La inversión está lejos de ser una ciencia exacta que asegure ganancias si se cumplen unos presupuestos básicos. El resultado final depende en gran medida de muchos factores fuera del alcance del que pone su dinero en juego. Sin embargo, sí que existen errores tan comunes como frecuentes contra los que conviene estar prevenido.
Muchos de estos errores están relacionados con la psicología del propio inversor. No es cosa de un libro de autoayuda y crecimiento personal, sino que son muchos los inversores profesionales, instituciones financieras y hasta supervisores los que advierten de este hecho. La misma Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) ha lanzado su propia guía de ayuda para que los inversores no sean presa de sus propios sesgos psicológicos.
Estos sesgos son “ciertos trucos o atajos mentales que ayudan a simplificar la gran cantidad de procesos mentales que se llevan a cabo constantemente y a hacer más llevadera la vida diaria”, incluidas las decisiones de inversión. Así lo explica el organismo supervisor, que avisa de que en este caso fácil no es sinónimo de necesariamente mejor, sino que muchas veces es equivalente de tropiezo.
La mayor parte de las decisiones de inversión, como la mayoría de elecciones en la vida, se realizan con base en procesos intuitivos y automáticos más que en esquemas analíticos y controlados. Aunque gracias a estos trucos el cerebro ahorra energía al no tener que racionalizar cada elección, es conveniente que al tratarse de inversión se conozcan bien las características del producto, sus características fiscales, su potencial rendimiento a corto, medio y largo plazo, el periodo de permanencia recomendado u obligatorio y las implicaciones de entrar o retirarse en un momento concreto.
Con la premisa de que los inversores españoles acostumbran a mantener sus inversiones unos 1,9 años, muy por debajo de los 2,6 años que marca la media europea y más aún de los cinco años que suelen establecer la mayoría de productos estructurados de ahorro e inversión, conviene conocer los 12 errores más comunes en los que incurren:
1. Los excesos de confianza: consiste en sobreestimar los conocimientos y juicios subjetivos y considerarlos certeros o más válidos que los de profesionales en materia de inversión y asesoramiento. Esto suele llevar a considerar que la posibilidad de fracasar es menor de lo que realmente es.
2. La ilusión de control: es la tendencia por considerar que se dispone del control o la posibilidad de influir en algo -como la evolución de un valor cotizado- sobre lo que objetivamente no se tiene ningún control. La sensación de ‘tener todo bajo control’ puede desembocar en una asunción de riesgo superior a la que aconseja el propio perfil inversor.
3. La búsqueda de confirmación: la interpretación errónea de una información recibida o la búsqueda de informaciones nuevas que corroboren convicciones o ideas previas, lo que puede desembocar en el refuerzo de una consideración errónea. Así, abrir los ojos por iniciativa propia o con el impulso de otros se vuelve cada vez más difícil.
4. El efecto anclaje: consiste en la predisposición a sobreponderar la información obtenida en primer lugar frente a una más tardía que contradice la original. En el mundo de la inversión esto es habitual cuando se recibe antes información sobre las rentabilidades pasadas de un producto o activo frente a las previsiones de futuro.
5. El impacto de autoridad: es la tendencia por sobrestimar las opiniones de determinadas personas por su posición sin someterlas a un enjuiciamiento previo. No tiene por qué ser un experto en la materia, sino que su autoridad puede venir por algo tan sencillo como un vínculo familiar.
6. El efecto halo: se trata de enjuiciar a alguien o a algo por una única cualidad positiva o negativa que hace sombra a todas las demás. Resta capacidad de percibir las cosas en su conjunto y quedarse con una primera o segunda impresión. Lo mismo puede ocurrir con un gestor profesional que con los datos de un fondo de inversión, entre otros muchos.
7. La prueba social: se llama así al efecto de imitar las acciones que realizan otras personas bajo la creencia de que se está adoptando el comportamiento correcto. Es lo que también se conoce como ‘seguir al rebaño’ o ‘efecto manada’. En contra de este sesgo, aparecen las estrategias contrarias al sentimiento inversor dominante, conocidas comúnmente como ‘contrarian’.
8. El descuento hiperbólico: es la propensión por preferir recompensas más pequeñas e inmediatas frente a recompensas mayores y alejadas en el tiempo, dado que su fuerza mental es mayor. El viejo refrán de “más vale pájaro en mano…” hablaba de esto. Y, con frecuencia, los registros históricos desmienten este dicho gracias al efecto del interés compuesto.
9. La aversión a las pérdidas: muy relacionado con el anterior aparece este error frecuente que consiste en considerar que las pérdidas pesan más que las ganancias en la cartera de inversión. Si bien es verdad que enfrentarse a pérdidas es un trago amargo, más puede serlo asumirlas en un momento inoportuno y perderse el rebote o ciertas oportunidades de compra con descuento.
10. La ilusión del ‘statu quo’: tomar como punto de referencia la situación actual o de un momento concreto y poner cualquier cambio en relación con este puede inducir a un constante sentimiento de pérdida que conviene evitar.
11. La predisposición al optimismo: consiste en la tendencia a sobrestimar la probabilidad de experimentar situaciones positivas y subestimar las posibilidades de experimentar situaciones negativas. En otras palabras y aplicado al mundo de la inversión, considerar que es más fácil que la propia cartera se revalorice en lugar de sufrir un retroceso de valor.
12. La falacia del coste hundido: este error lleva a mantener una inversión que ha generado o está generando pérdidas ante el temor a perder lo que ya se ha invertido. A veces una retirada a tiempo es una victoria si lo más previsible es que no haya remontada a la vista.
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