Google contra el hombre blanco enfadado
He tardado más de una semana en ordenar las ideas para escribir sobre el llamado Manifiesto Google, el texto de diez páginas escrito por uno de sus ingenieros, James Damore, que ha provocado su despido y que ha generado un intenso debate sobre el papel de las mujeres en el coloso de la tecnología y, lo que es más importante, sobre la supuesta presencia de censura en la compañía.
Mi retraso se ha debido a que se cruzan varios debates y algunos son muy complejos, a que el tema ha requerido de muchas lecturas y a que, a fin de cuentas, estoy de vacaciones. Literalmente, estos días he llegado a ojear investigaciones sobre neurociencia en la cola del teleférico de Cabárceno. También quería esperar a que el CEO de Google, Sundar Pichai, respondiese a las preguntas de los trabajadores en la reunión que tenían prevista sobre el tema y que finalmente tuvo que cancelarse debido a la intensa presión de la derecha alternativa estadounidense.
A estas alturas, me voy a ahorrar explicaciones básicas sobre quién es James Damore o qué es el Manifiesto Google. Si todavía no sabes de qué hablo, tal vez debas leer textos como éste o éste, antes de empezar.
Recomiendo, por su especial interés y para tener la opinión del interesado de primera mano, ver esta entrevista con el propio Damore publicada por Bloomberg. También conviene repasar esta tribuna que ha publicado en el Washington Post.
Mi idea inicial era limitarme a hablar del texto, propiamente dicho, pero los acontecimientos se han sucedido a tal velocidad que voy a intentar responder a tres preguntas. ¿El texto de Damore es un panfleto machista o un documento razonable que intenta lidiar con problemas a los que se enfrenta Google? ¿Cuál hubiera debido ser la respuesta de la compañía sobre este texto? y ¿En qué se ha convertido el debate?
Machismo o ciencia
El texto tiene varios propósitos explícitos. En palabras de Damore, su objetivo era mejorar la cultura corporativa de Google. “No soy sexista ni racista, están intentando ensuciar mi imagen en lugar de mirar los datos”, señalaba en la entrevista.
El texto no se titula “Las mujeres son peores”, sino ‘La cámara de eco ideológica de Google’. Habla de cómo, a su juicio, la compañía tecnológica tiene una tendencia a discriminar a los conservadores e ignorar ideas que van en contra de su sesgo liberal. Dalmore utiliza el tema de cómo las mujeres son diferentes desde un punto de vista biológico como un ejemplo de esa discriminación hacia los conservadores por parte de la compañía que dirige Sundar Pichai.
Uno de los comentarios que he leído al respecto durante los últimos días tiene que ver con el hecho de que nadie habría defendido a Damore si hubiese buscado ciencia de la que habla sobre las diferencias entre razas -y existe algo así, hablaré luego sobre esto-. Pero diría que Damore ha jugado sobre seguro. Tenía claro que las diferencias biológicas entre hombres y mujeres no son sólo un tema sustanciado en documentos científicos que le iba a permitir hablar de diferencias entre sexos en distintas distribuciones, sino también un tema tratado frecuentemente en medios y que le iba a granjear, inmediatamente, la simpatía de los mismos grupos de hombres blancos enfadados que comulgan con la Alt-Right que le han convertido en un mártir para medios de ultraderecha estadounidenses como Breitbart.
“Creo firmemente en la diversidad racial y de género, y creo que deberíamos conseguir más. Pero para conseguir una representación más igualitaria de género y raza, Google ha creado varias prácticas discriminatorias”, señala Damore en su documento antes de enumerarlas. Es curioso, cuando era pequeño mi padre me dijo que me olvidase de cualquier frase que apareciese delante de la palabra “pero”.
