Por Mercedes Cabrera, catedrática de Historia del pensamiento y de los movimientos sociales y políticos (Universidad Complutense de Madrid).
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Fue, efectivamente, un empresario: un editor de libros, primero, con la creación de la editorial Santillana, y después un revolucionario de los medios de comunicación, de la prensa diaria (El País), de la radio (la SER) y de la televisión (Canal Plus). En torno a él fue cuajando la imagen de ¿Jesús del Gran Poder¿, como le apodaron los críticos, un empresario arrimado al poder, que trasegaba información privilegiada, contrataba personas que habían estado en los aledaños de los gobiernos y obtenía decisiones políticas favorables a cambio del apoyo de sus medios de comunicación. Un hombre sin duda poderoso, pero con un origen espurio de su éxito empresarial y de su preeminencia social, y que, sin embargo, se permitía dar lecciones de neutralidad, profesionalidad y pluralismo.
Jesús de Polanco había nacido en Madrid, en 1929. No provenía de una familia de empresarios. Su padre era gerente de una pequeña sociedad que vendía en la capital productos de la Montaña, y que era propietaria de la Granja del Henar, un café situado en la calle de Alcalá. Una familia de clase media que, sin embargo, pasó estrecheces cuando murió, muy pronto, el progenitor. A Polanco le gustaba decir que empezó a trabajar muy joven, cuando todavía estaba estudiando en la Universidad. Su familia era muy conservadora, y él fue católico y falangista, miembro de las Juventudes de Acción Católica y de las Falanges Juveniles de Franco. Sus primeros trabajos, en el Instituto de Cultura Hispánica, en la editorial Escelicer o en la revista Ateneo se movieron en esos círculos, y conoció a algunos de los escritores, intelectuales y líderes políticos de la dictadura franquista.
Pronto decidió independizarse. Creó una distribuidora de libros, ¿J.P¿, en la que era el único empleado, y la convirtió después en Santillana, una editorial que comenzó vendiendo libros de otros para lanzarse después a publicar los propios. Encontró su espacio en la edición de libros educativos, en España y en América Latina, gracias al impulso a la alfabetización y a los planes de reforma de la educación en las décadas de los sesenta y setenta. Con su amigo y socio, Francisco Pérez González, Pancho, pasó años cruzando el Atlántico, con maletas llenas de libros, buscando apoyos y organizando la empresa. Producían y vendían un nuevo tipo de libros y material para las escuelas, con equipos propios. Ese fue el secreto de su éxito. Cuando se aprobó la Ley General de Educación Española de 1970, tenían el bagaje necesario para convertirse en una de las principales editoriales del sector. Santillana fue siempre su refugio seguro.
A comienzos de los años setenta, Jesús de Polanco era un editor conocido. Corrían los años finales de la dictadura de Franco cuando, en 1972, entró en PRISA, como uno más entre los primeros accionistas. Le convocó José Ortega Spottorno, el principal impulsor de la idea de fundar un periódico, aunque en el proyecto confluyeron intereses dispares. El camino que llevó a la autorización, primero, y a la consolidación después, de El País fue largo y complicado, y pocos creyeron que saliera adelante. Los conflictos que lo salpicaron convirtieron a Jesús de Polanco de simple accionista en consejero delegado, para acabar como mayor accionista y presidente de PRISA. No había sido esa su intención inicial, aunque la prensa, la información, habían sido pasiones desde su juventud. Su iniciativa fue clave en la decisión de que aquel diario no podía ser exclusivamente para una élite cultivada, sino que debía ser un periódico de gran tirada, moderno, liberal e independiente. Al servicio de esa convicción arriesgó su reconocimiento como empresario y también su patrimonio. Juan Luis Cebrián, el primer director, fue su gran aliado. El modelo empresarial de Polanco y la insistencia en la importancia de su solvencia económica fueron decisivos para garantizar la independencia en la redacción que Cebrián defendía. Javier Baviano al frente de la gerencia fue la tercera pieza de aquel triángulo, y el apoyo de José Ortega resultó clave para poner fin a la llamada ¿guerra de los accionistas¿.
