Se le ve con la mirada triste. Como aquel niño que, en la feria, recibe un globo de regalo y ve que se le escapa de las manos. Juan Miguel Villar Mir ha dejado la presidencia del grupo que creó y que, año tras año, ha ido perdiendo aire como un globo pinchado. No le ha quedado otra que vender activos. Ha abandonado la nave a punto de cumplir noventa primaveras (en septiembre).
No es para menos su tristeza. Durante el último lustro se ha visto obligado a deshacerse de empresas en un continuo cuentagotas que se ha llevado por delante a Fertiberia, Ferroatlántica, Fertial o una parte del proyecto Canalejas. Sin olvidar la venta del 16% de las acciones de OHL a los hermanos Luis y Mauricio Amodio. Porcentaje que podría haber llegado al 25%.
Una baratija que pasó a manos mexicanas por la pírrica cantidad de 50,3 millones de euros. Pírrica porque, tres años antes, las ofertas se acercaron a los 1.000 millones de euros. Sin embargo, el orgullo patrio hizo que Villar Mir diese un no como respuesta.
Ferroglobe gusta
El tiempo pasa. Y la situación del Grupo Villar Mir sigue siendo crítica. La deuda ahoga. Y los intentos por refinanciarla no han hecho más que apretar todavía más la soga. El paso a un lado del patriarca se antoja como una venda en los ojos para no ver lo que puede venir más adelante: el hundimiento.
Todavía tiene alguna que otra joya de ese magno imperio que contó con una treintena de compañías en las que era el propietario o tenía una participación destacada. Es el caso de Ferroglobe, de la que aún mantiene el 54% del capital. Los acreedores lo saben. No dudarán en hincarle el diente si llega el momento, es decir, si los Villar Mir no consiguen el capital necesario para desinflar la deuda. Así lo afirman los expertos.
Ferroglobe es ahora más atractiva que en septiembre del año pasado. Por aquel entonces, la cotización estaba en 0,44 dólares. Se ha situado alrededor de los 5,50 dólares. Incluso el Nasdaq le dio un periodo de gracia para no excluirla del índice. De haber sucedido, ya hubiera pasado a otras manos.
Ferroglobe ha perdido 55,4 millones de euros durante el primer trimestre de 2021 (un 40,6% más que hace un año). La deuda bruta, pese a reducirse de 374 a 345 millones, sigue siendo muy elevada. Cierto que aumentó la facturación y el Ebitda. Pero los ajustes son el pan nuestro de cada día en el Grupo Villar Mir.
SOS
La falta de liquidez ha hecho que el grupo haya tenido que pedir ayuda al Gobierno. Ni más ni menos que 240 millones de euros. La banca le ha cerrado las puertas y no le ha quedado otra. Un duro varapalo para quien durante muchos años tuvo la mano tendida por parte de las instituciones financieras de dentro, como Santander, Bankia, CaixaBank y Sabadell, y fuera del país, como Credit Suisse y Société Générale.
Quien casi siempre le apoyó fue Emilio Botín. Tres décadas de fructíferas relaciones que han acabado con casi una decena de los cuadros de la colección privada de la familia Villar Mir en la Colección Banco Santander. Por decirlo de otra manera, Goya, Rubens y Zurbarán han acabado ‘pagando’ parte de la deuda que tenía el empresario ya retirado con la entidad financiera.
Su lujoso yate, el Blue Eyes of London, en su caso, lo tuvo que vender. Malvender, porque lo hizo a la mitad del precio que le costó. Adiós a los viajes a Grecia y Menorca, donde era asiduo. De momento, lo que conserva es su colección de coches, que incluye desde un Rolls Royce Corniche, regalo de su esposa, hasta otras marcas de renombre como Jaguar, Corvette, Porsche y Mercedes.
Un giro copernicano, del cielo al infierno, para Juan Miguel Villar Mir. Todo arrancó cuando su nombre apareció en los papeles de Bárcenas. Corría el año 2013 y la sombra de la duda comenzó a ser una pesada losa para quien fue reconocido con el título de marqués. Amén de otras condecoraciones.
Tacita a tacita
Luego vino el caso Lezo, Púnica, Son Espases, México, el AVE a La Meca… el descrédito social acompañaba a su nombre. Se convirtió en un asiduo de los juzgados. Causas, algunas, que fueron desestimadas. Eso sí, en contra del criterio de juez instructor y de la Fiscalía Anticorrupción.
Como decía Carmen Maura en un afamado spot publicitario de la década de los 80, Villar Mir fue forjando su imperio tacita a tacita. Y, sorbo a sorbo, lo ha ido perdiendo. Tan alto llegó, que su despacho lo instaló en la última planta de Torre Espacio. A más de 200 metros de altura. No había planta noble tan alta como la suya.
Pero, como se suele decir, cuanto más alto se sube, más dura será la caída. Unos metros más abajo instaló una capilla (por más señas, también la más alta de España). Para rezar (hay quien afirma que su lema es ‘Dios, familia y trabajo’) y, para, quién sabe, si para expiar sus pecados empresariales.
Villar Mir siempre ha sido de ese equipo de empresarios que decían llevarse bien con todo el mundo, políticamente hablando. Su tarro de esencias funcionaba. Poder de convicción. Buen rollo. Una buena agenda. Hay quien lo define como la vieja escuela. Otros, como Unidas Podemos, prefieren utilizar el término corrupción.
Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, lo de moverse por los pasillos de los ministerios le vino como anillo al dedo. Fue el principio de su despegue. Primero, con cargos técnicos y, luego, políticos, como Director General de Empleo. Más tarde llegó a ser ministro de Hacienda y vicepresidente en el primer Gobierno de la democracia.
Y la política dio paso a la empresa. Por el módico precio de una peseta compró Obrascón en 1987, primera semilla de lo que hoy es OHL (Obrascón, Huarte y Laín). Su valoración estuvo por los 3.000 millones de euros. Hoy su capitalización está en 174 millones. Se llevó bien con todos los ministros de Fomento. Las adjudicaciones de obra pública no faltaron.
Ahora, con el título de presidente de honor del Grupo Villar Mir y fuera de los despachos, tendrá más tiempo para dedicarse al golf y a navegar. Dos de sus pasiones. También disfrutará más de sus mansiones de Puerta de Hierro y Sotogrande. Los horarios de trabajo de doce horas los ha jubilado. Como parte de su imperio.
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