La frase que peor ha sentado en Google es la que habla de “prácticas de contratación que pueden bajar el listón para los candidatos de ‘diversidad’”, porque con ella el exempleado está afirmando directamente que los trabajadores de la compañía de otros colores o sin pene están peor diseñados que el resto para determinadas tareas o las desempeñan peor. Ahí no habla de distribuciones, ahí habla de prácticas concretas de su empresa.
Dalmore volvió a insistir sobre este punto en la entrevista con Bloomberg, al decir que existen “prácticas en las contrataciones basadas en raza y género que te hacen más fácil entrar en Google”.
“Defendemos el derecho de los Googlers a expresarse y es justo debatir mucho de lo que aparecía en ese memorándum, con independencia de que una gran mayoría de nosotros esté en contra. Sin embargo, partes del mismo violan nuestro Código de Conducta y cruzan la línea al introducir estereotipos de género dañinos en nuestro lugar de trabajo. Nuestra labor es crear grandes productos para los usuarios que supongan una diferencia en sus vidas. Sugerir que un grupo de nuestros colegas tiene características que les hacen menos adecuados biológicamente para el trabajo es ofensivo y no está bien. Es contrario a nuestros valores básicos y a nuestro Código de Conducta, según el cual cada Googler tiene que hacer lo que pueda para crear una cultura laboral libre de intimidación, sesgo y discriminación”, señalaba Pichai.
Añade que “el memorándum ha impactado a nuestras compañeras, y algunas se sienten dolidas y juzgadas por su género. No tendrían que preocuparse por demostrar, cada vez que abren la boca en una reunión, que no son “simpáticas” en lugar de “asertivas”, que muestran una “baja tolerancia al stress” o que no son “neuróticas”.
Mucha gente ha defendido el documento porque introduce argumentos respaldados por trabajos científicos. Y tienen razón sobre el hecho de que Dalmore, biólogo de formación, ha ensamblado un texto que, científicamente, no es demencial. Gente muy formada ha indicado la validez de alguno de sus argumentos y es un error decir que nada de lo que afirma tiene sentido.
Pero cuanto más leo sobre la ciencia subyacente, menos creo que sea realmente importante en esta ecuación. Podemos debatir sobre ella, pero para Damore no es más que una herramienta para un fin.
Él se refiere constantemente a “la media” de las mujeres, reconoce excepciones y se escuda en las distribuciones para referirse a cosas como que si Google no tiene una representación mayor de mujeres se debe a éstas, en general, ponen más interés en las personas que en las cosas.
Efectivamente hay una rama de la neurociencia que ha detectado diferencias constatables en el “cableado” del cerebro de hombres y mujeres. Aunque es imposible decir con una certeza del 100% si un cerebro es de hombre o mujer, sí parece que podrías intentar jugártela. Pero las cosas no son tan simples. Preguntada al respecto por la BBC, Gina Rippon, presidenta del departamento de imágenes cerebrales cognitivas de la Universidad Aston, presentó una crítica interesante al decir que Damore “parece estar sugiriendo que porque algo sea biológico no pueda ser cambiado”. Señaló, por ejemplo, que cosas como las tareas espaciales, que a menudo se citan como una de las diferencias de funcionamiento en el cerebro entre hombres y mujeres, pueden verse afectadas por cuántos videojuegos han jugado los sujetos de estudio.
David P. Schmitt es el fundador y director del Proyecto Internacional para la Descripción de la Sexualidad (ISDP), uno de los equipos interculturales más grandes del mundo, con más de 200 psicólogos de casi 60 países del mundo investigando sobre cómo la cultura, la personalidad y el género se combinan para influir en las actitudes sexuales y el comportamiento. Preguntado sobre el particular, coincidió con que existen sólidas evidencias de que los hombres y los mujeres pueden tener, de media, distintos niveles de ciertas características -“por ejemplo, las diferencias entre sexos en emocionalidad negativa son universales entre culturas”-, pero expresó serias dudas sobre que esto tenga ninguna relevancia en las oficinas de Google.