El éxito de El País permitió la entrada de PRISA en la radio y en la televisión, en la segunda mitad de los años ochenta. En la radio lo hizo con la SER, la cadena privada más importante entonces. En la televisión, PRISA se presentó al concurso público con una propuesta de televisión de pago. Nació así Canal+, con un equipo liderado por Juan Cueto. Nadie daba un duro por su éxito, porque nadie creía que los españoles fueran a pagar por ver la televisión cuando, además de las cadenas públicas, nacían otras dos privadas, gratuitas, Antena 3 y Telecinco. Eso no impidió que se acusara a Jesús de Polanco de haber obtenido la licencia por un favor del gobierno. También se dijo que había sido el amparo oficial lo que le permitió hacerse con la SER. ABC aplicó a El País el calificativo de ¿periódico gubernamental¿ y arreció la campaña de denuncia de los favores al grupo PRISA. La fusión de la SER y Antena 3 radio, lo que los críticos llamaron el ¿antenicidio¿ a comienzos de los noventa, radicalizó la ofensiva contra PRISA en los momentos finales de los gobiernos socialistas, marcados por la proliferación de los casos de corrupción.
El País celebró sus veinte años a los pocos días de la victoria del Partido Popular en las elecciones generales de 1996. Con la presencia del presidente de gobierno saliente, Felipe González y del presidente entrante, José María Aznar, Polanco hizo alarde de la fortaleza económica de PRISA, y también de la independencia y profesionalidad de sus medios. Pocos meses más tarde, anunció el lanzamiento de una plataforma digital de pago, Canal Satélite Digital. El gobierno reaccionó promoviendo la creación de otra, apoyada en la participación de la compañía Telefónica y se abrió un proceso contra SOGECABLE, la sociedad audiovisual creada por Polanco, de la que eran accionistas algunos de los mayores bancos y compañías constructoras del país. El juez Gómez de Liaño llevó ante los tribunales a la plana mayor de la empresa y Jesús de Polanco tuvo que subir las escaleras de la Audiencia Nacional. Fue una batalla política en la que midieron sus fuerzas una empresa privada y un gobierno. PRISA resistió el envite y Gómez de Liaño fue condenado por prevaricación, pero PRISA pagó un elevado precio económico, y dejó girones de su credibilidad al poner El País y la SER al servicio de sus intereses empresariales.
Para entonces, PRISA había crecido en tamaño y diversificado el ámbito de sus actividades. José Ortega había dejado la presidencia honorífica del grupo en 1989, y Polanco se llevó a Juan Luis Cebrián de consejero delegado, aunque él no dejó nunca la presidencia ejecutiva. PRISA se había convertido en un holding. Su expansión había corrido paralela a una verdadera revolución en los medios de comunicación y en el mundo empresarial, en España pero sobre todo en otros países, y Polanco creía que podía y debía ser capaz de medirse con los grandes grupos que surgían entonces a nivel internacional.
A comienzos de siglo sacó SOGECABLE a Bolsa, y después lo hizo con PRISA. Fue un excelente negocio para los accionistas, también para él, pero la decisión, necesaria para facilitar el acceso a los mercados de capitales, llevaba consigo un cambio en la cultura empresarial. Además, integró Santillana en PRISA. Los dos mundos que hasta entonces había querido mantener separados, se fundieron. Con ello PRISA ganaba en perímetro, y podía contar con la importante infraestructura asentada por Santillana en los países latinoamericanos, que ahora se extendió también a Brasil.
De los grupos mediáticos existentes en España entonces, PRISA fue el que emprendió una estrategia más agresiva de expansión, multiplicando la participación y adquisición de empresas, en España y Portugal, y en América Latina, no en medios escritos, sino en la radio y la televisión. Había que ¿adquirir tamaño¿, decía Polanco, si no se quería languidecer. SOGECABLE integró Vía Digital, la plataforma impulsada por el gobierno de José María Aznar. Terminó así la ¿guerra de las plataformas¿, aunque la digestión para SOGECABLE fue larga y costosa. Cuando empezaron a enjugarse los costes, PRISA lanzó a finales de 2006 una OPA sobre el 20% de las acciones de SOGECABLE, para hacerse con una mayoría suficiente que garantizara el control. Con eso bastaba. PRISA conseguía doblar su facturación, aunque para ello hubo que recurrir a un crédito de 1.600 millones de euros, sindicado entre cuarenta bancos. El nivel de endeudamiento era grande, pero los resultados económicos del grupo permitían afrontarlo con optimismo.
