerra por el talento no conoce de sectores económicos o nacionalidades, toda elemento cuenta para conseguir captar a los perfiles más deseados. Pero no todo se reduce al espacio físico.
Las estrategias enmarcadas en las denominadas nuevas formas de trabajo también incluyen la flexibilidad como un elemento importante, entendiéndola en la más amplia de sus acepciones. Esto se traduce en permitir al trabajador decidir de qué manera realiza su trabajo encajándolo con el resto de su vida e incluye desde el lugar hasta el espacio de parte de su jornada.
Para las empresas que emprendieron este camino, el teletrabajo ya es un viejo conocido. Dependiendo de las compañías, la posibilidad de no tener que desplazarse a la oficina es una realidad con un alto grado de implantación. Las hay que estipulan una serie de días. Otras llegan al nivel de que lo único que piden al empleado es que informe al comienzo de la jornada desde dónde va a trabajar ese día.
Esta circunstancia también ha tenido un reflejo en lo físico. El puesto de trabajo de un empleado listo para esta flexibilidad se alejaba del modelo tradicional de mesa propia, ordenador de torre, pila de papeles, cajonera, foto de los niños... Este diseño ha evolucionado hasta lo que algunos denominan como puestos líquidos. Una mesa, una pantalla y una silla. Cada trabajador tiene su portátil. El papel se cambia por la nube y las herramientas que impulsan el trabajo colaborativo.
El virus que lo aceleró todo
Puede parecer contradictorio pero un virus que ha provocado que gran parte de la población mundial se encierre en casa durante meses o que los coches desaparezcan de las calles puede provocar un tremendo acelerón en algunas tendencias en materia laboral. El teletrabajo ha pasado de convertirse en una opción de las empresas más avanzadas a una prioridad para millones de trabajadores durante las semanas en las que la pandemia ha golpeado con más intensidad.
Como suele pasar en toda crisis, las compañías más flexibles han realizado este cambio sin grandes quebraderos de cabeza. A otras les ha costado más pero, en general, las experiencias han sido satisfactorias.
El propio Banco de España señaló en un informe presentado este mismo mes cómo España podría dejar de ser uno de los países con menos peso del teletrabajo, con sólo un 7,6%, a que el 30% de los empleados lo adoptaran como su modelo. Algo que a corto plazo no parece que se vaya a imponer en nuestro país viendo el ritmo al que, sobre todo las pymes españolas, están volviendo a sus oficinas a medida que las ciudades desescalan su nivel de confinamiento.
Pero, una vez más, los gigantes tecnológicos se han mostrado decididos a ir por delante en materia laboral. Google, Twitter y Facebook han anunciado que el teletrabajo permanente va a formar parte de sus estrategias al margen de cómo evolucione la crisis del coronavirus. En este sentido, la compañía fundada por Mark Zuckerberg ha ido un paso más allá y ha explicado que sus trabajadores podrán realizar sus jornadas desde donde quieran con una condición: su lugar de residencia influirá en su remuneración.
Una persona que realice una misma tarea no cobrará lo mismo si lo hace desde la Bahía de San Francisco que si decide trabajar desde la isla de Menorca. Esta medida no es nueva. Ya hay empresas que están más en la vanguardia laboral que los gigantes tecnológicos.
Gitlab, empresa creadora de uno de los servicios web de control de versiones y desarrollo de software colaborativo más populares del mundo, trabaja totalmente en remoto con una política de remuneración en la que influye dónde viven sus empleados. Tanto es así que tienen su propia calculadora de remuneración en función de distintas ciudades.
Si esta opción llegara a tomarse como referencia en otras compañías podría llegar a tener uno de los impactos, sociales y económicos, más profundos y transformadores de las últimas décadas.
El papel de las grandes ciudades
Lo primero que hay que indicar en este punto es que la popularización del full remote crearía una gran brecha entre los perfiles profesionales cuya especialidad pudiese realizarse 100% en remoto y la de aquellos que tengan un componente presencial. La ya gran distancia entre ingenieros, data scientist, programadores, profesionales del marketing, creativos y otras profesiones aumentaría.
