En este precioso recinto se amontonan también numerosas estatuas, otra costumbre que se hace más común en latitudes norteñas de mayor agradecimiento a sus líderes sociales. Desde esculturas anónimas a la inquietante sobre el diablo que es una de las más bellas de todo el parque, a países o prohombres y promujeres que hablan también de nuestro pasado imperial.

Una de las más bonitas y asombrosas es la dedicada al benedictino Pedro Ponce de León, uno de los pioneros en la enseñanza del idioma a niños sordomudos, a finales del 1.500. El pasado domingo un grupo de sordos se reunía debajo de su estatua en homenaje de signos. También es lugar de homenajes ocultos como el de la víctimas de la salvaje matanza del 11-M también madrileño.

No le falta al parque de El Retiro un gran lago con una escalinata y columnario realmente impresionantes. Pero hay aguas de menos abundantes en numerosas fuentes muy bien decoradas con esculturas bellísimas en conjuntos armoniosos y perfectamente diseñados. Un entorno, un cuidado, una elegancia y refinamiento que hablan de lo mejor de todos nosotros.

Habitual de este eterno parque madrileño, a los paseantes se han sumado de forma masiva nuevas especies: corredores, patinadores, ciclistas que a mi modo de ver son los portadores de esa nueva religión llamada deporte. Alegran con sus ropas coloridas al conjunto.

Si usted lector no conoce este parque salga a encontrarse con él, a pasearlo, a disfrutarlo. Tendrá también ocasión de ver edificaciones muy bonitas entre las que destaca el Palacio de Cristal construido para una Exposición Universal nada menos que en Filipinas. Es objeto también de reseñas históricas de la II República, pero  prefiero no distraerme.

Estos seis párrafos anteriores son solo la introducción de la gran maravilla que esconde El Retiro: sus árboles y muy especialmente los pinos carrascos. No me quiero olvidar de la fantástica y supercolorida rosaleda cercana a la entrada de la Puerta del Diablo.

La variedad arbórea es impresionante y los ejemplares llegan a ser tan viejos que muestran proporciones y formas completamente irrepetibles, propias. Cada árbol añejo es la mejor de las esculturas, la más poderosa e impresionante. Curioso esto de que la edad, solo haga más bellos los árboles y las montañas.

Pero estos pinos carrascos que proliferan por todo el parque pero que también abundan más cercanos a la Puerta del Diablo son únicos. Alcanzan alturas en torno a los cuarenta metros y se muestran desnudos con sus troncos blanquecinos en cuyo extremo asoma el humilde follaje y sus duros frutos. Se acercan al cielo, lo rozan y ofrecen una sensación de paz y eternidad difícil de describir. Han estado siempre allí y lo estarán por los siglos de siglos con su quietud, su elegancia y, sobre todo, su descarada humildad.

El Retiro madrileño tiene miles de árboles pero no le será difícil encontrar más belleza que en esos pinos carrascos que valen casi lo que todo un parque centenario, lo que una ciudad entera. No se los pierda.

Nota: He tenido la tentación de colgar alguna foto en el artículo de estos árboles, pero estoy seguro de que solo reflejarían el diez por ciento de lo que se siente al verlos en vivo.