Polanco siempre arriesgó, aunque era un empresario de la vieja escuela, como le denominó un periodista en los tiempos en que triunfaban Mario Conde y Javier de la Rosa. La suya había sido una cultura empresarial de austeridad y crecimiento mediante la reinversión de beneficios. El recurso al crédito era necesario, pero las deudas había que liquidarlas cuanto antes. Santillana y El País fueron un éxito económico también lo fueron la radio y Canal Plus, para el que supo buscar socios financieros y aliados estratégicos. Luego llegó el desbordamiento y la cultura del ¿apalancamiento¿. Polanco contemplaba la construcción de aquel gran grupo de información, ocio y entretenimiento con la pasión de quien disfrutaba con las innovaciones. Predicó, pese a todo y hasta el final, la contención, y confió en los equipos que le acompañaron en la tarea. Aquel mundo de cifras inmensas no era el suyo.
Había llevado siempre la empresa en la cabeza, controlaba los números y conocía a los responsables. Ejercía una autoridad que nadie le discutía. Toleraba los errores siempre que se reconocieran, pero no perdonaba una segunda equivocación. Fue capaz de reconocer los suyos en más de una ocasión, porque no todas sus iniciativas se vieron coronadas por el éxito. Si echaba la vista atrás y veía hasta dónde había llegado, se sentía poco dispuesto a aceptar que no se reconocieran sus méritos, o que sus logros se achacaran a maniobras mezquinas e interesadas. Podía ser entonces implacable.
Cuando recibió el doctorado honoris causa en la Universidad de Brown, en 1997, dijo que se había dedicado toda su vida al ¿hermoso oficio¿ de vender libros, y quizás con eso había purgado su ambición juvenil de escribirlos; igual que había purgado su primera vocación de periodista contribuyendo a fundar El País. No era un escritor ni un intelectual, tampoco un periodista, aunque conoció y trató a muchos. Tampoco fue un político, pero sus negocios rozaron siempre la política, porque eran sectores regulados y porque incidían en la formación de la opinión pública. Los editoriales de El País pesaban, y lo que se decía en la SER también. Los políticos le buscaban y le temían. Él cuidaba sus contactos y procuraba que las decisiones de los gobiernos le fueran favorables; incluso hacía valer para ello su poder. Pudo llegar a creer que era imbatible, y sufrió las consecuencias.
Siempre dijo que sus mejores amigos fueron de UCD, como Francisco Fernández Ordóñez o Jaime García Añoveros. Los tuvo también en el PSOE. Muchos frecuentaron la sede de El País o cenaron en su casa, pero no todos simpatizaron con él: para los seguidores del vicepresidente, Alfonso Guerra, Polanco era uno más de la ¿beautiful people¿. Siempre estuvo más próximo a las posiciones de Felipe González, aunque eso no impidió momentos de tensión e incluso rupturas. El trato se convirtió en amistad personal cuando el líder socialista dejó el poder. Con el Partido Popular las relaciones fueron difíciles. Polanco dijo que se debía a un problema generacional porque sus líderes tenían la edad de sus hijos y unas experiencias vitales muy diferentes. Nunca se llevó bien con José María Aznar, que achacaba al grupo PRISA sus dificultades para llegar al poder. Tras la ofensiva del caso SOGECABLE, Polanco le guardó un gran desprecio. Amigos comunes que intentaron reunirles en alguna cena informal, fracasaron en sus intentos. Tampoco hubo sintonía con José Luis Rodríguez Zapatero en los últimos años de su vida. Conoció a muchos políticos, ministros y presidentes de Repúblicas en América Latina, y también a muchos escritores. Con algunos, como el expresidente colombiano Belisario Betancur, o los escritores Carlos Fuentes o Gabriel García Márquez estableció una estrecha relación.
Cuando Jesús de Polanco murió, en julio de 2007, los periódicos recogieron profusamente la noticia en sus primeras páginas. No faltaron los apuntes críticos, ni los comentarios sobre las incertidumbres de su herencia empresarial. Por la capilla ardiente pasaron políticos de todos los partidos, empresarios y banqueros, presidentes de empresas mediáticas, periodistas, escritores e intelectuales. El País le consagró como ¿un empresario para la democracia¿, uno de los más destacados capitanes de empresa en el mundo de la prensa y la comunicación, que había sabido liderar la transición tecnológica y cultural del sector en la España democrática. Luego el recuerdo desapareció.