“Incluso si las diferencias por sexo en emocionalidad negativas fueran relevantes para los resultados ocupacionales, el tamaño de estas diferencias sobre emociones negativas no son muy grandes (menos del 10% de la variación). Así que usar el sexo biológico para caracterizar la personalidad de un grupo de personas es como realizar una operación quirúrgica con un hacha. No es lo bastante preciso como para hacer ningún bien y probablemente termine haciendo mucho daño. Además, los hombres también son más emocionales que las mujeres a su manera. Las diferencias por sexo en emoción dependen del tipo de emoción, de cómo se mide, de dónde y cuándo se expresa y de otros factores contextuales”, explica.
Para mí es fácil burlarme de este debate porque mi mujer trabaja en una gran compañía de informática y tiene un enfoque en “cosas” mucho mayor que el mío. Ella es capaz de arreglar un enchufe o el lavavajillas, y yo estudié una carrera universitaria con mayoría de féminas en el aula. Como pareja, somos todo lo contrario a lo que plantea Dalmore en más de un aspecto. Puede que alguien me diga que somos una excepción a una distribución general muy diferente, y quizá tenga razón. Pero lo importante para este debate es que Google no me contrataría a mí, la contrataría a ella.
La programadora informática no es una rareza, va en la naturaleza de la propia informática. Muchas de las primeras fueron mujeres, con Ada Lovelace como pionera absoluta, y ha habido ganadoras de premios Turing en las últimas cinco décadas.
Mi argumento, en este apartado, es que el proceso de selección de personal de Google establece diferencias muchísimo más claras entre las personas que cualquiera que pueda plantear la naturaleza o los estudios citados por el ingeniero. Incluso si es cierto que los hombres somos más proclives a desarrollar alguna profesión que las mujeres, creo que si una compañía puede fichar a las programadoras de primer nivel que le venga en gana y atraer talento femenino en cualquier rama para fomentar la diversidad que le interese y sin perjudicar la meritocracia, es Google.
Por supuesto, en este tema parto de un sesgo personal basado en mi experiencia. Sólo llevo veinte años trabajando, pero en este tiempo jamás he pensado que las mujeres que estaban a mi lado fuesen menos eficaces, hábiles o inteligentes que yo desde ningún punto de vista por el hecho de serlo. Inútiles los encuentras en cualquier formato, pero el talento o la capacidad siempre han probado ser un tema completamente independiente de las gónadas. He llegado a trabajar mesa con mesa con una mujer brillante, admirando día a día su trabajo para descubrir ¡dos años después! que tenía un ligero grado de discapacidad que, en teoría, complicaba su labor. O, mejor dicho, que me la hubiera complicado a mí.
El texto de Damore me parece un libelo machista no porque no tenga razón en absolutamente nada de lo que dice, sino porque selecciona perlas escogidas de ciencia, las aprieta fuerte contra sus argumentos sobre cómo deberían ser las políticas de diversidad de Google y las baña en toda la corrección política de la que es capaz. Su fórmula parece indicar: “No soy machista ni racista, pero aquí van una serie de razones basadas en documentos científicos escogidos para reforzar mi tesis de que las mujeres que trabajan conmigo son peores que yo para el trabajo que se nos encomienda debido a la biología y a una determinada política de recursos humanos”. No puedo comprar ese argumento.
Es inevitable echar la vista atrás y recordar el libro de Nicholas Wade ‘Una herencia incómoda: genes, raza e historia humana’, publicado en 2014. En él el autor rechazaba expresamente la superioridad racial para luego intentar demostrar que determinados grupos raciales tienen predisposiciones genéticas a cierto tipo de habilidades y señalar el impacto que eso ha tenido en las distintas sociedades. “No soy racista, pero la ciencia dice que las razas europeas son más propensas a la prosperidad” ¿Os suena de algo?
