La energía nuclear ha estado en declive desde el desastre de Fukushima en Japón hace más de una década, pero la crisis energética está reavivando nuevas esperanzas para esta industria. La invasión rusa en Ucrania y el aumento de los precios del gas natural han abierto de nuevo el debate sobre si la energía nuclear puede ayudar a resolver los desafíos de la seguridad energética y el cambio climático.
¿Hay un despertar del sector nuclear o resultará ser otro falso amanecer? Hasta hace poco, las perspectivas de la energía nuclear parecían malas. Las plantas construidas en las décadas de 1970 y 1980 están llegando al final de su vida útil, y Alemania y Japón habían decidido cerrar las suyas por motivos políticos. Sin embargo, el nuevo escenario geopolítico ha dado la vuelta a la tortilla.
Aún así, muchas de las plantas nucleares nuevas que se están construyendo en el mundo se han arruinado por fallos de gestión y por razones técnicas. Y en el caso de Francia, el problema es con las ya existentes. Más de la mitad de sus centrales están paradas por corrosión, por grietas e incluso por falta o calentamiento del agua de los ríos, después de uno de los veranos más secos en Europa.
Eso sin contar con los retrasos en la finalización de las centrales nucleares que se están construyendo actualmente. Finlandia tiene problemas con su central Olkiluoto, que ha registrado 13 años de retraso, y la central Hinkley Point de Inglaterra, que se suponía que estaría operativa en 2023, ahora se atrasa hasta 2027. Además, en Estados Unidos no se ha abierto ninguna nueva instalación nuclear desde 1996.
Pero este año, con el aumento de los precios de la energía y la inseguridad energética los gobiernos y consumidores ven que depender de las importaciones de recursos estratégicos clave es arriesgado.
Nuevos proyectos nucleares
El resultado es una nueva ola de nuevos proyectos y planes nucleares. El primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson, quiere que la energía nuclear proporcione el 25% de la electricidad del país para 2050.
En abril, China aprobó la construcción de seis nuevos reactores, que se suman a los 54 que ya están en funcionamiento y a los 19 en construcción. Además, se espera desarrollar otros 40 nuevos reactores en todo el mundo, entre ellos los que se instalarán en Pakistán o Argentina.
[Vuelven las nucleares a la Unión Europea para frenar el CO2, pero ¿es rentable construir nuevas?]
Después de la presión ejercida por el gobernador de California (EEUU), los legisladores aprobaron mantener abierta la última planta nuclear del estado, Diablo Canyon, otros cinco años más.
Y en Alemania, que comenzó a cerrar su capacidad nuclear en 2011 y que tiene previsto cerrar sus tres centrales restantes a finales de este año, se reabre el debate de alargar la vida útil de las que están operativas.
Reactores modulares pequeños
Es evidente que la apuesta por nuevas centrales es más decidida. El presidente francés, Emmanuel Macron, anunció la construcción de hasta 14 nuevos reactores nucleares a partir de 2028. Y Polonia ha presentado planes para seis nuevos reactores.
Japón ha anunciado que se desarrollarán y construirán varias plantas de energía nuclear de próxima generación. La administración de Kishida tiene como objetivo asegurar la energía eléctrica a medio y largo plazo con un plan para reiniciar hasta 17 plantas de energía nuclear a partir del verano de 2023.
[Macron anuncia el "renacimiento" de la energía nuclear en Francia y construirá 14 reactores]
Apoyando esta tendencia, empresas como Rolls-Royce en Reino Unido y NuScale en Estados Unidos están desarrollando una nueva generación de reactores modulares pequeños (SMR) o minicentrales nucleares que se pueden construir y poner en servicio en menos de diez años.
Los SMR se pueden construir en serie y deberían atraer a inversores privados disuadidos por los largos plazos de entrega, los crecientes costes de construcción y los riesgos asociados con plantas complejas a gran escala.
Un renacer en duda
Pero es difícil hablar de renacimiento nuclear. Hoy en día, hay más reactores en proceso de cierre y desmantelamiento de los que se están construyendo.
Aunque hay un cambio en la opinión pública más favorable a la energía nuclear, sigue habiendo una resistencia arraigada, respaldada por preocupaciones ambientales y de seguridad.
La construcción lleva tiempo, sobre todo debido a las extensas evaluaciones de seguridad requeridas, y el tiempo cuesta dinero. Como resultado, los proyectos procederán solo cuando existan garantías creíbles con respecto a los precios futuros y las compras de energía. El futuro de la energía nuclear es inseparable de la política pública, que, como siempre, es incierta y una fuente más de riesgo.
Además, no hay garantía de que los precios del gas natural se vayan a mantener altos cuando se amplíe la extracción de campos en el norte de África o Asia, o que la Unión Europea (UE) cumpla su promesa de reducir sus importaciones de gas de Rusia en dos tercios.
[La ONU, tras el ataque a la central de Zaporiyia: "El riesgo de desastre nuclear es real"]
Del mismo modo, la industria nuclear sigue sin poder abordar eficazmente el problema de la eliminación de desechos o la refrigeración de las plantas, como se ha podido ver este verano en Francia. E incluso, planea el riesgo de catástrofe al ser un objetivo militar fácil, como ocurre con la central ucraniana de Zaporiyia.
El debate, en definitiva, sigue abierto. Todo dependerá de si el conflicto en Ucrania se alarga, si se sigue apostando por acabar con los combustibles fósiles o si las soluciones que se plantean para los problemas de residuos radiactivos serán eficaces.