La CNMV nació hace poco. Se constituyó en 1988 para supervisar los mercados, sus intermediarios y los emisores. Con una vida tan corta, sin embargo empezó pronto a cerrarse, a convertirse en un sitio de intrigas y oscuridades donde se cocinaban fórmulas esotéricas. La CNMV de su primer presidente, Luis Carlos Croissier era hasta cierto punto ingenua, inocente, y sus mandatarios mostraban sin pudor un desconocimiento casi total del terreno donde pisaban. Tuvieron que recurrir con rapidez a consultoras que les contasen lo que pasaba aquí y, sobre todo, lo que ocurría en otros países.
Pronto cogió los dejes de organismos más vetustos y casposos, confiados seguramente que aquello les daría una imagen de prestigio y permitiría que sus gerifaltes pudieran moverse en terrenos pantanosos que muchas veces acabaron en escándalos o en la indefensión total del inversor o cliente financiero.
Aunque inaceptable, es más comprensible que esas intrigas estén grabadas durante decenas de años en organismos como el Banco de España, pero resulta difícil de entender en una CNMV moderna, de nueva creación que ni siquiera acumula herrumbre en los edificios que va ocupando. El interés político por asaltar una pieza tan fundamental en el conjunto de la economía puede que explique la rápida adopción de esas malas costumbres que, a mi modo de ver, han llegado a calar incluso en las tropas funcionariales más básicas.
He conocido esos terrenos de primera mano y sorprende esa adscripción a la causa del momento, viniendo de un organismo público que pagamos todos y que debe perseguir el bien de sus ciudadanos.
Sin lugar a dudas, hay muchos temas económicos importantes que abordar en defensa de los inversores, de los ahorradores y también de las empresas que buscan captar dinero en los mercados. Mucho que ofrecer en transparencia de productos y servicios, evitando abusos y, sobre todo, que se conozca con todo detalle aquello en lo que uno invierte y los riesgos que asume. Por supuesto.
Pero creo que Sebastián Albella y Ana María Martínez-Pina tienen por delante desentumecer la CNMV y abrir las ventanas para que entre un nuevo aire de servicio a los ahorradores y de transparencia en sus actuaciones, lo que no significa en ningún momento poner al viento los temas económicos importantes que necesitan de la prudencia y recato para que no se malogren.
Uno desde el lado de las leyes y otra desde el entorno de los números y su cumplimiento pueden formar una fantástica pareja para el organismo supervisor. Son personas independientes, libres y muy formadas para cumplir su misión con éxito. Pero pese a la juventud de la CNMV deben tener cuidado en no caer atrapados de ese rancio olor que de forma prematura exhala ese organismo. Suerte.