Un grupo de 139 expertos, entre ellos alguno de los que él mismo citaba, le puso a caldo. “Aunque es un punto válido señalar que los grupos étnicos muestran pequeñas pero significativas diferencias genéticas por todo el mundo, no hay pruebas para la tesis principal de Wade, que las diferencias de comportamiento entre los grupos, y en las diferentes sociedades que construyen estén basadas en diferencias genéticas. (...) Fue irresponsable por parte de Wade sugerir que existen dichas pruebas”, señalaba al respecto uno de los firmantes, Jerry Coyne.
Creo que el pequeño panfleto de Damore es machista y se convertirá en el documento de cabecera para toda aquella persona que quiera utilizarlo en el futuro como argumento contra las políticas de diversidad en las empresas y la validez del sexo femenino en general. Damore es la única variedad de machista que puede sobrevivir tanto tiempo en Google: uno que te hace un paper de diez páginas razonablemente sólido para lamentarse porque se fomente la diversidad y proteger el status de un grupo de hombres blancos que se creen mejores que los demás, y hacerlo diciendo que ama la compañía, que no es sexista y que quiere hacer del mundo “un lugar mejor”. Fuera de todo este contexto, sus declaraciones son carnaza para los supremacistas.
Damore es un tipo que parece lo bastante simpático como para tomarte con él una cerveza y lo bastante listo como para convencerte de algo mientras lo hace. La típica persona que sugiere cosas como que la solución es que haya más empleos en Google orientados a personas e ideales para mujeres, para señalar a continuación que lo que es una pena es que los puestos en la empresa realmente no puedan ser así.
Es un chaval que dice cosas que resuenan bien a una mentalidad liberal, como que el problema es atribuir condiciones morales a las decisiones empresariales y que lo único necesario es pensar en términos de coste y beneficio. Alguien que justifica las microagresiones no intencionadas en el entorno laboral o que, al menos, cree que debería reducirse el foco en las mismas para que las víctimas no se vuelvan demasiado sensibles o no las denuncien para proteger la “seguridad psicológica” de los agresores frente a las “políticas autoritarias” de la compañía. Podéis echar un vistazo a este relato sobre microagresiones por parte de una científica española y comprenderéis enseguida el interés de determinadas personas en que las microagresiones no sean perseguidas.
En realidad, no tengo una opinión clara sobre si las políticas de Google son totalmente válidas, y la compañía ha dejado claro que hablará de todos estos temas. Pero sí tengo claro cuáles eran los intereses de Damore en esta cuestión. ¿Lo mejor? A partir de cierto punto, da igual quién es el ingeniero, qué es en realidad su texto o qué pretendía conseguir. Lo importante es en qué se ha convertido. Lo que nos hace pasar al siguiente punto.
¿Que debería haber hecho Google?
Si nos saltamos la parte “científica”, nos encontramos con una situación de gobierno corporativo bastante incómoda, y es que Google ha despedido por sus opiniones expresadas a un señor que afirmaba que la empresa refuerza las de quienes piensan de una manera determinada, hace sentir de menos al resto y. literalmente, les obliga a meterse en un “armario”.
Juan Soto Ivars, autor de Arden las redes, compartió en Twitter una pequeña reflexión al respecto que considero interesante en cuanto a que es un relato bastante correcto de la relación de eventos.
Sólo tengo dudas sobre la última parte. Porque está claro que existe libertad de expresión y los hechos demuestran que las consecuencias que han acarreado ni siquiera han sido malas para quien la ha ejercido. Un ingeniero de Google ha conseguido que me pase días leyendo investigaciones de neurociencia y decenas de artículos y opiniones sólo porque ha escrito un documento de diez páginas y éste se ha hecho viral.
Vivimos en un mundo en el que la capacidad de expresar ideas es casi absoluta y, si son lo bastante interesantes o polémicas, existen posibilidades reales de que estas cosas te conviertan en una estrella, para bien o para mal. Varias compañías se han ofrecido a darle un empleo al angelito, y vista la relevancia que han tenido en medios de extrema derecha su testimonio y otros subsiguientes, dudo que le vaya a faltar el sustento.
