Alemania, Portugal y España quieren que se lleve a cabo una rápida finalización del tramo del gasoducto que une el suroeste y el centro de Europa a través de Francia, el 'nonato' Midcat. El objetivo es que la Península Ibérica pueda enviar gas a países con riesgo de escasez en caso de ruptura en las entregas rusas. Sin embargo, Francia está siendo cautelosa, por decirlo de modo suave.
Según ha dicho el ministro francés para la Transición Ecológica, Christophe Béchu, su construcción “tardaría años en estar operativo y no respondería a la crisis actual”. Además, el proyecto del gasoducto en el lado francés encuentra una fuerte oposición a nivel local por parte de asociaciones para la defensa del medio ambiente.
En este espinoso tema, los intereses económicos vuelven a divergir, como ha ocurrido siempre, pero ahora es más sangrante si se tiene en cuenta el contexto de competencia internacional por el acceso al gas natural licuado (GNL).
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La histórica oposición
El Midcat vuelve a la casilla de salida de hace cuatro años, cuando se dió cerrojazo definitivo a su construcción. Ahora parece que vuelve a renacer pero, como en la película "El día de la marmota", todo vuelve a ser igual.
España y Portugal quieren, pero Francia lo obstaculiza. Con la obviedad de que el escenario actual, con la mitad de sus nucleares paradas, y con precios futuros de electricidad en la república gala de más de 1.000 euros/MWh, es muy diferente. Y preocupante.
El 11 de agosto, el primer ministro alemán, Olaf Scholz, relanzó públicamente el debate sobre la construcción de un gasoducto que pudiera unir la Península Ibérica con Europa Central, a través de Francia, indicando que dicha infraestructura actualmente "falta dramáticamente".
"Propuse que abordáramos un proyecto de este tipo con mis homólogos español y portugués, pero también durante las conversaciones con el presidente francés y el presidente de la Comisión Europea", dijo.
Esta declaración fue seguida inmediatamente por mensajes de apoyo de España y Portugal. La vicepresidenta tercera y ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, y también el presidente del Gobierno portugués, Antonio Costa, se sumaron rápidamente a la propuesta alemana.
El 16 de agosto fue el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, quien apoyó la aceleración de los planes, indicando que un gasoducto de este tipo se había solicitado a Europa "desde hace mucho tiempo ya".