Falta de trabajadores, dificultad para encontrar y retener el talento, un creciente número de vacantes... Se trata de preocupaciones que comparten muchos sectores de la economía, pero los negocios relacionados con el turismo son algunos de los que más aquejan esta cuestión.
En una entrevista con EL ESPAÑOL-Invertia en el marco de la 44ª edición de la Feria Internacional del Turismo (Ifema) en Madrid, el CEO de la escuela de turismo internacional Les Roches, Carlos Díez de la Lastra, señala que el problema de esa escasez de talento en el sector se debe a la falta de vocaciones. Y esta viene, en parte, por la inexistencia de referentes que animen a comenzar una carrera profesional en el turismo.
Díez lamenta que, en países como España, trabajar en el turismo "tiene una calificación de bajo valor". Y cree que, en parte, eso se debe a que no se valora el producto turístico, que lo que hace es "generar momentos de felicidad". Durante su conversación con este periódico, desgrana las particularidades de este problema que preocupa al sector y comenta otros temas de actualidad en el turismo.
El sector habla de falta de trabajadores. ¿Cuál es el problema? ¿Faltan candidatos o faltan candidatos formados adecuadamente?
Las dos cosas. Es un trabajo en el que la gente no entiende el valor de lo que se hace: estamos generando momento de felicidad. En países como España, el turismo tiene una calificación de bajo valor.
Es parecido a lo que pasaba con los chefs, que era una labor ingrata y poco cualificada, hasta que se le dio un halo de notoriedad y buena imagen. Entonces empezaron a percibir la labor del cocinero y al cocinero como un artista. Falta eso en el turismo, faltan vocaciones.
Muchos jóvenes sienten que no hay nada que les llene en el sector turístico. Por eso las universidades bajan en matriculaciones en el Grado en Turismo, aunque nosotros crecemos en doble dígito porque transmitimos que puede hacerse una carrera muy exitosa en el sector.
Y también ocurre que hay poca gente cualificada para un sector que cada vez está más profesionalizado. Un sector con cada vez más inversiones de fondos que hace que surjan oportunidades potentes. Pero el mercado laboral no lo está transmitiendo.
Es un trabajo que puede ser duro. ¿Se ve como un empleo poco atractivo?
Los horarios son complicados, la conciliación no es sencilla y parece que son trabajos no cualificados. Pero con los cocineros pasa lo mismo y, antiguamente, su reputación social era baja. Sin embargo, se encontró a profesionales con reputación y la gente empezó a aspirar a ser como ellos. Pero es un trabajo también con horarios complicados.
La clave está en aspirar a ser como un referente, para lo que necesitas primero ese referente. Más del 90% de los alumnos de las escuelas de cocina son cocineros de restaurante, no chefs famosos. Pero esas escuelas se llenan porque existe una figura aspiracional. En el turismo debe suceder lo mismo.
Ser director de un hotel de 5 estrellas en algunos destinos es maravilloso, es muy enriquecedor a nivel profesional. Y la conciliación laboral en puestos altos es más fácil, pero eso es la aspiración, a donde se quiere llegar. No hay referencias claras, en parte por una cuestión de cómo lo comunicamos.
Para que exista esa figura aspiracional hay que creérselo. Como con chefs orgullos de su trabajo y un país orgulloso de sus chefs. Es una espiral: el chef se lo cree, consigue algunos hitos que públicamente se le reconocen, sale en programas de TV... Hay que darle un valor distinto al turismo, que está muy denostado. Creérselo como sector.
Caen las matriculaciones del Grado en Turismo, pero no en Les Roches. ¿Por qué?
La empleabilidad de los alumnos de Les Roches es prácticamente total. El 96% directamente va a trabajar y 4% que sigue formándose. Tenemos de 3 a 5 ofertas laborales de media por alumno. Garantizamos probabilidades de una mejor posición de entrada y una carrera mejor.
También está la reputación de marca. Setenta años trabajando en el sector, una marca suiza... Pero sobre todo es por el modelo. Formamos directivos con la habilidad de dar servicio a clientes exigentes. Y con la filosofía de que no podemos formar a un directivo si no ha hecho todo lo que se puede hacer en un hotel.
Nuestros alumnos rotan por todas las posiciones del hotel. Es una especie de academia militar: se ponen en fila, todo en perfecto orden, si llegan tarde a clase les sancionamos, les obligamos dormir juntos, vestir cinco uniformes... Y son gente que viene de familias bien posicionadas. Pero lo primero, si vas a servir, es la humildad.
¿Ha cambiado el turismo tras la pandemia?
Sí. Es totalmente distinto, aunque la esencia es la misma. La gente aprecia más salir, ha entendido la importancia de salir, disfrutar y pasarlo bien. Y la gente tiene más tiempo libre gracias al teletrabajo y la flexibilidad para salir; antes una pareja solo podía irse cuando los dos tenían vacaciones, ahora si uno teletrabaja también pueden salir.
¿Y eso ha cambiado la manera en la que se forma a los profesionales del turismo?
Antes se consideraba un buen servicio que la gente fuese muy rigurosa con los protocolos. Ahora la exclusividad de la experiencia importa más que el coste. Importa coger algo que es único, no que sea más o menos caro.
Los alumnos tienen que ser mucho más flexibles a la hora de tratar con los clientes. Antes podías identificar el nivel de los clientes por la ropa que llevaba, ahora no. La gente quiere discreción y exclusividad, mientras que antes era dar lo más caro.
Es una manera distinta de educar. Ya no es tanto formar en el protocolo de cada hotel, sino entender la psicología del cliente y el ADN de la marca a la que perteneces.