Julian Assange, fundador de Wikileaks, ha dicho que le gustaría darle trabajo porque “la censura es para perdedores”. El director general de Thiel Capital, Eric Weinstein, ha llegado a transmitido un mensaje a la compañía de Mountain View: “Dejad de enseñar a mi hija que el camino para la independencia financiera no es escribir código sino quejarse a Recursos Humanos”. Su jefe, Peter Thiel, es conocido por sus éxitos, por su ideología libertaria y por ser uno de los pocos hombres fuertes de Silicon Valley que prestó su apoyo a Donald Trump.
Una de las frases que más repito sobre las empresas es que son personas, por más que sean personas jurídicas. Y eso les dota de una cierta personalidad. Google es una compañía tecnológica con objetivos sociales además de empresariales, con la frecuente voluntad expresada de “cambiar el mundo a mejor” de la que tanto se burlaban en los primeros capítulos de la serie Silicon Valley, de Mike Judge. Su lema informal, desde que recuerdo, ha sido: ‘Don´t be evil’, muy presente en su código de conducta. Para mí, la compañía tiene todo el derecho de reclamar su derecho a no ser los malos de la película, siempre que sus accionistas no vean perjudicados sus intereses por ello.
¿Y cómo le ha sentado la polémica a la cotización? Si bien es cierto que los títulos de la compañía llevan una semana a la baja, mientras termino de escribir esto ya habían remontado casi todo lo perdido desde la polémica. Pero también conviene recordar que la caída venía de atrás. Concretamente, desde que el 24 de julio la acción coqueteó con sus máximos históricos, cerca de los mil dólares. No parece que la diversidad les siente especialmente mal.
La salida de Damore de la compañía, propiamente dicha, va a ser difícil de disputar en los tribunales. Si bien California protege a los empleados de ser despedidos en casos en los que estuvieran criticando prácticas injustas de la empresa, incluso si después los tribunales no las consideran injustas, Google no ha manifestado que el despido se deba a tal causa, sino que ha dejado claro que el motivo es la violación de su código de conducta que supone acosar a un colectivo. Da igual que la excusa sea la de estar luchando contra una práctica injusta.
El documento del ingeniero no sólo era una reivindicación del papel de los hombres a costa de las mujeres, sino principalmente consistía en la exigencia de que los postulados conservadores sean tenidos más en cuenta para no alienar a los empleados que profesan dichas ideas. Curiosamente, Google se ha mostrado bastante abierta con ese razonamiento y muy dispuesta a explorar esa vía. Aunque recordemos siempre que lo que se asocia a un “conservador” en Estados Unidos no suele tener equivalencia exacta en la política europea.
Recientemente leí en Twitter un comentario sobre una empresa que no mencionaré, por no haber podido confirmar la veracidad de lo que se contaba. Pero me vale como anécdota. Se trataba de una compañía española en la que, cada año hasta hace bien poco, supuestamente se organizaba a los empleados para una ceremonia obligatoria similar a un besamanos para agradecer al paternal fundador sus desvelos por sus trabajadores. El comentario procedía del marido de una extrabajadora que ya no ocupaba el cargo, y el patriarca en cuestión murió hace algunos años. Me hubiera gustado saber qué hubiera pasado con un empleado que lo denunciase abiertamente si se hubiese hecho viral.
No quiero decir con esto que en España no haya empresas modernas que tengan en cuenta las opiniones de sus trabajadores, pero sí que el problema que ha tenido Google ha sido, precisamente, la forma transparente que tiene a la hora de recabar opiniones por parte de sus empleados, y la falta de preparación para que uno se le saliese del tiesto de esta forma.