Si actualmente las empresas ya tienen dificultades para hacerse con profesionales con experiencia contrastada en estas áreas, la libertad de poder trabajar desde cualquier punto del mundo haría que la competencia por hacerse con sus servicios aumentara aún más. La eliminación del componente presencial haría que las redes de empresas y empleados de ciertas especialidades se repartieran geográficamente de forma muy distinta a la actual.
Por parte de las empresas, el ahorro de los enormes costes fijos que les suponen sus grandes sedes sería bienvenido. Por un lado, les permitirían dedicar esos recursos a otras cuestiones que les aportaran un retorno mayor a su negocio. Además, de cara al mercado podrían presentarse como empresas aún más ágiles, dinámicas y ligeras que otras compañías tradicionales.
Pero, de arraigar esta tendencia, el mayor efecto lo veríamos en las ciudades. San Francisco, Nueva York o Londres llevan años enfrentándose a graves problemas en materia de vivienda. El altísimo nivel adquisitivo de parte de sus habitantes, que justo trabajan en este perfil de empresas, sumado a una limitada capacidad de construir viviendas nuevas ha provocado que los precios de la vivienda estén disparados en sus municipios.
Una circunstancia que tiene su impacto social ya que en las ciudades, además de súper programadores o científicos de datos, viven panaderos o profesores. Las remuneraciones de estos últimos no evolucionan al mismo nivel que las de los profesionales más requeridos pero son igualmente necesarios para el buen funcionamiento de las ciudades, lo que cada vez genera conflictos sociales más importantes.
En el caso de que las grandes empresas decidan dar la oportunidad de trabajar permanentemente fuera de sus oficinas centrales a estos perfiles, las previsiones para las ciudades que dan cobijo a estas empresas saltarán por los aires. Las últimas previsiones de la Organización de Naciones Unidas (ONU) indican que en 2050 el 68% de los ciudadanos del mundo vivirá en ciudades.
Si la medida de Facebook comienza a convertirse en un estándar laboral, estas proyecciones quedarían en papel mojado. Del mismo modo, se abriría una puerta a otro tipo de ciudades y poblaciones para captar a esos residentes. Con una estrategia clara e inversiones en telecomunicaciones (fibra, 5G) al alcance de muchos municipios, cientos de poblaciones podrían competir con las grandes capitales del mundo para convertirse en la casa de estos profesionales.
El papel de la ciudad después del coronavirus
Y es que, el coronavirus ha sido especialmente cruel con las grandes ciudades. Nueva York, Milán, Londres, París, Madrid o Barcelona han sufrido los mayores impactos y colapsos de sus sistemas sanitarios durante estas semanas. En cambio, las ciudades de mediano tamaño o las zonas rurales han pasado esta crisis de una manera mucho menos dramática.
Ahora que llega el tiempo de la desescalada, las grandes ciudades están viendo como pierden gran parte de su atractivo social. La limitación del transporte urbano está provocando que el coche se convierta en la primera opción de movilidad para estas urbes lo que va a tener consecuencias que van en contra de una conciencia por la sostenibilidad ambiental cada vez más arraigada.
Del mismo modo, la oferta de ocio va a pasar una cuarentena de muchos meses en el mejor de los horizontes. ¿Qué atractivo pueden tener para un profesional que puede trabajar desde donde quiera una ciudad en la que todo aquello que antes era un reclamo ahora está limitado o conlleva un potencial riesgo para la salud?
En este punto el tiempo que tarde la ciencia en conseguir un tratamiento efectivo o una vacuna va a jugar un papel crucial. Del mismo modo, el componente traumático que podría tener un rebrote podría modificar las decisiones de millones de profesionales cualificados.
En un mundo en el que todo está conectado y las vivencias son compartidas en directo, la experiencia de pasar dos meses en la Quinta Avenida o en la calle Serrano ha perdido muchos enteros frente a la de aquellos que han pasado estas semanas en el paseo de la Concha o en La Flotte en Ile de Ré.
El mix entre empresas permitiendo a sus empleados vivir donde quieran y el miedo a rebrotes o futuras pandemias pondrá patas arriba el tablero de la urbanización futura del mundo. La manera en la que las empresas adopten el teletrabajo permanente y la sociedad recobre la confianza en las grandes ciudades conformarán las primeras piezas de un efecto dominó que definirá cómo y dónde vivirá la parte más pudiente de la clase trabajadora durante los próximos años.