No me hubiera gustado estar en el pellejo de la compañía durante esta polémica, desde luego. Si tras hacerse viral el documento la compañía despedía a Damore, le estaba convirtiendo en un mártir de la ultraderecha y garantizaba lo que finalmente ha sucedido: se ha convertido en una figura mediática que concede entrevistas a youtubers de la extrema derecha, que se fotografía con una camiseta con el logo de ‘Goolag’, que dice que la compañía es “un culto” y que incluso cita a Noam Chomsky para recordar que “la forma inteligente de mantener a la gente pasiva y obediente es limitar estrictamente el espectro de la opinión aceptable, pero permitir un debate muy intenso en dicho espectro”.
Si Google no le despedía, la compañía se enfrentaba a todo lo contrario, a las críticas de todas las minorías de la compañía frente al desafío de una persona que, a su juicio, ha violado su Código de Conducta al expresar unas ideas contrarias a las que la empresa considera aceptables para uno de sus empleados.
Porque recordemos algo que mucha gente no tiene en cuenta. La libertad de expresión no consiste en poder decir lo que queramos sin consecuencias. Se limita sólo a que el Estado no nos persiga por nuestras opiniones, por impopulares que sean. En EEUU los nazis pueden salir a la calle con tatuajes y hablar de superioridad racial, lo difícil es que una empresa contrate a alguien que lleve una esvástica en la frente.
¿Qué habría hecho yo en el lugar de Google? Claramente, diferir la decisión. Estamos en pleno mes de agosto y Sundar Pichai estaba de vacaciones. Yo me habría ido, habría ignorado una tormenta que sin el despido apenas le habría durado unos días y probablemente habría despedido o no a Damore más adelante con la cabeza fría y la presión de los medios de comunicación sobre el cogote. No digo que despidiéndole al cabo de seis meses no hubiera saltado un titular, pero creo que parte de esto ha sido una serpiente de verano y que la compañía se habría ahorrado muchos reportajes si hubiese optado por la puerta de atrás y le hubiese robado la iniciativa.
¿En qué se ha convertido el debate?
Uno de los motivos por los que no sería un buen tertuliano es que me cuesta mucho posicionarme en un lado del debate sin prestar atención a las ideas que tengo delante. Damore me parece un sujeto interesante y escribir un documento como el que ha motivado toda la polémica no está a la altura de muchos de quienes le critican. Sin embargo, también creo que Google tiene derecho a ser el tipo de empresa que le dé la santa gana, siempre que sea dentro de los márgenes de la le. Puestos a hacer ingeniería social dentro de una empresa, fomentar la igualdad y la diversidad no puede ser nunca una mala idea. Desigualdades y falta de diversidad las tenemos a porrillos por todas partes.
Me pregunto cuánta de la gente que habla de la libertad de Damore a la hora de expresar sus opiniones dentro de la compañía disputarían los principios esenciales de las suyas propias. En EL ESPAÑOL tenemos treinta obsesiones fundacionales. Puedo garantizar que me las leí antes de firmar mi contrato, que las comparto y que, incluso si no lo hiciese, tampoco iría gritándolo por la redacción. Hay dos de ellas que me hacen sentir especialmente orgulloso y relacionadas, una más que otra, con este tema: nuestras obsesiones por garantizar la igualdad de salarios para la mujer y por terminar con la lacra de la violencia de género.
Creo que el respeto a la ciencia por encima de la religión es uno de los factores que distingue a las sociedades más evolucionadas, pero del mismo modo creo que el método científico no está preparado para que divulgadores de pacotilla se apropien de sus avances para hacer avanzar sus propias agendas. En EEUU, a principios del siglo XX, varios estados, con Carolina del Norte a la cabeza, forzaron la esterilización de miles de personas basándose en los trabajos de Francis Galton, primo de Darwin. Seguro que este partidario de la eugenesia masiva también parecía un tipo sensato en aquella época.
Este debate comparte muchas características con otro que también seguí de cerca, el del llamado Gamergate. Se trató de un ataque colectivo por parte de la comunidad de jugadores de videojuegos contra las mujeres que se “inmiscuyen” en su actividad favorita y buscan juegos más atractivos para ellas, con protagonistas femeninas e historias que no propicien la cosificación más tosca. Del mismo modo que los defensores de Damore hablan de que lo importante es la ciencia y la libertad de expresión, los troles del Gamergate hablaban de cómo el tema tenía que ver con la industria de la prensa del videojuego y ¡sorpresa! con la libertad de expresión. El discurso de odio tiene la molesta tendencia de apoyarse en la libertad que me da de comer.
En unas sociedades occidentales que avanzan lentamente, muy lentamente, hacia la aceptación de la igualdad de personas con independencia de raza, género, identidad de género y orientación sexual, hay innumerables hombres y mujeres que, simplemente, no entienden a qué viene todo este jaleo. Con lo bien que, a su juicio, estábamos antes. Muchos de ellos se limitan a criticar los cambios que vivimos, a protestar en los bares o en los foros más agresivos, o a hablar de feminazis.
Pero en EEUU tenemos el movimiento de la derecha alternativa o Alt-Right, cuyas ramas más fascistas han sido tristemente protagonistas de las manifestaciones y del atentado terrorista de Charlottesville. Esta derecha blanca supremacista apenas se ha topado con una regañina tibia por parte de su presidente, Donald Trump, muy reacio a la hora de atizar a la ultraderecha. Normalmente, el hombre más poderoso del mundo reserva su vitriolo para hablar de enemigos públicos como los medios de comunicación, la mujer a la que derrotó en las pasadas elecciones, presidentes de multinacionales estadounidenses o a cualquiera que se le pone entre ceja y ceja mientras tuitea.
Sin embargo, es absurdo afirmar que la notable victoria electoral de Trump se haya producido gracias a los extremistas, o que el extremismo sea la base del dilema. Obviamente, Trump era su candidato, pero no hay tantos extremistas en la nación de las libertades. El millonario neoyorquino disfrutó de apoyos generalizados entre hombres y mujeres estadounidenses que, simplemente, no estaban conformes con el rumbo de la economía, de la sociedad y/o de sus vidas.
Vivimos en tiempos de cambios y muchos conservadores intentan conservar cosas que, directamente, no pueden conservar. Pero es que, además, les tocan bastante las narices los mensajes que escuchan por parte de personas urbanas, con mejor educación, mejores expectativas, sueldos mucho mayores, pocos callos en las manos y cierta manía a sus queridas armas de fuego. ¿Cómo decir a quien lleva toda la vida riéndose con Arévalo que el discurso de Jorge Cremades ya no es válido?
Y quien piense que sólo hablamos de hombres, se equivoca. Hablamos de la amenaza que sienten muchas personas hacia la supervivencia de un modo de vida en el que participan hombres y mujeres por igual.
Google se ha topado, casi sin comerlo ni beberlo, con uno de los grandes desafíos de la sociedad estadounidense y de las sociedades modernas en general. Cómo lidiar con un hombre blanco enfadado que ha perdido buena parte del poder que tenía en la sociedad y que no va a recuperarlo por las buenas.
Quizá algún lector recuerde un episodio de Los Simpsons en el que el personaje de Frank Grimes Jr, licenciado universitario, se sorprendía de cómo Homer, sin apenas estudios y con su característica irresponsabilidad, tenía una casa enorme, una mujer preciosa y tres hijos estupendos -uno de ellos dueño de una fábrica-. Para colmo, Homer había alcanzado logros como conocer al presidente, viajar al espacio -”¿tú no has ido?”-, ganar un Grammy o ir de gira con Smashing Pumpkins.
Pues bien, Estados Unidos es hoy el sueño de Frank Grimes, Homer y Marge no están nada contentos con el cambio de papeles y Google lo ha descubierto por las malas.